Los 22 niños de quinto de básica hablaban quichua en voz alta. Estaban alegres e inquietos, cuando Tránsito Morocho entró al aula. De inmediato volvieron a sus asientos y exclamaron: “allipuncha yachachik” (buenos días profesora).
Minutos antes, en la formación, los 180 niños de la Escuela General Rumiñahui, de la comunidad de Quilloac, entonaron el Himno Nacional, en español y quichua. La neblina cubría las montañas de ese paraje de Cañar, a 3 200 metros sobre el nivel del mar.
Allipuncha (buenos días), respondió alegre y motivada la maestra. Luego empezó la clase de matemática, todo en quichua. Los niños dominan este idioma.
Morocho repetía la cifra en quichua (waranka) y los niños escribían 1000. Juan Naula y Cristian Punín, ambos de nueve años, eran los más atentos. Aprendí el quichua con mis abuelos. “Es fácil”, decía con orgullo Cristian.
Desde cuarto de básica, el quichua está en el pénsum (cuatro horas semanales) en los centros bilingues regentados por la Dirección de Educación Intercultural Bilingue (DEIB).
En esa clase les enseñan cómo utilizar bien las oraciones, la gramática, la construcción de nuevas palabras, etc., explicó Isidoro Pichizaca, coordinador académico.
En los grados inferiores, un 80% de menores hablan la lengua materna y un 20% español.
Desde el inicio trabajan respetando las tradiciones de la comunidad, la forma de vida, la identidad y la cultura. Eso se nota en los contenidos del Kukayo, un libro elaborado por la DEIB.
El nivel de deserción es bajo y se da más por el fenómeno migratorio, señaló Pichizaca. Él dijo que hace falta abrir nuevos centros educativos bilingues en otras comunidades para evitar que los jóvenes estén obligados a ingresar a centros hispanos con el riesgo de dejar parte de su cultura.
En la provincia de Cañar hay 63 escuelas, cinco colegios, un instituto superior y 22 centros infantiles de la DEIB. Tienen 4 474 alumnos y 331 maestros, de los cuales 231 son bilingues.
Pichizaca recordó que los indígenas han luchado décadas para fortalecer la cultura, el idioma y las tradiciones. Por eso, a su criterio, el proyecto de Ley de Educación Intercultural Bilingue les quita la autonomía pedagógica, técnica y financiera lograda con la creación de la DEIB en 1981.
Ataviada con un atuendo de colores vivos, (pollera amarilla, collares rojos y una bayeta naranja que cruza en su pecho), la indígena Rosa Chagllo repasa unos villancicos en quichua. Enseña a segundo de básica y tiene más de una década como maestra.
Su sueldo no supera los USD 300. Cuando Chagllo le cantó al sol, los niños le siguieron con las palmas y con movimientos corporales con ritmo.
Así empezó su hora de clases para tener la atención de los niños. Luego ellos sacaron de sus percudidas mochilas el Kukayo para seguir con la clase.
Lourdes Zhinín y Jessenia González, ambas de nueve años, no entienden la lucha de los docentes por hacer respetar la educación bilingue. Ellas casi no articulan palabras en español porque sus padres usan el quichua en todo momento para comunicarse. Es media mañana y la neblina se ha esfumado en Cañar y las clases están por terminarse.