Donald Trump aparece junto a la colombiana Myriam Witcher, durante un mitin republicano. Luego, se hizo viral la ‘fake news’ de que ella había sido deportada a Colombia, en 2016.
La paradoja de la década es que, pese a que la tecnología mejoró la comunicación como nunca antes, la gente tiende a agruparse junto a los que defienden ideas similares aunque no sean verdad.
Todo parece girar alrededor de la mentira. Alguien compra un helado ‘de chocolate’, sin percatarse de que en realidad es un postre ‘con sabor a’ chocolate. O contrata un servicio bancario ‘sin sorpresas’, para sorprenderse en el camino de penalidades y asuntos escritos con letra menuda. Ni mencionar la cantidad de matrimonios rotos por decepcionantes hallazgos.
La mentira ha sido parte de la Historia con mayúsculas y de la vida íntima desde el Génesis; pero esta fue la década de las ‘fake news’ (noticias falsas) y de la posverdad, el término que se utiliza para definir las informaciones o aseveraciones que no se basan en hechos sino en emociones o creencias del público. Por eso, también se la llama ‘mentira emotiva’ y su ámbito es más peliagudo que el de los helados o los matrimonios: es una herramienta para la política y el poder.
La palabra ‘posverdad’ se la usa desde 1992 cuando el escritor Steve Tesich, en un artículo para el semanario izquierdista The Nation , de Nueva York, lo usó al analizar el escándalo Watergate, la polémica ayuda a los Contras de Nicaragua y la Guerra del Golfo de 1991. Tesich escribió esto: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad”. Y el término ha sido utilizado desde entonces, aunque se lo usa con asiduidad desde 2010, gracias al bloguero David Roberts.
El periodista argentino Martín Caparrós expresó en un artículo en El País del 2017, que la posverdad no es otra cosa que un sinónimo de la propaganda y la comunicación estratégica y cuyo objetivo es el mismo: manipular y ejercer el control social.
La posverdad, para el filólogo español Daniel Gascón, no es la mentira de siempre. No es solo un sinónimo o un eufemismo para redefinir algo viejo, sino un fenómeno que, para el español David Redoli, académico de la Asociación de Comunicación Política de su país, solamente ha sido posible por los nuevos contextos mediáticos. “Globalidad, inmediatez y facilidad de acceso son tres características nuevas que lo cambian todo”, escribió Redoli en 2017.
Ejemplos de la posverdad y de ‘fake news’ al servicio de la manipulación abundan, aunque el consenso es que el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses del 2016 marca un hito de la manipulación. Su contrincante, la demócrata Hillary Clinton, hizo una campaña sustentada en los medios tradicionales. Trump, republicano cercano al populismo y rechazado por el establishment político de EE.UU., se basó en las redes sociales.
Según el estudio de Social Media and Fake News in the 2016 Election, se concluye que los electores otorgan menos credibilidad a los post de las redes que a las noticias de los medios, pero al mismo tiempo las ‘fake news’ de las redes tuvieron más reacciones, comentarios y compartidos. Según un análisis de Buzzfeed, la mitad de las reacciones del 2016 en Facebook fueron motivadas por ‘fake news’ de la campaña presidencial.
El bando de Trump difundió que se hallaron miles de votos fraudulentos a favor de Clinton. Otra, que el papa Francisco declaró que apoyaba a Trump. Otra, que el presidente demócrata en funciones, Barack Obama, prohibió el juramento a la bandera en los colegios. Todas, notas que generaban al menos 800 000 reacciones en las redes sociales.
Calumnia que algo queda, es el lema. Un ejemplo de este año es la presunta deportación de Myriam Witcher, una colombiana que apoyó efusivamente a Trump en un mitin en Las Vegas, algo llamativo por el discurso abiertamente antiinmigración del republicano.
La ‘fake news’ de la deportación fue redactada con mucha corrección y se hizo viral. La verdad es que Witcher se mantiene fiel a Trump, obtuvo la ciudadanía estadounidense y reside en Washington DC.
Desde el triunfo de Trump, prácticamente no existe nación libre de ‘fake news’. En Ecuador, las sufrimos en el terremoto del 2016, en las últimas elecciones presidenciales y en el reciente paro indígena. En los otros países de América Latina también han surgido, en especial en aquellos que atraviesan una radicalización política, como Chile, Colombia, Bolivia, Venezuela y Argentina. En Brasil, el triunfo de Jair Bolsonaro es visto como una victoria de la posverdad que le convenía para ser Presidente.
En Rusia, la hegemonía del presidente Vladimir Putin también tiene a las ‘fake news’ como sus aliadas para posicionar el relato de un mandatario enérgico, vital, un macho alfa que no teme poner en su lugar a rebeldes, opositores, colegas presidentes o feministas.
Posicionar el relato, moldearlo y controlarlo es la clave. El comunicólogo español Javier San Román escribió que el nuevo modelo es vender discursos y no hechos. “En los años 70 la prensa estadounidense derribó a un presidente mentiroso (Nixon), y en estos años la prensa ha hecho presidente a un mentiroso”.
La paradoja es que, aunque el acceso a la información es más amplio que antes, la gente se agrupa con sus iguales para corroborar sus creencias. El publicista español Daniel Solana, en un congreso de Comunicación Política, expresó que la misma facilidad que la gente tiene para defenderse de la mentira, la tiene para seguir defendiendo lo que cree, aunque no sea verdad. Por eso, el debate está empobrecido. Por eso, como dice el escritor anglo-hindú Kenan Malik, la lucha por el relato ha hecho que vivamos en un mundo con demasiadas verdades.