La prenda de la chola cuencana es la más vistosa. La más económica cuesta USD 100. Foto: Xavier Caivinagua/ EL COMERCIO.
La ropa que las campesinas e indígenas usan en las comunidades rurales de Azuay y Cañar expresa su forma de vida. Con una pollera, por ejemplo, se puede tener una idea de su lugar de nacimiento, posición económica y estado civil.
En el Austro, la pollera es un sinónimo de estatus. Esa falda suelta, que lucen las mujeres en las diferentes poblaciones de la región, es una de las prendas típicas más variadas que existen.
Hay confeccionadas en lana de borrego o en gamucilla, largas hasta las rodillas, plisadas o lisas, con bordados coloridos o más discretas. En una investigación que realizó la cuencana Julia Tamayo sobre esta prenda encontró las variaciones que ha tenido a través del tiempo.
Antes, las mujeres usaban dos o tres prendas y todas eran bajas, hasta los tobillos. Las más modernas tienen el corte
hasta la rodilla.
La vestimenta de la chola cuencana tiene un origen español. En los antiguos trajes típicos de Castilla se usaban bordados con flores como los que tienen las actuales polleras; mientras que el diseño prensado tiene un antecedente en las faldas típicas de Extremadura. La investigación de Tamayo concluye que esta prenda es producto del mestizaje.
La variación en los diseños se extendió a la región y en la actualidad, en las diferentes comunidades de Azuay y de Cañar, hay una prenda con características específicas. Se diferencian por el tamaño, el material y la decoración.
“La pollera de la chola cuencana da por las canillas, así como en Cañar, pero allá el corte es más recto. En Nabón la usan un poco más alta”, cuenta María Maldonado, quien comercializa estas prendas en el centro de la capital azuaya.
El bordado es otro detalle que las diferencia. En Cuenca es sumamente colorido y resaltan las flores y el borde termina con conchas redondas, a diferencia de la pollera del cantón Paute, en la que se destaca una decoración en forma de zigzag, adornada con flores.
En la de Chordeleg, en cambio, se usa el talqueado, que consiste en la sobreposición de una tela, que acaba en los bordes con un cordón combinado con conchas. Mientras, que la de Gualaceo tiene un bordado muy colorido y más ancho que las otras. La de Cañar tiene un bordado ancho y colorido.
El material también varía. Elena Saldaña conserva su pollera de bayeta, un material que resulta de procesar la lana de borrego, pero ya no se usa. “La bayeta se teñía con tintes naturales y se bordaba a mano… Eran costosas”. Luego llegaron otros materiales como la bayetilla (lana industrializada), el paño, la gamucilla y el terciopelo, que son más económicos.
Por eso, la pollera de bayeta o de terciopelo evidencia que su dueña tiene posibilidades económicas, sostiene Tamara Landívar, investigadora y curadora de la sala etnográfica del Museo Pumapungo. “Esta prenda no solo varía según la región sino también por la ocasión”. Hay polleras de uso cotidiano sin decoración y las azules son para los matrimonios.
En Cañar, hay prendas específicas para las celebraciones. En Inti Raymi, las indígenas lucen polleras de materiales finos y bordados delicados y, en ocasiones especiales, llevan dos. La de abajo es la enagua cuyo color y bordado se usaba de acuerdo con el estado civil, dice Landívar. Sobre esta se usa el bolsicón, que es más alto.