Fernando García en la terraza de la Biblioteca de Flacso Ecuador, donde trabaja como docente, investigador y coordinador del Departamento de Antropología. Foto: Diego Pallero / El Comercio
La matanza en El Paso (Texas), sucedida a inicios de agosto, se ha convertido en el colofón de una serie de sucesos de discriminación, ocurridos a escala global, donde el discurso de odio racial ha tenido un rol protagónico. En esta entrevista Fernando García, docente de Flacso, reflexiona sobre las causas y consecuencias que tiene discriminar a las personas por su color de piel.
¿Cuál es su lectura sobre el rebrote del racismo, a escala mundial?
Creo sinceramente que no hay un rebrote de racismo. Pienso que esta es una problemática que siempre ha estado presente a lo largo de la historia y que tiene exacerbaciones temporales, esta es una de ellas. El racismo es un concepto que científicamente está superado. Desde el punto de vista de la genética humana se comprobó que el 99,8% de los genomas son iguales. Entonces no hay una base biológica que sirva para definir la superioridad de una raza sobre otra. Es un discurso construido histórica y culturalmente.
¿Qué es lo que más nos debería preocupar de los discursos racistas?
Lo más preocupante de los discursos racistas son las exclusiones en relación a la igualdad de derechos. Es terrible pensar que en el siglo XXI haya gente que no tenga las mismas oportunidades solo por su color de piel. En el país, las personas asumen esta problemática cuando han tenido que emigrar fuera del país. En Estados Unidos, por ejemplo, todos los ecuatorianos, no importa si son blancos, mestizos, afrodescendientes, o indígenas, son discriminados por ser latinoamericanos. El problema es que cuando la gente vuelve no asume que acá también hay racismo.
¿Cuál es el papel de los estereotipos en la activación de los discursos racistas?
Es complicado porque los estereotipos están fundados en prejuicios de orden social y cultural. Hay ciertos grupos sociales que quieren seguir teniendo privilegios en desmedro del bienestar del resto de la población. En el 2004, cuando el INEC hizo la única encuesta sobre racismo en el país, uno de los datos fue que los más discriminados no eran los indígenas sino los afrodescendientes. El resto de la población sigue creyendo que ellos son solo son buenos para el deporte, que son ladrones o trabajadoras sexuales. Lo deleznable de los prejuicios es que aunque no tienen una base científica rigen la conducta social.
¿En qué medida los discursos sobre diversidad pueden ayudar a eliminar esos prejuicios?
Hace seis meses, en Flacso terminamos una investigación que se llama ‘Acciones antiracistas en América Latina, en una época posracial’. Una de las conclusiones de esa investigación es que se tiene que trabajar en políticas antirracistas o lo que también se llama acciones afirmativas. Una de las cosas que se aprobó en el anterior Gobierno, por sugerencia de Naciones Unidas, es que en el sector público se aumente la presencia de la población indígena, afrodescendiente y montuvia. En la práctica solo el 2% corresponde a esta población, que ocupa cargos de menor categoría. La mayoría son conserjes, barrenderos o choferes. Si tú ves, hay poquísimos que son ejecutivos o directores de proyectos. Creo que la sociedad ecuatoriana les debe a estos pueblos una reparación histórica por esta desigualdad laboral.
¿Hay alguna salida práctica frente al odio racial?
En el 2011, el excadete afroecuatoriano Michael Arce fue discriminado por un teniente de la Fuerzas Armadas que le hacía la vida imposible y a los tres meses tuvo que salir. Él y su familia, de forma muy valiente, hicieron una acusación de delito por acto de odio. Perdieron en las dos sentencias iniciales pero ganaron en la tercera. Fue el primer caso en el país en que se sancionó un delito de odio.
Hay grupos civiles que promueven el racismo, ¿pero qué pasa cuando un gobernante como Trump o Bolsonaro hacen suyo el discurso racista?
Es muy grave porque estamos frente a una situación de esencialismo. Los esencialismos son absolutamente enemigos de la equidad y de la igualdad y estos casos están siendo usados para mantener el poder político. Después de la matanza en El Paso, el The New York Times publicó el dato de que el 20% de la población de Estados Unidos es de origen latino. Estamos hablando de 70 millones de personas a las que Trump está discriminando. En el caso de Brasil es igualmente terrible porque hay 70 millones de afrobrasileños.
¿Qué se esconde detrás de los discursos de supremacía blanca?
Que hay distancias sociales y culturales que aún no han podido ser superadas. Pongámonos a pensar que una mujer de la clase alta quiteña decide casarse con un afrodescendiente, eso sería un escándalo para sus allegados cuando en realidad debería ser algo que no nos llame la atención. En países como EE.UU., hablar de una supremacía blanca es contradictorio porque es una nación de migrantes. Un país que se conformó con tantas corrientes demográficas y poblacionales que uno no tiene ni idea. Lo interesante ahora es que hay personas de orígenes latino o árabes que han llegado al poder. Algo importante en este debate es que no debe quedar en el ámbito cultural sino saltar al ámbito económico y político, porque los que tienen el poder no están dispuestos a compartirlo y hay que aprender a vivir entre diferentes.
La raza es un concepto que en la Academia fue superado hace varias décadas pero en la vida cotidiana no, ¿por qué?
Aparentemente fue superada. Ahora se habla de racialismo, sin embargo, como vemos en la práctica, esta problemática existe. Uno de los casos más claros en el país fue el de los 29 de Saraguro. Ahí no solo hubo discriminación de la protesta social sino que existió un caso clarísimo de racismo de Estado. La gente que fue parte de la protesta contaba que el día del enfrentamiento hubo dos buses. En uno metieron a todos los indígenas y en otro a los que no lo eran. Los primeros fueron llevados a la policía y los segundos no.
¿La sociedad ecuatoriana es racista?
La mayoría de personas lo son porque, a veces, el racismo también funciona al revés. Los afrodescendientes y los indígenas también tienen bronca contra los mestizos. Un dato revelador es que en relación al acceso a la universidad solo el 11% son afrodescendientes y el 4% indígenas. A nivel de profesores eso es aún más visible. Hay poquísimas personas de estas minorías que ejercen la docencia universitaria.
¿Cuál es la historia de discriminación racial que los ecuatorianos nunca debemos olvidar?
La historia de discriminación racial más grave fue la del esclavismo del pueblo afrodescendiente y de los pueblos indígenas durante la Colonia y parte de la República. Esa discriminación necesita una reparación histórica. Hay que recordar que gran parte de reivindicaciones de estas poblaciones no han sucedido porque el Estado no ha entendido sus problemáticas sino por medidas de hecho. El Estado tiene que romper los estereotipos y los discursos racistas.
¿Cómo funciona lo que algunos académicos han llamado racismo geográfico?
Guayaquil, que es la ciudad del Ecuador más diversa desde el punto de vista étnico y cultural, también es una ciudad racista por excelencia. Si la miras por dentro ves que los indígenas, que en su mayoría son migrantes del Chimborazo, son quienes garantizan la soberanía alimentaria de la ciudad y son los menos visibles. En el sur de Quito hay 700 barrios, en 200 hay indígenas y eso el Gobierno de la ciudad no lo reconoce. En Otavalo, por ejemplo, existe un cabildo indígena reconocido por el Gobierno local. En Bogotá hay cuatro cabildos indígenas reconocidos y con representación en el Gobierno local, uno de ellos es de los otavaleños. Estas experiencias reconocen la diferencia y eso es importante.