Sandra Robalino lo recuerda bien. Fue justo en enero de este año, antes de retomar las clases y los ensayos con los niños y jóvenes de la Fundación Orquesta Sinfónica Juvenil del Ecuador (Fosje), cuando ella preguntó a sus estudiantes cuál era su sueño para el 2014. Y entre las voces de estos músicos se escuchó claramente: ofrecer conciertos fuera de Quito.
Cosa del destino, seis meses después 65 integrantes de la Orquesta Infantil se embarcaron en un viaje de más de 300 km que los llevó hacia Francisco de Orellana, mejor conocida como El Coca, para realizar dos presentaciones en distintos escenarios de la población amazónica.
El inicio
Sábado. 06:00. Pronóstico del día: ideal para que los deportistas de fin de semana se apropien de La Carolina. A unos 500 metros del parque, músicos y padres se congregan en las puertas de la Dirección Metropolitana de Deportes.
Aquí, desde el 2008, funcionan las aulas y oficinas administrativas de la Fosje, un programa de acción social que empezó en 1995 con el propósito de trabajar con niños y jóvenes en el campo de la música.
En sus 19 años de vida, este proyecto, liderado por el maestro Patricio Aizaga, ha logrado la formación de orquestas infanto-juveniles, coros y la primera Orquesta Filarmónica de Docentes, con giras en las que han recorrido países como Colombia, Francia, Alemania, entre otros.
Para este julio, el destino es el Oriente ecuatoriano. Por primera vez, la mayoría de los integrantes de la orquesta llega a este punto del país. Todos ellos con más de una maleta a cuestas. Mientras que en una está toda la ropa necesaria para pasar un fin de semana en el Coca, la otra sirve para guardar sus instrumentos (violines, flautas, violas, entre otros).
Como es costumbre en este tipo de viajes, los padres de familia se despiden con besos de sus hijos. Los que tienen más tiempo el fin de semana, en cambio, meten su equipaje en un bus para acompañar a los músicos en esta ocasión.
Una hora después, el viaje empieza. En este momento, quien los ha visto en los escenarios interpretando a Mozart o Mahler espera experimentar algo similar durante las siete horas de viaje que separa a Quito del Coca. Pero no. Los sonidos son distintos. Chicha, salsa y algo de música electrónica resuenan en los parlantes de uno de los buses. A esta mezcla de ritmos se suma el ‘folk metal’ de ‘Molinos de viento’, de Mago de Oz; los jóvenes repiten una y otra vez la canción para comprobar si pueden seguirle el ritmo.
Un nuevo destino
Los problemas en el presupuesto a los que ha estado sometida la Fosje en los últimos años han disminuido parte del trabajo que viene realizando la institución. De esto no solo están conscientes docentes y trabajadores, también lo saben los niños.
Uno de ellos, en pleno viaje, cuenta que sus padres le han dicho que los medios hablan de que el Estado ecuatoriano ya no protege a su orquesta. No entiende bien lo que esto significa y tampoco quiere que su nombre salga publicado. Sin embargo, es enfático al decir que “quienes estamos acá tratamos de dar lo mejor, a pesar de que haya limitaciones”.
En el calor del Coca, esta sentencia toma nuevas dimensiones. Su actuación en este lugar no solo responde al deseo de darse a conocer ante un público nuevo.
En una rueda de prensa previa al primer concierto de esta gira, Aizaga comenta que en los próximos años espera conformar una orquesta sinfónica con niños y jóvenes de la localidad amazónica.
La tarde del sábado, tan solo un par de horas luego de su llegada, los intérpretes están listos para ofrecer su concierto didáctico. Pero antes de apropiarse del escenario del auditorio Manuel Villavicencio, el Quinteto de Vientos Mitad del Mundo, formado por músicos profesionales que acompañan a la Fosje, hacen su debut en esta ciudad.
Con la obra ‘El fagotista de Hamelin’ esta agrupación prepara la atmósfera para el centenar de personas ansiosas de conocer qué ofrece una orquesta sinfónica juvenil.
Ya frente a su público, niños y jóvenes interpretan parte del repertorio sobre el cual trabajan. La ‘Sinfonía de los juguetes’, una de las piezas elegidas, es la que más entusiasma a Ricardo Sigche, quien está acompañado de sus dos hijas entre el público.
En la mañana siguiente, en un encuentro casual, él afirma que espera volver a ver a la orquesta puesto que Maryuri, su niña de 10 años, ahora sueña en convertirse en violinista.
Luego del trajín del día, la primera noche del viaje termina con una cena con un intenso toque emocional. Primero todos entonan un “feliz cumpleaños” para uno de los niños. Después viene un minuto de silencio para extender una plegaria por la cirugía a la que será sometido uno de los músicos. Enseguida, juegos y gritos se apropian del Vicariato de Aguarico, lugar que acoge a los miembros de esta orquesta para su descanso.
El escenario final
Una mañana nublada se perfila para el domingo de concierto. En las últimas semanas, la lluvia ha sido una constante en la zona. Ese día, a pocas horas de la presentación en el Parque Central, paraguas e impermeables parecen ser los únicos accesorios y prendas posibles de usar.
Sorprendentemente, y a minutos de que la música retumbe en el parque, el clima cambia. Y con esto, la gente empieza a llenar los espacios vacíos del lugar. Para Milagros Aguirre, de la Fundación Labaka, se trata de un hecho único. “El tema cultural es difícil de tratar en esta ciudad”, dice.
Algo de jazz y luego lo netamente clásico arman la fiesta del día. La gente se emociona. Los más pequeños, en un momento de entusiasmo, suben al escenario para mirar de cerca a los músicos, tal vez proyectando un futuro posible para ellos mismos detrás de un atril.
Para los miembros de la orquesta, el viaje es también un calentamiento para el concierto de aniversario de la Fosje (esta noche en la Casa de la Música).
Además se convierte en una oportunidad para establecer nuevos lazos entre ellos. Al compartir más tiempo juntos son conscientes de que sus vidas en el escenario resultarán más sencillas en un futuro.