200 años del natalicio de Thomas Reed

El puente y túnel de la Paz (1864), sobre la quebrada de los Gallinazos, al inicio de la carretera Nacional. Hoy queda el túnel que da continuidad a la calle de La Ronda.

La congénita debilidad institucional y económica condujo al Ecuador, a 30 años de su fundación, a un destino tan incierto como el primer día de su nacimiento. A la grave crisis interna se sumaba la confabulación de Colombia y el Perú: por el norte el general liberal Tomás Cipriano de Mosquera buscaba la anexión del antiguo departamento de Quito, dejando a Ramón Castilla, del Perú, Guayaquil y Cuenca.
En estas circunstancias surgió la recia y contradictoria figura de Gabriel García Moreno, quien a más de superar la crisis, dominó la escena política ecuatoriana hasta su violenta muerte en 1875.
En Quito, con excepción de la reconstrucción del Palacio de Gobierno, no se había levantado ninguna obra importante. Terminado el período marcista, el país se encontraba en ruinas, y literalmente así estaba Quito, por el fatal terremoto del 22 de marzo de 1859.
Había que refundar la patria. El 10 de abril de 1861 se expidió la séptima Constitución de la República y la Convención nombró presidente a García Moreno, quien buscó ordenar las finanzas y consolidar al país como nación, ejerciendo el poder con energía y con violencia cuando lo creía necesario.
Junto a su fanatismo religioso, es evidente su decidido interés por el progreso y la modernidad, impulsando obras públicas y fomentando la educación y la ciencia. Con su política, así mismo, buscó mejorar a Quito, regenerar su aspecto urbano y dotarla de instituciones y edificios dignos de una verdadera capital de república. Contratará a un sinnúmero de técnicos extranjeros a fin de trazar carreteras, tender puentes, construir edificios, investigar las entrañas de la tierra, desarrollar el conocimiento de la naturaleza para aprovecharla, fomentar las artes, etc. Estableció con científicos jesuitas la Escuela Politécnica (1870) y con los hermanos de las Escuelas Cristianas, el Protectorado Católico (1872) para el aprendizaje de oficios mecánicos.
Sin duda el más importante arquitecto de este período fue Thomas Reed (1817-1878), contratado por García Moreno en 1862 como ‘Arquitecto de la Nación’, dejándolo en libertad para que también realizara obras particulares.
No se han aclarado algunos aspectos de la vida de Reed, como su nacionalidad y el lugar de su formación, que al parecer fue Alemania. Nacido el 12 de diciembre de 1817 en la isla Tórtola, actual capital de las islas Vírgenes británicas, a veces pasa por danés y otras como súbdito británico, condición que mantuvo en el Ecuador.
En 1843, al regresar de Europa, buscó radicarse en Venezuela, sin éxito. En 1846 se trasladará a Bogotá, donde entablará amistad con Tomás Cipriano de Mosquera. A más de planificar el edificio del Capitolio, cuya primera piedra se colocará el 20 de julio de 1847 -pero que no verá terminado-, realizará casas para particulares y varios puentes. En 1849 se le encargará el diseño de una penitenciaría en Bogotá, que planteará como panóptico, con cuatro brazos convergentes, obra que no se iniciará sino en 1874. Este edificio cambió de uso en 1946 a Museo Nacional.
Para 1860 se encontraba en el Perú, donde tuvo éxito en sus empresas, pero luego lo perdió todo, al entrar en una sociedad para explotar la orchilla en Galápagos, que resultó un fracaso. En 1862, estando en Guayaquil fue contactado por el Gobierno ecuatoriano, y se enroló al mismo hasta 1874.
Instalado en Quito, realizará un sinnúmero de obras para el Estado y para particulares. Entre estas últimas se cuentan varias residencias, aún en pie, como la del propio presidente Gabriel García Moreno (Guayaquil y Rocafuerte, plaza de Santo Domingo), del general Ignacio de Veintemilla (Benalcázar y Chile), del Dr. Francisco Javier León (García Moreno y Mejía) y otras desaparecidas, como la del rico comerciante Pedro Pablo García Moreno (Espejo, entre Venezuela y Guayaquil) o la del Dr. Víctor Laso, sustituida por el pasaje Royal en la calle García Moreno. Igualmente diseñaría residencias en Cuenca.
Pero su labor más destacada está en las obras públicas. Su conocimiento ingenieril le permitió enfrentar problemas de gran envergadura, como el puente y túnel de la Paz (1864), sobre la quebrada de los Gallinazos o Jerusalén, al inicio de la carretera Nacional. Desgraciadamente de esta obra solo queda el túnel que da continuidad a la calle de La Ronda, bajo la calle Maldonado.
El puente más grande construido hasta entonces en el Ecuador, y que ostentó esta marca por muchas décadas, es el grandioso puente de Jambelí (1864-1866), de más de ochenta metros de longitud soportado en cinco grandes bóvedas sobre pilones. Salvaba la quebrada de Chisinche en la carretera Nacional, y fue el mismo García Moreno quien lo bautizó así, luego de derrotar el 26 de junio de 1865, en el archipiélago de Jambelí, a las fuerzas urvinistas que intentaban tomar el poder.
Es lamentable que este magnífico puente esté abandonado y con riesgo de deteriorarse rápidamente, una vez que entró en funcionamiento uno nuevo de hormigón armado, en la carretera troncal de la Sierra (E-35) y que torpemente también se lo llama de Jambelí, por ignorancia de la historia.
