Fabián Patinho, autor de ‘El ejército de los tiburones martillo’. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO
En 1939, Camilo Egas pintó un mural de 20 m de ancho por 9 m de largo que se exhibió en el pabellón de Ecuador durante la Feria Mundial de Nueva York. La desaparición de esta obra se convirtió en la historia central de ‘El ejército de los tiburones martillo’, la novela gráfica que Fabián Patinho acaba de publicar con el sello editorial El Fakir.
En este libro, de 209 páginas, el autor rescata la figura de Egas, uno de los artistas imprescindibles de la plástica ecuatoriana, a través del destino final que tuvo este mural, una obra que con el paso del tiempo salió del radar de la historia del arte ecuatoriano para transformarse en un mito urbano. “Hay registros, muy pocos, de que el mural efectivamente existió y que en su hechura también participó Bolívar Mena Franco y Eduardo Kingman”, cuenta.
La historia de la desaparición del mural llegó a sus oídos un par de años antes de toparse de frente con ‘La Calle 14’, su obra favorita de Egas, en la exposición ‘Mariano Retro’, que se exhibió en el Centro de Arte Contemporáneo, en el 2011. Desde entonces estuvo cocinando la idea de narrar una historia donde confluya la pérdida del mural con la de unos jóvenes del Quito contemporáneo empeñados en robar una obra de arte.
Para unir estas dos historias creó al Ejército de los tiburones martillo, un grupo ficticio, que en la década de los 40 estuvo integrado por Germania Paz y Miño, Gonzalo Escudero, Carmen Villalama y Francisco Alexander (personajes que vivieron en Nueva York durante la década de los cuarenta), y que en la actualidad tiene como integrantes a Kika Tejada, Max Jijón, Flavia Rumazo y Ulises Tejada.
Patinho cuenta que la creación de los integrantes del ‘ejército’ de los años 40 surgió de una doble necesidad: la narrativa (que le permitió jugar con la idea de un grupo de personas que localizaron el mural y lo pusieron a buen recaudo) y la histórica (que le permitió recatar a figuras como Francisco Alexander, un músico y traductor ecuatoriano al cual Borges lanzó vítores por haber escrito la mejor traducción al español de ‘Hojas de hierba’).
Siguiendo la línea estadounidense de la novela gráfica del costumbrismo de acción, el autor arma una historia poblada de viñetas donde la vida cotidiana de la ‘franciscana’ ciudad de Quito sale a luz sin empachos. Ahí están los conflictos entre una joven milenial y su padre, la vida sexual de una pareja de cuarentones, o las incertidumbres de unos jóvenes que vagan por las calles y barrios de la ciudad.
Para Patinho era imprescindible que el lector, conozca o no la ciudad, se sienta cercano a ella. Por eso se empeñó en crear viñetas donde Quito se muestre en todas sus facetas. Ahí están las calles del Centro Histórico, la plaza central de La Floresta, el Panecillo, la subida a la Basílica y las calles del sector comercial del norte. “En la novela -cuenta- la ciudad también ayuda a componer el juego de temporalidades que necesitaba la historia”.
Como en muchas de sus historias, incluidas la famosa ‘Ana y Milena’, en esta novela los personajes femeninos tienen un papel estelar. Finalmente, como pasa con el personaje de la escultora Germania Paz y Miño en la década de los 40, Flavia y Kika se convierten en las heroínas de la historia contemporánea de este grupo. En ellas recae el peso de que todo el plan para robar la obra de arte salga a la perfección.
Lo otro es un invitación, desde el humor negro, para reflexionar sobre el tráfico de obras de arte y sobre los personajes olvidados de la historia cultural del país. En ese contexto, esta novela puede funcionar como un puente para que las nuevas generaciones se reconozcan en un pasado artístico que en muchos pasajes también fue irreverente con el poder, como en el caso de Egas y su mural desaparecido.