El ‘sandboarding’ es uno de los deportes practicados.
La camioneta con los neumáticos un tanto desinflados recorre las dunas como una montaña rusa. El vehículo sube y baja las cuestas, bordea a velocidad la ruta en zigzag que dibujan los bordes de las colinas de arena. El conductor recibe a los visitantes con una suerte de carrera de rally en parajes en medio de la nada del desierto de Paracas, capital portuaria en la costa sur del Perú, destino turístico en la provincia de Pisco (Ica).
El recorrido empieza en la zona de hoteles y lujosos resorts costeros en la península que ha ganado impulso tras el terremoto de Pisco de 2007, hasta irse adentrando desde el paraje desértico de la carretera por una de trocha con pequeños cultivos de cebolla blanca, tomate, espárragos, maíz y pallares o judía de Lima. Los cultivos en las faldas bajas del desierto reverdecen el paisaje gracias a irrigación por goteo desde pozos de agua subterránea.
La inmensidad del desierto de 335 000 hectáreas -primero como una gran planicie-, se advierte para cuando el conductor se detiene a quitarle aire a los neumáticos -para un mejor agarre- e inicia sin aviso el acelere y el derrape por las dunas. El recorrido incluye una parada en una cima desde donde se aprecia un antiguo oasis de palmeras y vegetación seca, además de un pozo cavado por el hombre en una búsqueda infructuosa de agua.
Los turistas se deslizan por las dunas de arena en tablas de sandboard. Una cima de 40 m de altura es considerada por los guías como “mediana-pequeña”. Los neófitos en el deporte se deslizan sentados o acostados en una tabla, los codos adentro de la angosta tabla, los pies abiertos en la arena como frenos y estabilizadores. La pendiente arroja al paseante una veintena de metros más allá del fin de la cuesta, en un desliz fugaz y feliz.
Los patinadores y surfistas que se arrojan de pie sobre la tabla a menudo logran dominar la técnica en dos o tres intentos, luego de alguna caída, cuenta Bruno Salas, conductor y guía del desierto.
El recorrido puede incluir un pícnic que sorprende por la infraestructura armada en medio de la nada. En una hondonada entre picos de dunas se instalan un asador y una carpa con alfombras y cojines en donde se sirven al anochecer vinos, brochetas y papas nativas con salsa de huancaína para pequeños grupos, a ritmo de música árabe.
Ubicada a 260 kilómetros al sur de Lima, la Reserva de Paracas e Islas Ballestas es una de las Áreas Naturales Protegidas del Perú. Desde el epicentro del lujo náutico se organizan paseos a las cercanas islas Ballestas, a unos 15 minutos de la costa en lanchas rápidas, hogar de pequeños pingüinos de Humboldt, de lobos marinos, estrellas y soles de mar y aves como pelícanos, piqueros peruanos, zarcillos y cormoranes neotropicales.
Jesús Jurado, un guía bilingüe nativo con 30 años de experiencia, dice que solo en una de las tres erosionadas islas, parte de una cordillera costera hundida, se concentra una población de 800 000 cormoranes que tiñen de negro toda la cima de la isla. “Entre noviembre y abril, 1 000 bebés de lobos marinos con sus madres llenan una playa de piedra roja”, resalta este experto.