Víctor Sinchi lidera la producción familiar de las tejas artesanales. Detrás del cuencano están las denominadas cuadradas. Foto: Xavier Caivinagua/PARA EL COMERCIO
La teja elaborada con arcilla es uno de los elementos emblemáticos de la arquitectura cuencana. En el sector de Racar, ubicado en el noroeste de la ciudad, más de 10 familias se dedican, por tradición, a esta producción artesanal.
Los Sinchi ya van por la cuarta generación. Francisco empezó este oficio hace ya casi un siglo y le siguió su hijo Miguel, de 70 años, de los cuales 60 los ha dedicado a esta actividad. “Antes era un trabajo más complicado porque la arcilla se batía durante un día con caballos o toros”.
El resto del proceso era manual, recuerda el artesano. La arcilla se colocaba en moldes de madera, que tenían una tela para levantar las tejas. Solo se producían las que tenían una forma cónica y con 42 centímetros de largo.
Los siete hijos de Miguel aprendieron esta técnica ancestral. Víctor Sinchi, de 39 años, recuerda lo laborioso que era y lo cuantifica. “En tres semanas elaborábamos cerca de 9 000 unidades y ahora podemos fabricar 6 000 durante un medio día”.
El proceso se modernizó en algo, pero no deja de ser artesanal. Se incorporó una máquina amasadora que acelera el proceso. Luego la arcilla se transporta a través de una banda hacia un pequeño molino. Desde allí pasa a los moldes para obtener las tejas.
En la actualidad, los Sinchi producen de dos tipos: las circulares y las denominadas cuadradas, ambas tienen 31 centímetros de largo. Una vez que las tejas son cortadas son transportadas en una carretilla y son colocadas en galpones para el secado.
Las redondas están en una estructura de madera, que tiene un techo de plástico transparente y las cuadradas en otro espacio que está cubierto con plástico oscuro porque suelen trizarse si el sol cae directamente, asegura Víctor Sinchi, quien ya enseñó este oficio a su hijo Diego.
Si es temporada de calor, el secado dura hasta seis días, pero si es húmeda o nublada demora 10 días. Los artesanos dan vuelta a las tejas para que el secado sea parejo.
Cuando se cumple este proceso son llevadas al horno. Allí, hay otro requerimiento, dice Víctor. El horno es llenado con las tejas y durante la noche es calentado. Al día siguiente se inicia la primera quema durante seis horas.
Su abuelo y padre empezaron elaborando la teja natural, que se observa en las casonas patrimoniales del centro de Cuenca o en las zonas rurales, pero posteriormente se puso de moda la vidriada.
Para ese modelo, una vez que se termina la primera quema se colocan esmaltes, “que son menos contaminantes que los de plomo que se usaban anteriormente”, asegura Víctor Sinchi. Finalmente, se realiza otra quema que dura entre 15 y 18 horas para que luzca brillante o vidriada.
La mayoría de la producción se destina a Guayaquil. Hasta antes de la crisis económica comercializaban unas 10 000 unidades a la semana y, actualmente, bajaron los envío a dos veces al mes.
La redonda en color negro, chocolate, café o blanca son las más demandas en Guayaquil y se usan pigmentos para dar esas tonalidades. En Cuenca, en cambio, la roja es la más demandada.
Las tradicionales se producen solo bajo pedido para las restauraciones de las casas patrimoniales. La vidriada cuesta 19 centavos de dólar, la tradicional 13 o 14 centavos; la negra, chocolate o café 20; y la blanca 27.