Se encargó de la construcción de una nueva carnicería en Quito, dos cuadras al oriente de su antigua ubicación en la misma calle Manabí, y en las viejas, años más tarde, levantaría Francisco Schmidt el teatro nacional Sucre. También construyó el edificio para la escuela de Bellas Artes y Conservatorio de Música, aún existente en la calle Chile, retocado en 1977 para la Dirección Financiera municipal. Trabajó en la modernización del hospital San Juan de Dios, y por encargo del Presidente, diseñó y dirigió la construcción de la capilla dedicada a Mariana de Jesús en la iglesia de la Compañía de Jesús en 1873, 20 años después de su beatificación por Pío IX.
También abordó proyectos urbanos, como la lotización de la Alameda (no realizada ventajosamente) y la planificación de la nueva ciudad de Babahoyo, destruida por un incendio en marzo de 1867. Y el diseño de edificios públicos en Riobamba y Latacunga, y especialmente en Ibarra, asolada por el terremoto del 16 de agosto de 1868, que afectó también a Quito, por lo que fue requerido intensamente para que informara sobre daños y reparaciones.
Pero la obra más importante de Reed fue la construcción de la Penitenciaría Nacional (1869-1874), el edificio más grande construido en el país hasta entonces, y que al igual que el puente de Jambelí, ostentó esta marca largo tiempo. Sobre un terreno de una hectárea y media, edificó un panóptico con seis brazos, dos de setenta metros de largo, dos de treinta y dos de cuarenta, con más de trescientas celdas, distribuidas en tres niveles.
La situación penitenciaria del país era desastrosa. El sistema estaba en manos de las municipalidades, lleno de vicios, corrupción y carencias. Por esto, García Moreno decidió construir una penitenciaría moderna en la capital, autorizando la Convención Nacional y su creación en agosto de 1869.
Pero el proyecto de Reed ya estaba avanzado. El complejo debía contener, a más de la sección de hombres, divididos según sus penas, un pabellón para mujeres, otro para menores de 21 y un pabellón independiente para detenidos o condenados a reclusión menor. Además contendría capilla, enfermería, talleres, cocinas, lavandería, patios de ejercicios, residencia del administrador, de empleados y guardias, así como una prevención. Un muro, no menor de siete metros, rodearía el recinto, y en los ángulos se construirían garitas de vigilancia. Debía estar aislada.
Reed demuestra en sus comunicaciones un profundo conocimiento personal del sistema carcelario europeo y norteamericano. Menciona al inglés John Howard (1726-1790) y aplicará la tipología ideada en 1791 por Jeremy Bentham (1748-1832), que con el nombre de “panopticón” se desarrollará casi de forma normativa para las prisiones levantadas en el XIX. Tal como menciona: “que todas las puertas de las celdas puedan ser vistas de un punto central del edificio.”
Reed reflexionará al unísono con García Moreno sobre el sistema penitenciario a aplicar, a fin de que la arquitectura sea resultado de un programa, y no al revés, es decir que la arquitectura imponga una conducta. Enumerará las condiciones que deberá cumplir el edificio: solidez, los mejores materiales (nada de adobe), la mejor mano de obra, sismorresistente, provisión de agua para el consumo y aseo, puertas de hierro en las celdas, con dimensiones de acuerdo con los estándares europeos; pocas celdas oscuras de castigo, la provisión de un celador por cada veintitrés reclusos, y la creación de un reglamento interno. “La arquitectura del edificio debe ser sencilla, aunque característica [...] lo menos posible de adornos…”.
El contrato para la construcción se elevó a escritura pública el 15 de diciembre de 1869, fijándose el valor en 222 149,29 pesos y un plazo de cinco años. Se compararon los terrenos suficientes, junto a la cantera donde terminaba la calle Rocafuerte, al pie del Pichincha. La obra la concluyó Reed el 20 de agosto de 1874, cuatro meses y medio antes del plazo, y fue recibida a satisfacción.
Reed renunció al mismo tiempo a su función pública, y con su esposa María Ana Owens y sus hijos, todos nacidos en Quito, se trasladó a la hacienda Chonana y se dedicó a las labores agrícolas. Intempestivamente el 17 de enero de 1878, falleció su hija de doce años, Eliza Susan, y esta pena tan grande lo llevó a la tumba; al trasladarse enfermo por el río Daule hacia Guayaquil, acaeció su muerte el 26 de enero. Su cuerpo fue trasladado a Chonana y más tarde a Guayaquil, donde se levantó un sobrio monumento en el Cementerio de los Extranjeros.
El 8 de septiembre de 1876 usurpó el poder el general Ignacio de Veintemilla. Más tarde, su gobierno, aduciendo fallas graves en la construcción de la penitenciaría, persiguió judicialmente a la viuda de Reed. No se conoce cómo terminó este penoso asunto; María Ana Owens puso el pleito en manos de sus abogados y buscó amparo en el consulado británico en Guayaquil. Años más tarde, el Dr. Alejandro Cárdenas, conocido jurisconsulto ecuatoriano, probablemente cuando embajador del Ecuador en Argentina conoció a la viuda de Thomas Reed en Buenos Aires, donde se había radicado. En 1913 publicó el artículo “El señor arquitecto Thomas Reed. Recuerdos de ayer”, en la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria.
La obra de Reed es trascendental en el Ecuador. Tuvo la sensibilidad de adaptarse a las técnicas, material e idiosincrasia de la mano de obra local, sin abandonar el rigor constructivo y la calidad estética en sus obras. Fue clave en la transición de la arquitectura colonial a la llamada “republicana”. Repito lo que dice el profesor Alberto Saldarriaga Roa: “su aporte fue temprano; su herencia, perecedera”.
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