Páramos se regeneran tras incendios en Chimborazo

En la zona se controla la quema de páramo para prevenir grandes incendios. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO

En la zona se controla la quema de páramo para prevenir grandes incendios. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO

En la zona se controla la quema de páramo para prevenir grandes incendios. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO

La vida retorna lentamente a los páramos de Santa Teresita de Guabug, una de las comunidades más afectadas por los incendios del 2015, en la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo.

Pajonales y plantas nativas volvieron a crecer tras un fuerte incendio que acabó con unas 200 hectáreas de páramos protegidos. También los animales empezaron a frecuentar nuevamente esa zona, que permaneció inerte por casi un año después del incendio.

El Ministerio del Ambiente emprendió un plan para recuperar las zonas afectadas por los incendios, al que se vincularon las seis comunidades que habitan en las zonas de amortiguamiento de la reserva.

Se trata de cerca de 2 000 personas que además son las propietarias de gran parte de los páramos protegidos de la reserva. Ellos participaron en un proyecto de reforestación con plantas nativas, y reciben constante capacitación sobre cómo evitar incendios y concienciación ambiental.

En la reserva, situada en los límites entre Chimborazo, Tungurahua y Bolívar, se quemaron 401,13 hectáreas en el año 2014; para el año siguiente, la cifra se incrementó a 1 662,14 hectáreas y se consideró como el momento más crítico para el ecosistema.

La aplicación del plan de restauración ambiental se inició a finales de ese año. Para el 2016, la cifra se redujo a 348,42 hectáreas. En lo que va del 2017 se incendiaron 107,1 hectáreas y la meta para el próximo año es reducir la cifra aún más.

Los cerros de Santa Teresita de Guabug son el ejemplo más visibles de cómo ha funcionado el plan. Allí hay espacios que todavía lucen afectados por el fuego y esponjas de agua compactas que aún no alcanzan la altura necesaria para cumplir su función de retener agua. Sin embargo, la cubierta vegetal se regenera lentamente.

La gente de la comunidad y los socios de la organización 24 de mayo ayudaron en la siembra de plantas nativas, como chuquiragua y orejas de conejo, en las partes más altas del cerro. Esas ayudan a evitar la erosión del suelo, que se quedó totalmente descubierto cuando el fuego quemó toda la vegetación. Los técnicos estiman que, incluso tras la reforestación, la función del páramo que se perdió se recuperará totalmente en 40 años. Eso significa que el agua que se queda atrapada en los pajonales todavía no se filtra adecuadamente al suelo y puede ocasionar una reducción de agua en las vertientes de la parte baja de la montaña.

Mientras las plantas vuelven a retoñar, los animales como lobos, venados, curiquingues, conejos y aves huyen del área por falta de alimento. Además, las cenizas tapan los poros del suelo, impidiendo que el agua se filtre, por lo que a largo plazo también se produce erosión.

“Este ecosistema es muy delicado, por eso su recuperación no es fácil. Con el fuego se quemaron las almohadillas que recubren el piso y actúan como esponjas que retienen el agua y la filtran al suelo”, ­explica Freddy Guamán, técnico del MAE.

Por esa razón, el plan de capacitación para evitar que más incendios afecten a los páramos de la reserva es la parte más importante de la estrategia de recuperación ambiental. Todos los habitantes de las comunidades participan en el programa educativo.

“Nos costó mucho trabajo concienciar a las personas de no quemar los páramos. Antes, las quemas se hacían para mejorar la cacería, ahora todos ayudan con la protección, y cuando ven personas extrañas dan alertas”, cuenta Segundo Cayambe, morador de la comunidad Pulinguí y guardaparques del MAE.

Cayambe se encarga de vigilar y controlar el flanco oriental del coloso, por lo que constantemente patrulla por las estrechas vías de segundo orden que conectan a las comunidades. La misión más complicada es controlar que la siembra no rebase el límite de altura de la frontera agrícola.

“Está prohibido sembrar sobre los 3 300 metros de altitud, a menos que se trate de tierras que ya fueron trabajadas antes de la aprobación de la ley”, decía Freddy Guamán a un grupo de comuneros que aspiraban a intervenir con maquinaria en una zona no autorizada.

En tanto, para los comuneros el cuidado del páramo es parte de su rutina. “Sabemos que ya no podemos cazar animales prendiendo fuego y que debemos cuidar el ambiente. También requerimos más incentivos gubernamentales para subsistir”, dijo Carmen Gualla, de la Asociación 24 de Mayo.

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