Foto: María Isabel Valarezo / EL COMERCIO
La avestruz macho deja caer sus patas en el piso de tierra, echa para atrás su cuerpo y contornea el cuello de un lado a otro, como si estuviera bailando. Los niños lo miran sorprendidos, con los ojos más abiertos que de costumbre. Christina Egüez, administradora de la Granja El Inga, les explica que es el ritual de apareamiento de esa ave.
Aprovecha la atención de los pequeños para hablarles sobre su origen (África), desarrollo y características. A través del proyecto Explorando la Naturaleza, desde hace tres años, en esa finca educativa se abrieron las puertas a jóvenes y niños de escuelas y colegios.
El lugar se instaló hace 15 años como un criadero de avestruces, para la venta de carne y sus huevos. Pero los familiares e hijos de Egüez se sorprendían cada vez que lo visitaban. Entonces surgió la idea de hacer tours para familias, hacia 2004.
Se adecuó una cabaña para que puedan pasar un fin de semana. La visita incluía la posibilidad de preparar un omelette con los huevos de avestruz, paseo a caballo y salidas de campo a la granja, para cosechar vegetales y llevarlos a casa.
Más tarde se sumaron también los estudiantes y niños y niñas pobres de la zona; como los barrios San Fernando, Libertad, Albornoz y Selva Alegre. Se los recibe con un postre. Luego aprenden sobre la importancia de cuidar el medio ambiente. Incluso se les regala un árbol para que lo puedan sembrar en casa o en la escuela.
La granja Inga se encuentra en la Parroquia Pifo, en la zona norte de la capital; en el barrio El Belén (Inga). Tiene un portal web para hacer las reservaciones (ww.ostrichecuador.com) y dar un paseo previo virtual por las áreas principales.
La infraestructura de la granja se presta para disfrutar de los animales sin riesgo. Las avestruces están en corrales, en los extremos del camino principal y también hay llamas y caballos. Al año unas 1 000 personas participan en la experiencia.