Truman Capote o el periodismo como forma de tortura

‘A sangre fría’ inaugura el género denominado ‘non-fiction’. Como una ‘obra maestra’ fue su gloria, pero también la condena que lo llevó a despreciar los reportajes.

‘A sangre fría’ inaugura el género denominado ‘non-fiction’. Como una ‘obra maestra’ fue su gloria, pero también la condena que lo llevó a despreciar los reportajes.

‘A sangre fría’ inaugura el género denominado ‘non-fiction’. Como una ‘obra maestra’ fue su gloria, pero también la condena que lo llevó a despreciar los reportajes.

En esa muchas veces cuestionable lista canónica del crítico estadounidense Harold Bloom, el nombre de Truman Capote no existe. No lo incluyó en ‘El canon Occidental’, menos aún en el libro ‘Genios’ y ni siquiera lo tomó en cuenta entre los 78 escritores que reúne en el volumen ‘Novelas y novelistas, el canon de la novela’. Pero Capote es para muchos uno de los mejores escritores estadounidenses, que este 30 de septiembre habría cumplido 95 años y cuya obra sería necesario revisar y releer en busca de huellas suyas en los escritores contemporáneos.

Capote es considerado el padre de la literatura de no ficción (‘non-fiction’) cuando decidió que su investigación sobre la muerte de la familia Clutter, en el apacible pueblo de Holcomb, en Kansas, en 1959, ya no iba a ser un simple reportaje para la revista The New Yorker, sino que sería un libro.

Con ‘A sangre fría’ (‘In Cold Blood’, 1966), Capote sabía que creaba una “obra maestra”, pero tenía aún más conciencia de que comenzaba un nuevo género, según dice en múltiples cartas enviadas a amigos y editores. El género ‘non-fiction’ es, para hacerlo fácil, contar hechos reales en forma literaria, en este caso: una novela. O como él decía: “una novela no-novela”.

“Otros rechazaron mi concepción de la ‘novela verídica’, decretándola indigna. Norman Mailer (escritor y periodista contemporáneo de Capote) la describió como ‘un fracaso de la imaginación’, queriendo decir, supongo, que un novelista debería escribir sobre algo imaginario y no sobre algo real”, escribió Capote en el prólogo de ‘Música para Camaleones’, su último libro publicado en vida, en 1980.

En Capote ya estaba el germen de lo que sería este género nuevo. En un cuento de 1956, ‘Un recuerdo navideño’ ya vislumbra que una realidad, tal cual es, puede ser ‘literaturizable’, algo más que una biografía. Y, dos años después, a poco de haber publicado ‘Desayuno en Tiffany’s’, fue enviado a Moscú para cubrir el viaje de un elenco teatral afroamericano. Los reportes que enviaba parecían estar más cerca de la ficción que de la realidad.

‘A sangre fría’, como muchas obras maestras, también fue su condena. Sufrió durante la escritura del libro porque era un obsesionado con la claridad y la calidad de su prosa y rehacía constantemente los capítulos con los más de 2 000 apuntes que tenía.

Sufrió por los constantes aplazamientos de la ejecución de los dos asesinos, pese a la afinidad que tuvo con uno de ellos, Perry Smith. “Hay novedades muy lamentables. Ya hace año y medio que condenaron a los chicos, y ahora, de repente, a causa de alguna putada legal, parece que va a haber un NUEVO JUICIO. Lo que significa que pueden pasar otros dos años antes de que el maldito asunto quede sentenciado y yo pueda acabar el libro. Es deprimente, me repatea. A ver qué pasa”, escribió en 1961 a Bennet Cerf, su editor de Random House.

