En 1944 se comenzó a publicar la Revista Ecuatoriana de Higiene y Medicina Tropical para investigaciones. Foto: Mario faustos / El Comercio
La primera amenaza que experimentó Guayaquil ante un coronavirus letal fue 17 años atrás. El síndrome agudo respiratorio severo o SARS se extendió desde Asia en febrero del 2003, en un brote que dejó 8 098 infectados y 774 muertos.
En el aeropuerto José Joaquín de Olmedo se activó una alerta. Un avión procedente de Nueva York, con destino a Lima, aterrizó de emergencia. La tos persistente de un pasajero cambió el itinerario.
“Llegamos con trajes de bioseguridad; parecía que íbamos a la luna. Había una alarma global y Estados Unidos tenía casos reportados”. Carlos Mosquera dirigía el Departamento de Virología del entonces Instituto Nacional de Higiene y Medicina Tropical Dr. Leopoldo Izquieta Pérez. Y lideró el escuadrón que evaluó el presunto caso de SARS.
“El paciente fue trasladado al Hospital de Infectología y al siguiente día murió. Hicimos los estudios virales y fueron negativos; era cáncer pulmonar.
La alerta terminó solo siendo un entrenamiento”.
La escena se tornó real en la pandemia del covid-19, un doloroso episodio que obliga a revisar las páginas de esta emblemática institución. Desde su creación por ley -el 23 de octubre de 1941- enfrentó múltiples epidemias por virus, parásitos, bacterias y otros patógenos.
La temible fiebre amarilla, la peste, los brotes de leptospirosis, los últimos casos de viruela, la llegada del dengue o ‘fiebre rompehuesos’, los primeros diagnósticos de VIH o las incipientes técnicas para aislar el virus de influenza en huevos de pollo son solo algunos de sus hitos.
Y quizá una de las enfermedades más extrañas que añade Mosquera es la rabia. Hasta 1998 hubo 26 reportes en Ecuador, cuadros de salivación excesiva, agresividad, fotofobia, aerofobia, hidrofobia…
“Estaban sedados, en un área oscura. No toleraban ni siquiera que se les rociara un poco de agua. La rabia, a ese punto, era mortal. En el mundo hay dos o tres casos excepcionales de recuperación”.
Poco antes de su creación, en 1937 el doctor Leopoldo Izquieta Pérez recibió el encargo de montar la infraestructura del sistema de Registro y Control de Especialidades Farmacéuticas y Medicamentos.
El director general de Sanidad de la República emprendió la obra con un capital inicial, al que sumó un préstamo propio por 120 000 sucres. Su visión, desde el principio, fue cimentar un instituto de investigaciones.
La edificación se levantó en terrenos del antiguo Lazareto de fiebre amarilla, donde el científico japonés Hideyo Noguchi hizo valiosos estudios. El inmueble patrimonial sigue allí, junto a la calle Julián Coronel, y uno de sus primeros laboratorios -llegó a tener 38 en el país- fue el de Ratas y Pulgas, de la campaña contra la peste.
En esa época ya había avances relevantes que con el tiempo se perdieron y que ahora se busca recuperar con un pedido de restitución de las funciones de antaño. En 1943 funcionaba el laboratorio de BCG, bajo el mando de profesionales formados en el Instituto Pasteur de París. También se elaboraba la vacuna antivariólica.
El paludismo, la anquilostomiasis -una infección intestinal por parásitos- y la fiebre amarilla selvática eran las grandes endemias. Así lo relatan las reseñas históricas y las revistas científicas que conserva la biblioteca del ahora Instituto Nacional de Investigación en Salud Pública (Inspi), creado en su reemplazo en el 2012.
En 1977 hubo un salto tecnológico con apoyo de la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional. Un año después, por el convenio Hideyo Noguchi, llegó a Guayaquil el primer microscopio electrónico.
Luigi Martini recuerda que en ese gigantesco equipo vio con nitidez un rotavirus, microorganismo circular causante de severas infecciones intestinales en infantes. Lo hizo después de procesar la muestra en una ultracentrífuga -también donada por Japón-, a 75 000 revoluciones por minuto, una velocidad entonces inimaginable.
Antes de ser director del instituto en el 2003, Martini integró el Área de Virología. Así, entre 1988 y 1989, participó en la detección del dengue en Guayaquil. “La ciudad se enfermó. Más de 800 000 personas tuvieron contacto con el virus, algo similar a lo que pasa ahora con el covid”.
Casa por casa buscaron personas con anticuerpos y con fichas mapearon la incidencia. “No sabíamos de qué se trataba. Los hombres fuertes estaban tumbados, sudorosos. La gente hablaba de la fiebre rompehuesos”. Poco después, en el CDC de Puerto Rico identificaron el serotipo 1 de dengue.
Aracely Álava dirigió esos estudios y, en 1985, descubrió los primeros cuadros del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en el país. Lo había notificado a las autoridades, que ignoraron los informes por aspectos burocráticos.
“Eran cerca de cinco casos que llegaron del exterior, prácticamente, a morir. No teníamos reactivos y envié las muestras al CDC de Atlanta, donde me entrené. Luego implementamos las técnicas de Elisa y Western Blot, para diagnóstico y confirmación”.
En 1976, Álava se concentró en estudiar el virus de la influenza de procedencia porcina. Fue la misma que en el 2009 activó la pandemia de H1N1. Para su análisis inoculó huevos embrionados de pollo con el virus que extrajo de hisopados faríngeos.
“Había peligro de una pandemia, que luego fue en el 2009. El laboratorio estaba capacitado -ya contaba con PCR en tiempo real- y los jóvenes que diagnosticaron el coronavirus actual participaron en la detección del primer caso. Si el instituto tuvo su pasado glorioso, las nuevas generaciones tienen logros importantes”.
El Centro de Referencia Nacional de Influenza, donde hace casi un año se detectó el SARS-CoV-2 en Ecuador, cobró impulso en el 2005. El prominente virólogo Ernesto Gutiérrez fue su promotor; falleció en el 2020, en la pandemia.