En la sociedad actual, de corte capitalista, la oferta-demanda equilibra los precios; es decir, regula el mercado.
¿Esto qué quiere decir? Que si en cierto momento hay una gran oferta de un producto específico, para equilibrar la capacidad de absorción de esa producción, bajan sus precios.
Eso lo vivimos a diario con las frutas de temporada, por ejemplo. En tiempo de naranjas estas se venden hasta 25 por un dólar. Cuando es época de claudias sucede algo similar; con las peras pasa ídem. Por esa razón, en algunos países, los agricultores tiran a la basura toneladas de frutas y hortalizas sobreproducidas para mantener su precio y obtener ganancias.
Con la vivienda este caso no aplica. ¿Por qué? Porque no es una inversión productiva, sino ‘protegida’, según los cánones económicos.
Esto significa que cuando la economía se debilita, una de las inversiones más seguras es comprar vivienda, porque esta es muy difícil que se deprecie y puede permanecer como ‘lote de engorde’ hasta que los vientos cambien y, entonces, reporte pingües ganancias.
Este no es el único factor, desde luego. Otro muy importante es que la vivienda es una necesidad vital; es decir, que por tener una, la gente está obligada hasta a endeudarse -a veces por toda la vida- para tener el ansiado techito propio.
Entonces, la demanda no disminuye, a pesar de que la oferta tenga los precios -literalmente- en las nubes y, además, aparezcan los siempre activos especuladores, expertos en pescar a río revuelto.
Valores como 2 200 USD por m2 de construcción de vivienda y 2 400 USD por m2 de oficinas son los normales en zonas como La Carolina. Parecen ultraexagerados, pero la gente paga. Y mientras haya compradores…