Olmedo Quimbita nació en Latacunga en 1963; vive en Guayaquil. Foto: Enrique pesantes / EL COMERCIO
En sus más recientes obras, el pintor ecuatoriano Olmedo Quimbita conjuga por un lado los colores vivos y la exuberancia del trópico, con pinturas de tonos neutros y pasteles, y una atmósfera más fría, como si su manejo de la luz atendiera también a sus búsquedas de andariego andino establecido hace casi 20 años en la costa ecuatoriana.
El artista latacungueño, residente en Guayaquil, abrió dos exposiciones en el barrio patrimonial de Las Peñas del Puerto Principal, a propósito de las fiestas patronales de Santiago de Guayaquil y la celebración de los 484 años de Fundación de la ciudad.
En la casa Cino Fabiani de la calle Numa Pompilio Llona, en las faldas del cerro Santa Ana, exhibió hasta esa semana cerca de 40 obras de gran formato. Mientras que en la casona Calderón de esa calle, sede de la Zonal 5 del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), mantiene abierta hasta finales de agosto una exposición de 23 pequeñas pinturas.
Acostumbrado a los grandes formatos, fue un ejercicio de contención trabajar óleos y acrílicos en pinturas de 30 por 30 centímetros o menos. Las obras de pequeño formato vuelven la mirada “a la pureza y la nobleza de la niñez” y según el artista están inspiradas en su única hija, Sofía, de 8 años.
“He estado indagando en el tema desde que nació mi hija. Y ha sido maravilloso estar al mando de esta avioneta de la niñez, porque me siento identificado con los niños, es una mirada que los artistas no deberíamos perder”, dice el artista con 30 años de carrera y exposiciones en una treintena de países.
Las niñas y niños, las guitarras, los perros y las aves reimaginadas por el estilo de Quimbita abundan en las pinturas desde el “simbolismo latinoamericano” impulsado por el pintor latacungueño, como una forma de rendir tributo a la identidad regional, reflejar de alguna forma sus raíces indígenas y pintar también el mestizaje, refiere.
Los personajes develan unas veces rasgos afrodescendientes, en otras pinturas son más reconocibles facciones indígenas o solo mestizas, como si el artista buscara recrear una raza propia que sintetice a todas las anteriores.
“Pinto, porque es una forma de comunicarme con el mundo, con el hombre contemporáneo, de adentrarme en sus vivencias, en sus esperanzas y desesperanzas. (…) Si algo de esto logro hacer bien, mi compromiso de hombre y artista estará en parte resuelto”, apunta Quimbita.
El pintor reconoce que toma ciertos rasgos y personajes del imaginario del indigenismo, pero aplicados a un universo de simbolismo personal, ya no de denuncia social. “El indigenismo estuvo vinculado al reclamo social, pero Quimbita llega cuando se cae todo el bloque socialista, me toca vivir otra época y nunca me entusiasma pintar la miseria, ni al hombre sufriente, sino más bien trabajar con la evocación de otros sentimientos y con unos rasgos de identidad latinoamericanos”.