La cantante Paulina Tamayo revela su pasión por el pasillo. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Paulina Tamayo es, probablemente, la cantante ecuatoriana viva que más años de su existencia lleve dedicada a la música. Su carrera profesional comenzó a los seis años. Iniciaba la década de los 70 y ella ya sabía que el canto sería el leitmotiv de su vida.
¿Cómo era el ambiente musical de su casa cuando era niña?
En mi casa toda la vida se escuchó música nacional. Desayunábamos con las canciones de los Benítez y Valencia, almorzábamos con los temas de Carlota Jaramillo y merendábamos con los éxitos de Olimpo Cárdenas. Empecé a cantar a los 5 años, cuando estaba en el jardín de infantes. La vena artística viene de mis padres, pero se nota más del lado de mi mamá, ella fue la que guió mis pasos, en los inicios de mi carrera.
¿Cuál es el recuerdo sonoro que más atesora de esos años?
Ganar el Rumichaca de Oro: tenía solo 6 años. El trofeo que me entregaron era más grande que yo. Cuando quise levantarlo casi me voy con todo y trofeo al suelo. Canté el pasillo Entrega final, ese que dice “¡Hoy te entrego mi vida, mujer envanecida!”. Cuando terminé, la gente estaba conmovida y lloraba. Luego entraron a mi camerino a ver si no era enana, porque el timbre de mi voz no era para el cuerpo de una niña. Desde que comencé, cantaba con sentimiento, como si ya hubiera sufrido un mundo.
¿Cómo a esa edad cantaba como si hubiera sufrido un mundo?
No sé, creo que, como se dice vulgarmente, vine con la yapa incluida. Dios me dio este timbre de voz. Es algo innato, porque nunca nadie me dijo que tenía que hacer ese gallito sufridor o cantar de una manera específica. En esos años mi mamá me dio unos tips y eso fue todo.
Mientras el resto de niños se dedicaban a jugar, usted ya cantaba en presencia de Chabuca Granda.
Nunca fui una niña común. No me atraían las muñecas o jugar con otros niños. Si me daban a escoger entre jugar con muñecas o subirme a un escenario a cantar, obviamente elegía la música. Mi vida estaba en los teatros. A los 9 años viaje a Lima, invitada por la embajada ecuatoriana, para ser parte de un homenaje a doña Chabuca Granda. Canté pasillos y valses y cuando interpreté Rebeldía, ella se puso a llorar. Luego preguntó cómo una niña de mi edad podía cantar con ese sentimiento. Alguien respondió porque era una estrella y ella le corrigió y dijo que era un astro, porque las estrellas desaparecen, pero los astros duran toda la vida.
Hay padres que viven del talento de sus hijos pequeños, ¿en algún momento de su infancia o adolescencia se sintió explotada?
Nunca me sentí una niña explotada; mis papás nunca me obligaron hacer lo que no quería. Tampoco se me pasó por la cabeza dejar la música. En mis dos embarazos trabajé hasta que estaba en el octavo mes. Fui una buena alumna en la escuela y el colegio porque eso era parte del trueque que me puso mi mamá. Ella siempre me decía que solo de la música no iba a vivir.
Formó parte de la Compañía de Ernesto Albán por 12 años, ¿él era un hombre de dar consejos?
Justo cuando cumplí 6 años me contrataron para cantar en el coliseo Julio César Hidalgo. Era la celebración de un año más de existencia del Auquitas y también le habían contratado a don Ernesto Albán. Me escuchó cantar y luego se acercó a mi mamá y le dijo que quería que forme parte del show de variedades de su compañía. Con el tiempo también participé en dos Estampas Quiteñas. Uno de los consejos que siempre me repetía es que en esta profesión hay que hacer las cosas con amor. Me decía que había que respetar al público, porque solo así el público me iba a respetar.
¿Qué siente cuando interpreta ‘Canción de los Andes’?, ¿por qué llora cada vez que la canta?
¡Ayayay! Los artistas somos tan humanos como el resto de personas. Como todos, tenemos momentos buenos y otros no tan buenos. Hay vivencias personales que muchas veces se reflejan en un tema. La Canción de los Andes es parte de mi vida, de una época muy difícil de la que no me gusta hablar mucho, porque me entristece. Ese sentimiento que me provoca esta canción ha crecido con la pandemia, por la muerte de compañeros o conocidos. Soy muy sensible y llorona, vine así desde la cuna. También hay otros temas que me arrancan lágrimas, como Esposa.
Celebramos el Día del Pasillo Ecuatoriano y tenemos un Museo del Pasillo, ¿por qué somos tan pasilleros?
Porque el pasillo es parte de nuestra identidad. También tenemos los albazos, los sanjuanitos, las bombas, o los saltashpas, pero a nivel internacional nos reconocen por el pasillo. Que nos guste tanto no significa que seamos sufridores. Las letras de los pasillos a veces hablan de cosas tristes, pero también nos alegran y nos acompañan. Si te pones a pensar hay gente que sufre con vallenatos, cumbias y hasta con el rock.
Dicen que después de la euforia de un concierto los músicos se deprimen, ¿a usted cómo le va con esos momentos?
No me he llegado a deprimir aún. Lo que sí me entristece es la soledad que se siente después. Cuando estás en el escenario te sientes amada, respetada y acompañada por el público. Cuando terminas de cantar esa magia se acaba. Regresas al camerino y vas sintiendo esa soledad. Por suerte cuento con mi equipo y con mi familia, ellos logran que después de cantar la vida sea un poco más llevadera.
¿A qué temas del cancionero nacional vuelve cuando no está en el escenario?
No vas a creer lo que te voy a decir, pero como mi trabajo es estar siempre con la música nacional, cuando estoy en mi casa escucho boleros, tangos y baladas del recuerdo. Me encantan los temas del Trío Los Panchos, las canciones de Tormenta y de Henry Nelson. Pero cuando voy a presentar un show, como el que estamos preparando para el Día de la Madre, ahí sí vuelvo a mi repertorio.
TRAYECTORIA
De sus 56 años de vida, 50 los ha dedicado a la música. Es intérprete de temas nacionales. Ha compartido escenario con artistas como Juan Gabriel, Rocío Durcal y Los Panchos. El mote de ‘La Grande del Ecuador’ apareció cuando tenía apenas 15 años.
Esta entrevista se publicó originalmente en la edición impresa de EL COMERCIO, el 30 de abril del 2021.