Franklin Caballero es un experto en el tejido y el hilado con el wango. Foto: Glenda Giacometti / El Comercio
Un proyecto escolar motivó a 34 niños y a su maestra a conocer la cultura y las costumbres del pueblo indígena Salasaka, en la provincia de Tungurahua.
Los infantes pertenecen al Quinto Año de Básica ‘B’ de la Unidad Educativa Francisco Flor, en Ambato. Ellos investigaron y convivieron durante tres meses con los habitantes de la comunidad para aprender sobre una parte de sus tradiciones, fiestas ancestrales, la arquitectura y el idioma kichwa.
El plan se denomina: ‘Salasaka vida, cultura y tradición’. El proyecto está a cargo de Selene Viera, maestra de la institución educativa. El martes pasado, los niños esperaron impacientes a Franklin Caballero, artesano y director del Museo Salasaka, para que les enseñara la técnica del hilado; la actividad está a cargo de las mujeres de la comunidad, localizada en la vía Ambato–Pelileo.
Caballero –vestido con su traje autóctono compuesto por un pantalón y camisa blanca, y poncho negro que cubre hasta las pantorrillas- ingresó al aula. Los niños con emoción corearon ‘alli puncha’ (buenos días) y les devolvió el saludo en el mismo idioma. Llevó entre sus manos el wango, que consiste en un madero que en una de sus puntas está almacenado la fibra lista para el hilado.
Caballero contó que las mujeres de la comunidad hilan su propia lana para confeccionar el anaco, una de las prendas más importantes de su vestimenta indígena. El traje de la mujer se complementa con un reboso morado o verde, y una blusa color blanco con bordados de colores hechos a mano.
Ellas procesan la materia prima desde la esquilada del ovino. Aplican los mismos conocimientos y técnicas ancestrales trasmitidas por las mamas y los taitas por más de 150 años. Según Caballero, eso permite que la prenda de vestir sea resistente y durable. “Los saberes se transmiten de madre a hija, pero también los varones aprenden a hilar y tejer en los grandes telares”.
Tras repartir estos instrumentos rudimentarios explica que con los dedos de la mano izquierda se desprende la fibra apilada en el madero de 25 centímetros de largo y se convierte en un hilo delgado. La materia prima es envuelta con la mano derecha en un sigse puntiagudo. “Esa actividad está a cargo de las mujeres todo el tiempo, porque para tejer un poncho se necesita preparar cuatro kilos de hilo y se tarda un año”, explica a los niños Caballero.
El más interesado en aprender fue Sebastián Castro, de 9 años. Lentamente, intentó desprender la lana apilada en el madero, pero se rompió y pidió ayuda a Caballero. “Es algo interesante aprender a hilar, sus costumbres, su idioma y conocer que el salasaka representa al hombre cóndor”.
Antes de conocer la cultura Salasaka, los niños visitaron en varias ocasiones el pueblo.
Además, recorrieron el Museo que muestra la historia de este pueblo mitimae, que fue traído desde Bolivia por los Incas. Selene Viera, maestra del Quinto Año de la Unidad Educativa Francisco Flor, explicó que la idea del plan es que los niños conozcan las culturas en vivo con la finalidad de evitar la discriminación.
Aseguró que los niños en todo este proceso aprendieron parte de sus raíces, la historia, sus fiestas ancestrales como el Pawkar Raymi, Inti Raymi, los Capitanes y otras. También a saludar en kichwa, aprendieron a hilar, la producción agrícola y los tejidos que se desarrollan en los telares.