Una rueda moscovita, obsoleta y oxidada, da la bienvenida a Pripyat, la ciudad más cercana a Chernóbil. Foto: captura de Google Earth
En Pripyat, una ciudad fantasma ubicada en el norte de Ucrania, hay silencio. Edificios blancos -de hasta 16 plantas-, puertas desoladas, vestigios de juegos infantiles y rostros de muñecas resquebrajadas por el paso del tiempo, construyen la fachada de lo que alguna vez fue epicentro del Partido comunista de la Unión Soviética.
Una crónica hilada por testimonios dolorosos, publicada por el portal Infobae el martes 25 de junio del 2019, abre una ventana para conocer a la ciudad ubicada a 20 kilómetros de Chernóbil, fundada en 1970 como la novena urbe nuclear de la URSS.
Caminar por Pripyat inquieta y, a veces, angustia, sobre todo, a los visitantes que conocen la trágica historia de lo que ocurrió allí hace 33 años.
Instrumentos obsoletos con material radiactivo reposan en Pripyat. Foto: captura de pantalla de Google Earth
El sol todavía no salía, cuando el sábado 26 de abril de 1986, durante unas pruebas de resistencia del reactor, la maniobra fracasó y algo salió mal. Ese 26 de abril, se vivió uno de los peores desastres nucleares a escala global: una explosión arrasó con la ciudad. Eran apenas las 01:20.
Alexéi Breus, un sobreviviente de aquel día, laboró en el reactor. Todavía lo recuerda: “Mi amigo Leonid Toptunov, pasó a la historia de la humanidad. Él trabajaba en el reactor número 4. Él fue quien apretó el botón…”, relata a Infobae.
Pero Toptunov no fue el culpable del accidente. El conflicto, dice Alexéi, fue las fallas técnicas del diseño de la planta nuclear.
Edificios abandonados, ventanas y puertas rotas descansan en el corazón de Pripyat. Foto: captura de pantalla Google Earth
Más de tres toneladas de material radiactivo se elevaron en el cielo. La dimensión era desoladora: más de un kilómetro y medio cubrió a los habitantes.
La génesis del accidente no ha sido establecida todavía. Hay silencio sobre aquella planta nuclear.Hoy, 33 años después, la región de Chernóbil está abandonada.
Desde Kiev, la capital de Ucrania, decenas de autobuses llevan a grupos de entre 30 y 40 personas hacia el epicentro de la tragedia y Pripyat. El costo por persona no supera los USD 300. Una excursión individual, en cambio, asciende a los USD 600. La tarifa sube cuando la visita ocurre en abril, por el aniversario de la catástrofe.
Según reporta Infobae, no se necesitan permisos especiales para visitar la ciudad.
Pripyat fue construida en los años 70 para albergar a los trabajadores y familias vinculadas a la planta nuclear. Al menos 50 000 personas asentaron su hogar.
El musgo verde crece en los edificios y casas de los que alguna vez fueron 50 000 habitantes en Pripyat. Foto: captura de pantalla de Google Earth
Ahora, el musgo cubre las paredes, los talleres vacíos, las fábricas, los columpios.
Cuando las jornadas de evacuación -tras la explosión– se iniciaron, las familias se llevaron lo que pudieron: ropa, fotografías, dispositivos eléctricos. Años después, personas -sin miedo a la radiación- desvalijaron la ciudad.
Todavía se pueden leer las hojas de libros en el suelo y se encuentran -en gran frecuencia- juguetes rotos. En las viejas escuelas, llenas de humedad, el rostro de Vladimir IIch Lenin todavía puede verse en los pupitres.
Actualmente, cientos de turistas visitan Pripyat para aproximarse a la explosión nuclear más trágica en la historia de la humanidad. Foto: captur de pantalla de Google Earth
Alexander Ojrimenko, bombero retirado, se muestra nostálgico cuando recorre las calles de Pripyat. “Llegué con 21 años, tras el servicio militar comencé a trabajar en esta estación. Queríamos mucho a nuestra ciudad y todavía la queremos. Pero tú mismo lo ves, ahora no hay nada qué querer“, rememora Orimenko al portal Infobae.
Aunque es un pasado triste el que se asienta en Pripyat, su historia atrae, sobre todo, a turistas.
Caminar por Pripyat ya no es peligroso. Nos guías son bastante cautelosos y cuidadosos con los visitantes para que no accedan a ningún punto con altos índices radioactivos. La contaminación perdurará más de 500 años, pero la exposición a material radiactivo es minúscula para los turistas.