¿De qué va la crítica cinematográfica en estos tiempos?

Diego Galán y Juan Carlos Arciniegas, jurados en el Festival La Orquídea, compartieron reflexiones sobre el periodismo de cine. Fotos: Xavier Caivinagua/ EL COMERCIO y AFP.

Diego Galán y Juan Carlos Arciniegas, jurados en el Festival La Orquídea, compartieron reflexiones sobre el periodismo de cine. Fotos: Xavier Caivinagua/ EL COMERCIO y AFP.

Diego Galán y Juan Carlos Arciniegas, jurados en el Festival La Orquídea, compartieron reflexiones sobre el periodismo de cine. Fotos: Xavier Caivinagua/ EL COMERCIO y AFP.

Ambos coinciden. Con la avalancha de información en tiempos de hiperconectividad y redes sociales, el crítico cinematográfico influye cada vez menos en el porvenir de una película y en la asistencia de público a las salas. Ambos, jurados en el Festival La Orquídea de Cuenca, son: Diego Galán, español, periodista, quien dirigió por varias ediciones el Festival Internacional de Cine de San Sebastián; y Juan Carlos Arciniegas, colombiano, periodista, conductor de ‘Showbiz’ (CNN en Español).

Según la reflexión de Galán, con tanta data circulando por redes y medios, el público puede saber de antemano si quiere o no ver determinado filme; quizá pequeños sectores de la población, los círculos cinéfilos, pueden respetar opiniones; pero para el gran público, no tiene importancia.

Pero no son solo las tecnologías comunicativas las que reducen la labor del crítico a una opinión perdida entre miles, también lo hacen las normas del mercado. “Lo que sí lleva gente a las salas es el mercadeo... Si una película cuesta USD 250 millones, a un estudio no le tiembla la mano para poner 100 más para publicidad; eso lleva a la gente en masa”, dice Arciniegas.

El acercamiento de ambos hacia su objeto de estudio, las películas, se da desde el punto de vista del espectador, no del teórico. Sin embargo, su juicio propio está formado tras ver mucho cine, lo cual puede derivar en un criterio más depurado.

Pero sin dar más vueltas, es un discernimiento personal y subjetivo; que para Arciniegas es más de amante del cine que de crítico: “Me dejo llevar por la película si me transporta emocionalmente, si bien ves elementos que se destacan en cuanto a lo artístico, que una historia te cautive es la clave”.

Ese acercamiento –para Galán– está determinado por el contexto social. Recuerda que en sus inicios, bajo el franquismo, España vivía la censura; entonces la crítica era combativa, se defendían las películas que tenían más problemas con la autoridad. En esa línea, las herramientas de la sociología, la antropología, la cultura en sí, son importantísimas para leer cine; para comprender, interpretar, las conversaciones que proponen los cineastas, por sobre las cuestiones técnicas.

Pero incluir el contexto social no significa mirar con deferencia las películas según las condiciones de producción del país de origen. Cuando Galán dirigía San Sebastián, recomendaba a sus colegas seleccionadores ver las películas españolas como si fueran húngaras, para elegirlas porque fueran buenas y no porque fueran de su país, pues aunque hubiere afectaciones o identificaciones, no habría patriotismo por ningún lado.

Asimismo, Arciniegas dice no ver con benevolencia las películas latinoamericanas, porque eso es dejarse llevar por el discurso –condescendiente– de que en esta región hacer cine es muy difícil, de que los directores sacan sus proyectos con las uñas. En lugar de acercarse desde la victimización, busca la familiaridad y a sabiendas de que no va a una película gringa y de gran presupuesto.

Y ante las producciones estadounidenses, no es que sea más exigente, pero tampoco se deja llevar por el prejuicio de la fórmula; sabe de qué va el cine comercial de Hollywood, ante el cual se pierde el romanticismo que se tiene del cine como una expresión artística, pero comprende que lo comercial también es necesario para que las películas sean vistas por el público.

“Si un director dice que quiere hacer películas solo para él, pues que las haga pero que no las ponga en una sala”.

Si para el gran público la crítica resulta intrascendente, para los cineastas no lo es tanto. Los hacedores pueden verlo como un fenómeno que queda fuera del cine –lo es para Álex de la Iglesia–, o como parte del oficio –como para David Trueba–; pero les significa un grado de afectación, de conflicto, hasta que comprenden que se trata de la opinión de uno.

Actualmente, Trueba encuentra demasiado previsible al mundo de la opinión cinematográfica, como epidérmica, dictada por modas, basada en el quién es quién, sin permitir nuevos nombres, lejana del disfrute de una película posible para un espectador futuro… como una “atalaya del yo”.

En ese sentido, las relaciones entre crítica y realizador pueden volverse una lucha de egos, donde entran en juego el orgullo del director y la ambición por figurar del periodista de cine.

Ninguna conlleva una solución real, ni la invitación al debate que se propone como el deber ser de la crítica; aunque la función del crítico sea, cada vez, menos importante.

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