Capote se cuestionó en serio el periodismo. En una carta al fotógrafo Richard Avedon, del 22 de septiembre de 1960, le confiesa que “es la última vez que escribo un reportaje”. La misiva del 17 de octubre de 1960 al escritor Donald Windham dice: “Pase lo que pase debo seguir con el libro. Supongo que sonará pretencioso, pero me siento en la obligación de escribirlo, aun cuando los materiales que barajo me dejan cada vez más exhausto y paralizado, por no decir horrorizado. Cada noche tengo pesadillas”. Y al crítico Newton Arvin le planteó, el 9 de noviembre de 1960, que “este será mi último intento en el mundo de los reportajes; y, en cualquier caso, si salgo vivo de esta, habré dicho todo lo que tengo que decir sobre el género. Mi interés por él ha sido completamente técnico; no me parece, ni me ha parecido nunca, que a esta disciplina le hayan dado alguna vez forma artística. Creo que ‘In Cold Blood’ tiene bastantes oportunidades de convertirse en una obra de arte”. Y solía afirmar que “el reportaje es un género muy desagradecido”.

La alegría le fue efímera luego del éxito alcanzado -las regalías iniciales fueron de USD 2 millones-, como efímero le fue el mundo al cual quería llegar: el de los ricos y famosos. La élite se disputaba su compañía. Era algo que había soñado desde que fue un niño abandonado por sus padres, quienes lo entregaron al cuidado de unas primas solteronas en Alabama. Porque Capote nunca dejó de ser un niño a la intemperie con el constante temor de ser abandonado.

Para celebrar el éxito de su “novela no-novela”, organizó el 28 de noviembre de 1966 una gala en blanco y negro en el hotel Plaza de Nueva York para 500 personas. Muchos le rogaron que los invitara. En una fascinante columna en el New York Times del 7 de diciembre de ese año, Russell Baker ironizaba que “los sociólogos todavía están debatiendo si fue la fiesta más importante del siglo XX, y se dice que un gran número de personas que no fueron invitadas fueron eliminadas por completo del mercado social y que eventualmente tendrían que empeñar sus corbatas blancas y sus zapatillas de baile”.

Pronto sufrió el primer abandono como consagrado. Nelle Harper Lee, su amiga y vecina de la niñez de Monroeville, Alabama, autora de la novela ‘Matar un ruiseñor’ (1960) no fue al baile pese a ser invitada. Le dolió y consideró una traición la escueta dedicatoria en ‘A sangre fría’: “Para Jack Dunphy (pareja de Capote) y Harper Lee, con mi amor y gratitud”.

Si ‘A sangre fría’ existe es por Lee. En Holcomb se desconfiaba de Capote por su voz aguda y su feminidad, pese a la simpatía que solía derrochar. Ella fue quien logró que la gente poco a poco se abriera a él y debió estar presente en casi todas las entrevistas.

Y luego llegaron los celos: ‘Matar un ruiseñor’ ganó el Pulitzer, algo que nunca logró Capote. Llegó a decir que fue él quien lo había escrito.

Luego vendrían más abandonos. Dos semanas antes de publicarse ‘A sangre fría’, vendió los derechos de la que él prometió sería su mayor obra, ‘Plegarias atendidas’, con la que quiso convertirse en el Marcel Proust de Nueva York al retratar sus élites. Cobró USD 200 000 de anticipo y le ofrecieron un millón a la entrega. Pero nunca la terminó. En 1976, salieron unos capítulos en la revista Esquire. Los ricos y famosos le cerraron las puertas por el relato de sexo, traiciones y perversiones.

Su debacle comenzó y terminó su vida en la agonía de alcohol y drogas, el 25 de agosto, un mes antes de cumplir 60 años . En lugar de ‘Plegarias atendidas’, entregó ‘Música para Camaleones’, que se publicó en 1980, con una pieza genial de la no ficción: ‘Féretros tallados a mano’. Para entonces, Capote, como Ernest Hemingway, había erigido la figura del escritor. “Soy un alcohólico. Un drogadicto. Un homosexual. Soy un alcohólico. Soy un genio", dijo algo que quizá contrarió aún más Bloom.

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