Banda Civil de la Escuela de Artes y Oficios de los padres salesianos (Riobamba). Director: padre Antonio Fussarini.
La creación de los Estados-nación modernos impuso una ideología de delimitar las manifestaciones culturales como si fueran naturalmente parte de las divisiones políticas de los nuevos gobiernos. Sin embargo, las prácticas artísticas escapan de estas caracterizaciones, y una de las nuestras más fehacientes está en la música.
Con base en ello, el etnomusicólogo Mario Godoy Aguirre ha trabajo en cuatro tomos, publicados por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que centran su atención en el pasillo como una manifestación musical regional que va más allá de los nacionalismos. En sus libros ‘El pasillo en América’ (estudio recopilatorio), ‘Pasillo: Historia, innovación e impacto’, ‘Pasillo y poesía.
Cancionero’ y ‘Partituras’ realiza un amplio recorrido en torno a este género desde mediados del siglo XIX y todo el XX, para dar a conocer cómo este movimiento ha incorporado características propias de los diferentes entramados sociales con los cuales se ha enfrentado.
Godoy es claro en un punto: “El pasillo se encuentra vigente en Ecuador, Colombia, Panamá, Perú, parte de Venezuela (región andina –estado de Táchira, parcialmente en los estados Lara y Mérida) y Costa Rica (pasillo guanacasteco). Por los procesos normales de difusión, el pasillo también fue aceptado y germinó en Perú, Costa Rica, México y Cuba. En los años veinte y treinta del siglo XX, el pasillo gozó de gran aceptación y difusión internacional, fue un género musical de moda”. Esto nos permite vislumbrar que el hecho de denominarlo “música nacional” es una reducción del potencial sonoro que permitió su construcción, transformando las distintas variantes del vals europeo e incorporando elementos del bolero español, el yaraví y otros para crear una música que se acercara más a la realidad latinoamericana.
En este proceso hay que tomar en cuenta que el pasillo fue una expresión musical contestataria a los bailes de los salones aristócratas decimonónicos. La creación de los nuevos Estados latinoamericanos no solo implicaba un rechazo a las políticas sociales europeas, sino también a sus manifestaciones artísticas. Es ahí, a mediados del siglo XIX, donde aparecen las primeras manifestaciones de lo que ahora conocemos como pasillo.
Pero este pasillo decimonónico no sería igual al cantado que ahora conocemos. Ya que los nuevos círculos sociales reclamaban una música propia para sus salones, lo que hicieron fue dar forma a una música que mantuviera ese mismo espíritu festivo. Así nació un pasillo de bandas, con registros de este tipo en Venezuela, en primera instancia, y luego en Colombia, como parte de un flujo migratorio de los grandes directores de estas orquestas populares.
Esta música pasillera prescindía de la lírica para dar fuerza al potencial que tenían los metales y percusión de las grandes bandas de la región. El último beso, de Ignacio Bustamante; Corazón herido, de Federico Farías; Canicular, de Elías Soto, entre otros, fueron algunas de las composiciones de este tipo que se escucharon en los salones de las familias de la Venezuela de inicios del siglo XX.
Ahora bien, la falta de un consenso en la denominación del pasillo en la brecha entre los siglos XIX y XX se originó, precisamente, por la apreciación que tenían de este los músicos y miembros de los más importantes círculos sociales de la región. En Venezuela, por ejemplo, al naciente ritmo se lo conocía muchas veces como valse criollo o andino. Colombia, por su parte, fue más preciso en el término. Al respecto, Juvenal Cedeño Ochoa escribe en ‘Pasillo: breve estudio sobre su origen, etimología y estructura rítmica’: “los pasos, para dar los giros en el valse redondo, se convierten, con la velocidad imprimida, en “pasitos”, o sea, pasos más cortos, o “pasillos”, para utilizar un diminutivo más castizo”.
Costa Rica, una región donde el vals tuvo una función más social que musical, el nuevo ritmo fue conocido como pasillo guanacasteco. Este ritmo es de corte más popular, tanto que en su propia composición entran en juego elementos como la marimba africana, la guitarra, las bandas de pueblo (cimarronas), el fandango, la contradanza y otros. Orquestas y bandas populares lo adoptan dentro de su repertorio y lo llevan hacia el interior del país, alejándolo de los círculos sociales capitalinos.
La hibridación cultural del pasillo no fue distinta en el Ecuador. El musicólogo Julio Bueno establece que las luchas independentistas trajeron este ritmo hacia los Andes ecuatoriales. Por su parte, Godoy Aguirre sostiene que este se construye de los aportes del vals, el yaraví, el fado o el sanjuanito.
En sus primeros años, el pasillo ecuatoriano fue cultivado por las bandas, las orquestas y las estudiantinas de varios conservatorios, en salones familiares, salas de concierto, presentaciones al aire libre y otros espacios para las manifestaciones culturales de la época. Sin embargo, a mediados del siglo XX se da un cambio en el paradigma, pasando a un formato más bien lírico-musical, el cual devendría en el formato de pasillo-canción.
En esta nueva etapa, los textos de los poetas, sobre todo los de la generación de los ‘Decapitados’, serían fundamentales para dotar un estilo ecuatoriano al pasillo. Su popularidad en las clases sociales marginales hacen que, en el imaginario social, esta música sea asociada como rocolera.
A pesar de ello, el alto interés en el pasillo crecería a la par de las industrias radiofónica y discográfica ecuatorianas, en la cual solistas, dúos y tríos comenzaron a ser escuchados en formatos pregrabados y en vivo. Una de las postales más memorables de este fenómeno es la presentación de Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas en Radio Tarqui de Quito. La espectacularización de este fenómeno sonoro se realizaría por medio de la televisión, con programas dedicados a dar a conocer el talento de los artistas ecuatorianos de distintas provincias.
Todos estos movimientos histórico-sociales en torno al pasillo ponen en evidencia que este ritmo, más allá de adjudicarse como propio de un país, es un fenómeno regional que ha trascendido fronteras. Y es en este proceso de transculturación donde cada región ha aportado elementos sonoros y dancísticos particulares a una música que logró crear un antes y un después entre la tradición europea del vals (valse) y aquella que nacía en las recientes repúblicas independientes que trataban de dejar atrás su memoria colonial.