En el pequeño estudio de su casa, ubicada a un costado de la Panamericana, el futuro arquitecto Carlos Masabanda dibuja y maquetea sus proyectos. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO
Todos los estudiantes de los cursos superiores de Arquitectura y Urbanismo lo saben: aunque nunca se incluye en el pénsum, la asignatura de ‘noches de insomnio obligado’ forma parte importante del currículo semestral.
Carlos Vinicio Masabanda Torres, alumno del sexto nivel de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Católica de Ibarra, es uno de los más curtidos. Lleva más de tres años en ese trajín y dormir entre cuatro y cinco horas diarias ya no le afecta.
Claro -rememora este delgado, risueño y trigueño otavaleño de 26 años- los incontables fines de semana que pasó de claro en claro cuando era niño y adolescente adecuaron su fisiología a esa rutina.
Como vivía junto al coliseo de González Suárez, cada viernes y sábado tenía que soportar el ruido de los fiestones que realizaban en ese escenario sus coterráneos.
Esta pequeña parroquia rural del cantón imbabureño de Otavalo ha tenido incidencia directa en el desarrollo de su personalidad. Sus bisabuelos, abuelos, padres, tíos, hermana y muchos primos nacieron en esta población de 101 años de existencia, llena de multicolores casas de techos a dos aguas, salpicadas por algunos edificios de hormigón que parecen estar fuera de contexto.
Las innovaciones, como el flamante intercambiador que lo conecta con la carretera Panamericana, no han diluido ese perfume bucólico que aún se respira al caminar por sus estrechas calles.
“Me encanta la comida criolla, con una excepción: los cuyes asados”, explica con picardía mientras la abuela, María Juana Oña, pone a punto el almuerzo en la cocina del nuevo inmueble que estrenó la familia hace dos años.
Y aunque le priva la comida de la abuela, son escasas las ocasiones que tiene de almorzar en casa. Es más, solo llega a dormir, pasadas las 21:00. Debido a la lejanía y al complicado horario de clases almuerza en Ibarra. En El Unicornio y El Mostacho, de preferencia; a USD 2,50 por almuerzo.
Allí socializa con sus compañeros, especialmente con Ana Patiño y Diego Fonseca. La primera es, además, su ‘amigovia’ y lo valora en grado sumo. “Carlos es un líder nato. Tiene una gran facilidad de palabra y mucha creatividad. Su buen genio le ayuda a encontrar soluciones para todo”.
El segundo es su compañero, amigo y socio. Juntos están trabajando en un plan acerca de la rehabilitación urbana del exparque Céntrica Bulevar de Ibarra (ahora Ciudad Blanca). El proyecto contempla la creación de un condominio y su integración al Periférico Sur, la vía que se creó para descongestionar el tránsito de la ‘Ciudad Blanca’.
Fonseca valora la actitud y la aptitud de Carlos por sacarle el mejor provecho a la vida. “Los problemas que ha tenido le han ayudado a madurar (estuvo un tiempo en la FAU de la U. Central y salió por unos líos con un profesor). Es muy centrado y creativo. Pone el equilibrio en nuestra sociedad, pues yo me estreso a cada rato”.
Proactivo, tiene como referentes al brasileño Oscar Niemeyer, la anglo-iraquí Zaha Hadid, el italiano Renzo Piano y los ecuatorianos Adrián Moreno y María Samaniego, del taller Studio X.
Inquieto por naturaleza, ya ha puesto pie a varios proyectos como discotecas, áreas recreativas e inmuebles. Y su mayor sueño es llegar a ser algún día Premio Pritzker, el Nobel de Arquitectura.
Esta motivación está fija en su tarea diaria. No hay día que no revise las novedades que traen portales como Archdaily, Arquitectura Viva o Plataforma de Arquitectura, y lleva un cuaderno de anotaciones y dibujos sobre las mejores innovaciones que encuentra.
Hasta se da tiempo para realizar fotografía promocional de su ciudad y mantener una página en Facebook: Memes Otavalo. En ella, que ya tiene 15 000 visitas, muestra los perfiles de la cultura otavaleña, su gastronomía, sus horizontes, los desafíos de las nuevas generaciones…
También se ha convertido en un jardinero experto. Las cuatro jardineras que creó en su casa son un ejemplo. Hace, asimismo, publicidad para almacenes y restaurantes. Un ejemplo es La Jampa Club Bar de Otavalo, de Daniel Picón, que ayudó a publicitar por las Fiestas del Yamor.
Amable y educado, como su hermana Caty, Carlos es un hijo ejemplar, afirma Ólguer Masabanda, el padre. “Hemos tenido complicaciones económicas. Hoy mismo tengo que pagar el volquete, la fuente de mi trabajo, y el carro familiar. Pero todo se supera porque están en la senda correcta”.