El ‘call center’ que abrió el Fenedif es uno de los centros de empleo de referencia para las personas que tienen algún tipo de discapacidad. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Desde el 2013, Luis Blanco trabaja como jefe del Departamento de Servicio Técnico en una empresa de telefonía móvil reconocida en el país. Tiene 35 años y 70% de discapacidad física.
Se siente afortunado. En marzo del 2009 él estaba desempleado, como la mayoría de personas con discapacidad. Ser tecnólogo en Electrónica no le sirvió en ese momento para conseguir empleo. En varias entrevistas -asegura- se sintió discriminado debido a su paraplejia.
Pero la Ley de Discapacidades abrió oportunidades. A partir de junio del 2009, todas las empresas debían tener el 1% de empleados con discapacidad, y actualmente la exigencia es hasta el 4%. En un principio no fue fácil para Blanco.
Tenía un título de nivel superior, pero el único puesto que le ofrecieron fue el de limpieza. Tuvo que aceptar y forjarse un camino con esfuerzo.
Pasó tres años limpiando oficinas y ejerciendo labores de portero en diferentes empresas. El mayor obstáculo que encontró en sus trabajos fue que sus jefes creían que era incapaz de realizar otras tareas, por su condición física.
Pero poco a poco, la situación de las personas con discapacidad ha ido cambiando. Un año después de que se aplicara el artículo 42 numeral 33 del Código del Trabajo en las empresas públicas y privadas, la inclusión laboral de personas con discapacidad subió de 9 000 a 25 000 a escala nacional, entre el 2009 y el 2010.
En el 2012 el número se duplicó. Mientras que para el 2013 la cifra alcanzó las 70 000 personas. Actualmente suman 73 534 personas con discapacidad que están incluidas en el ámbito laboral, según el Consejo Nacional de Igualdad de Discapacidades (Conadis).
Un problema en la región, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), es que la inclusión de personas con discapacidad está relegada a oficios de bajo nivel, donde la mayoría se dedica a trabajos operativos y de limpieza. Esta realidad en Ecuador también ha ido cambiando, pues un 15% de empleados ocupa cargos altos o medios.
Carlos Perugachi, de 33 años, tiene 90% de discapacidad visual. Hace dos años vendía dulces en buses de transporte público. Nuca tuvo la oportunidad de tener un trabajo formal. Por ser invidente, varias empresas le cerraron las puertas.
En el 2008 se graduó de bachiller en Contabilidad y buscó trabajos relacionados con los números, pero sin mayor suerte. Los oficios que le daban no eran de su interés pero tuvo que asumirlos para subsistir.
Diego Bolaños trabaja como diseñador gráfico y asistente administrativo en una empresa privada en Quito. Foto: Paul Rivas/ EL COMERCIO
En el 2010 decidió aprender computación en Secap para abrir sus oportunidades en el mercado del país. Desde el 2011 Perugachi trabaja como asistente contable en una empresa privada, en el sur de Quito.
Con el sueldo que percibe paga los estudios de sus dos hijos de 8 y 10 años. Además, los fines de semana capacita a otros no videntes en el manejo de Jaws, un ‘software’ que permite a los no videntes aprender computación.
Diego Bolaños es otra persona con discapacidad que ocupa un cargo distinto a los operativos. Actualmente trabaja como diseñador gráfico. El ser una persona sorda le ha ocasionado ciertos problemas para comunicarse. Sin embargo, considera que tener una discapacidad no significa que no sea capaz de ocupar un cargo alto.
José Miguel Morales se desempeña como técnico de Discapacidades en el Ministerio de Relaciones Laborales. Foto: Jenny Navarro/ EL COMERCIO
Otro caso es el de José Miguel Morales, que trabaja en el Ministerio de Relaciones Laborales, como técnico de Discapacidad. Él domina el lenguaje de señas, habla un poco de español e inglés, y se autoeduca con lecturas y tutoriales web para seguir superándose.
Reconoce que cuando se está empezando en el ámbito laboral se tiene miedo a enfrentar nuevos retos, pero con el conocimiento y la práctica se puede superar cualquier obstáculo.