María Palma, habitante de Picoazá, posa junto al pesebre que arma cada diciembre. La estructura es de caña guadúa. Foto: Patricio Ramos
Cada diciembre las costumbres navideñas con rasgos montuvios afloran en la parroquia Picoazá, del cantón Portoviejo, en el centro de Manabí. Las construcciones más vistosas de Picoazá son, sin duda, los pesebres pequeños, únicos en su género en la provincia. Desde inicios del presente mes, hombres, mujeres y niños desempolvan, rehabilitan o construyen nuevos pesebres que miden entre un metro de ancho por entre 50 y 80 centímetros (cm) de largo y 90 de cm de altura.
En las calles Venezuela, Tomás Larrea y 10 de Agosto cercanas al parque central, ubicado en la zona alta del poblado, los propietarios de viviendas siguen con una costumbre que data de hace más de 80 años: mostrar su fe religiosa a través de los pesebres pequeños y con rasgos que se identifican con la cultura montuvia.
Sandro Rivas es un jubilado residente de la localidad. Él elaboró su primer pesebre hace cinco años, desde entonces cada diciembre le da mantenimiento. La pintoresca estructura está armada de caña guadúa y techo de cade (hoja de palma de tagua).
A inicios de diciembre, Sandro, junto a uno de sus nietos -continuador de la tradición-, pintó de blanco la caña guadúa y renovó la cubierta de la diminuta casa que se asemeja a un establo, en el cual emulan el nacimiento del Niño Dios.
Los toques montuvios de los belenes se exhiben con el uso de la caña guadúa y el cade. Los materiales son adquiridos en Santa Ana, mientras que la paja la extraen del cerro Jaboncillo, que es la loma ancestral de los habitantes de Picoazá, según cuenta Alberto Miranda presidente del colectivo intercultural Fortaleza e Identidad Manabita.
Junto a estos pesebres, además de que sus materiales preservan la ancestralidad manabita, cada noche, las reuniones familiares o de amigos se complementan con cantos de chigualos (versos en rima en contrapuntos, en honor al Niño Dios) que extienden el ambiente navideño y con juegos de rueda. Se trata de toda una agenda llena de costumbres montuvias que la población local no deja morir y que las conserva con orgullo, afirma Miranda.
Elaborar un pesebre es una actividad sencilla, pero lo que hace única a esta actividad es que por más pequeño que sea el trabajo, los vecinos se juntan cada diciembre para hacer algo nuevo, afirma el activista cultural. Hay pesebres pequeños en cada casa de la localidad.
Laura Vera es propietaria de un pesebre. Cada diciembre -cuenta Laura- limpia su pesebre. Durante todo el año su representación de Belén queda con llave, pues tiene dos puertas como la mayoría de los pesebres en Picoazá. Cuando llega la noche se retiran los candados, se abren las puertas, se prenden las luces… Familiares y amigos se sientan en torno al pesebre de Laura, cantan chigualos y comparten galletas con jugo.
“Nosotros volvemos a vivir pues nos entretiene y, sobre todo, sabemos que los niños y jóvenes que participan en las veladas seguirán con nuestras costumbres”, reseña Vera.
Los pesebres de Picoazá no ocupan espacio, por eso es fácil movilizarlos. Hay casos como el de María Palma, quien guarda su pesebre en la sala, cuando aclara el día lo saca hacia el portal de su casa. “Puedo hacerlo, pues es pequeño, las noches recitamos la novena pero con la maravilla de los chigualos. Es nuestra fiesta montuvia navideña. Ahí, no pueden faltar los dulces para los más pequeños y una taza de café para los adultos. Aquí festejamos al Niño Dios todo el mes”, dice.
Los pesebres son decorados con figuras de plástico que representan la imagen del sitio donde nació Jesús. Es toda una alegoría de lo que significa la fiesta navideña. “Nuestro pueblo es muy creyente por eso se esfuerza en mantener vivas estas costumbres. Como los pesebres se conservan por hasta 10 años, no se gasta dinero ni se deforesta cada año para elaborar uno nuevo”, asegura Iván Cedeño dirigente barrial de Picoazá.