Con solo 16 años, se convirtió en el taxidermista más joven en embalsamar varias aves y mamíferos en el Museo de Ciencias Naturales. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO.
A los 6 años, Pablo Hidalgo se interesó por disecar a las aves y conejos que cazaban los empleados que trabajaban en la propiedad que sus abuelos. Atraído por la belleza de los animales, les inyectaba formol con ayuda de su padre Rubén, pero en poco tiempo la polilla destruía esos trabajos.
Para evitar que se dañaran su inquietud lo trasladó a sus maestros de Ciencias Naturales. Les preguntaba sobre el método para preservar los cuerpos sin que se destruyeran. Ellos le indicaron que había que destriparles y embutirles con ceniza. Eso comenzó hacer, pero sin mayor éxito.
Cuando cumplió los 12 años, Pablo terminó la primaria en la escuela Simón Bolívar de Riobamba e ingresó al colegio Pedro Vicente Maldonado, en la misma ciudad de Chimborazo, en los Andes ecuatorianos. En la biblioteca comenzó a buscar libros, pero había poca literatura sobre las técnicas del disecado.
Dos años más tarde, viajó con su madre Fabiola Díaz a Quito para visitar a sus hermanos e ir al museo de Ciencias Naturales del Banco Central del Ecuador. En uno de sus recorridos por las salas escuchó por primera ocasión la palabra ‘Taxidermia’ y buscando el concepto descubrió que era el arte de preservar animales muertos con apariencia de vivos.
Pablo sonríe cuando recuerda que en el recorrido por el museo se desvió al laboratorio donde se realizaban los procesos de disecado. En este lugar conoció al taxidermista del sitio. Era un alemán muy alto y serio. A pesar de eso le pregunté sobre la taxidermia.
“Llevé en una caja los animales que había disecado y le enseñé. Al verlos sacó una funda, los metió ahí y me dijo que botara en el basurero del parque La Alameda. Para mi fue una ofensa, pero él me esperaba en la puerta de ingreso y regresé”, recordó Pablo.
La Taxidermia es el arte de preservar animales muertos con apariencia de vivos. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO.
Fue nuevamente al laboratorio y le tenía parado mirando el método de cómo se debía descarnar la piel de los animales, cómo elaborar los maniquíes (esqueletos artificiales) hacía el montaje y colocaba los líquidos de preservación. Nunca le cruzó palabra. En la noche retornaba a casa de sus hermanos.
Así se pasó una semana, regresó a Riobamba y comenzó aplicar esos conocimientos con una hoja de afeitar. Al inicio dañó muchos de los especímenes, pero después de un tiempo alcanzó esa técnica y comenzó a disecarlos.
Practicó durante todo el año, especialmente en sus horas libres. Así se aproximaron las nuevas vacaciones y se alistó nuevamente para viajar a la capital. Le llevó varios de sus trabajos. Cuando los vio se sorprendió y le dijo que estaban bien. Para probar que realmente lo había hecho le hizo disecar un animal.
“Descarné y ahí me explicó cuáles eran los líquidos necesarios. Me felicitó y me dijo si quería trabajar allí, pero no pudo hacerlo por los estudios, pues debía retornar a Riobamba”.
Luego el alemán enfermó y retornó a su país. Con solo 16 años, se convirtió en el taxidermista más joven en embalsamar varias aves y mamíferos en el Museo de Ciencias Naturales. Los directivos le contrataron y comenzó a viajar los fines de semana para realizar esos trabajos.
En sus más de 28 años de labor en esta profesión ha logrado montar museos como el de los salesianos, Pedro Vicente Maldonado. Actualmente la Universidad de Cuenca y de la Nacional de Chimborazo, en Riobamba.
Actualmente es el curador del museo de Historia Natural y Arqueología de la Universidad Técnica de Ambato (UTA). Su experiencia y autopreparación ayudaron a que fuera uno de los taxidermistas conocidos. También participa en los intercambios de experiencias con otros especialistas de España, por ejemplo.