¿Cómo pagar deudas sin gastar un centavo?

En 1827, a los 28 años, publicó su manual de comercio en la imprenta que lo llevó a iniciar la espiral de su deuda.

En 1827, a los 28 años, publicó su manual de comercio en la imprenta que lo llevó a iniciar la espiral de su deuda.

En 1827, a los 28 años, publicó su manual de comercio en la imprenta que lo llevó a iniciar la espiral de su deuda.

No hay salario que alcance. Gane usted 500, 1 000 o 5 000 dólares, siempre llegará el momento en que tendrá que recurrir al crédito. Ya se sea un afortunado con trabajo o en el desempleo en estos tiempos difíciles, todos saben algo y con no poca desazón: a fin de mes o en la quincena, deberá pagar sus deudas.

Y a esa situación se suman los numerosos y tortuosos recordatorios, ya sea por correo electrónico o postal, por mensaje de texto o llamada o por visita del cobrador, de que hay un monto de dinero que debe devolver, caso contrario...

Entonces vienen los castigos. No hay imagen más triste que ver cómo se llevan las cosas de una casa en donde la deuda quedó impaga. Y el pobre vecino ya no solo debe esconderse del acreedor, sino también de la habladuría barrial.

Se pagará irremediablemente. Es lo primero que se hace cuando algún gentil compañero grita: “ya depositaron (el salario)”: todos abren la página web del banco y a pagar la tarjeta, los servicios; y queda la sensación de que lo que sobró del sueldo es como aquella frase: “aunque sea para las colas”.

Ahora, con estas condiciones pandémicas, hemos tenido que refinanciar las deudas anteriores para poder adquirir nuevas. Es una espiral ad infinitum del que uno busca salir y quisiera quedar en cero.

Pero el gran escritor francés Honoré de Balzac nos ofreció, en 1827, un “manual de comercio” al que tituló ‘El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (en 10 lecciones)’, que escribió a cuatro manos con Emile de Saint-Hilaire.

Es una obra breve, hilarante, que se nos presenta como un texto que debiéramos tener a mano siempre, porque todos vamos a tener que endeudarnos no una sino varias veces. Incluso nos enseña a hacer del no pago una forma de vida para los individuos e incluso para la supervivencia del sistema: “Devolverle su dinero a un acreedor, eso significa hacer de él una estatua sin vida, es decir: paraliza todas sus actividades, es decir: matar al comercio”.

Solo se editó una vez, cuando Balzac tenía 28 años y era propietario de una imprenta -el más feliz de sus negocios, pero que lo metió en esa espiral ad infinitum de deudas-. Y sus obras de aquellos años se orientaron hacia ese estilo humorístico que se reflejaron en títulos como ‘El arte de no cenar nunca en casa, sino siempre en la de otros’ o ‘El arte de no dejarse engañar por los bribones’, entre otros.

Balzac no solo llevaba sobre sus hombros el peso de ser el autor de ‘La comedia humana’ y uno de los grandes -quizá el mayor- escritores realistas del siglo XIX, sino que pasó a la historia como el gran endeudado de la literatura. Cuentan que la Maison de Balzac, en París, tiene un sinnúmero de salidas secretas por las cuales escapaba de sus acreedores.

El libro en mención, que ni siquiera consta en el listado de su monumental obra, parte de una pregunta que podemos repetir hasta la saciedad en nuestros días: “¿Dónde está el hombre dichoso de nuestro siglo (...) en condiciones de decir: No le debo nada a nadie? ¿Qué nación, aunque hoy se encuentre sobre una montaña de oro, podría decir: Nunca le deberemos nada a nadie...?”.

Para eso cuenta con un principio rector: “Mientras más deudas se tienen, más crédito se tiene; mientras menos acreedores se tienen, menos ayuda se puede esperar”.

El hecho de obtener cada vez más créditos y no pagarlos es, de algún modo, un acto de justicia, dice. Al fin de cuentas, la sociedad está dividida en dos partidos: el de los que roban y es el más fuerte; el de los que son robados y es el más numeroso. Hay el grupo de los que hacen y otro el de los consumidores; entre estos está la gran masa de endeudados.

Balzac hace una descripción exhaustiva y divertida de los tipos de deuda, de las características de los acreedores, entre los cuales hay -¿siempre habrá?- “algunas personas sensibles y buenas que terminan por atarse al deudor, y sobre todo al deudor que no ha pagado nada”. Hay que ser alguien cercano al acreedor, lograr que su vida le interese, que se preocupe por su salud. A tal punto que si se recupera de la enfermedad le dará más tiempo para que pueda cancelar lo adeudado. Pero no lo pague; de lo contrario, perderá interés en usted, dice Balzac.

Este “manual de comercio” tendrá más instrucciones para que lleguemos a ser ese deudor ideal, desde las físicas (una dentadura ejemplar), las estéticas (vestimenta y pelo) y hasta psicológicas, como una viveza de espíritu imparable, la memoria de un acreedor (siempre hay que tener claro lo que se debe), sangre fría, valentía, la paciencia de un enfermero. No olvide tener los pies ligeros.

Si bien tiene que mantener una cercanía con los acreedores, hay que vivir en barrios al menos a dos leguas de distancia. Pero sobre todo hay que tener aplomo, el carácter para desmentir lo obvio y confirmar lo imposible. “Gracias al aplomo usted domina la confianza, da la imagen de un hombre decidido e inteligente”. Es un privilegio de pocos y, si bien eran otros tiempos, el martirio de las deudas podía, como ahora, desplomar al más fuerte.

Las Escrituras Sagradas le prohíben al acreedor atormentar a su deudor, sea mediante la usura o mediante “malas palabras”.

El acreedor (...) llega y alega que usted no tiene un céntimo (...). No agote sus pulmones tratando de probar lo contrario. Dígale simplemente: “Es posible...” Su hombre enmudece... Está satisfecho.

Descubrí el gran significado del crédito, y me di cuenta de que está basado y reposa en un solo método, ciertamente peculiar, pero muy sólido: que con una fidelidad inquebrantable no hay que pagarle las deudas a nadie”.

Contraer deuda con gente que no tiene lo suficiente implica incrementar la confusión de la sociedad, la proliferación de la desdicha. En cambio, deberle a gente que lo tiene en demasía (...) hace una contribución a la nivelación social.

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