Sin música, estaríamos incompletos

Johannes Dering-Read, sobre el escenario del auditorio del Colegio Alemán, que tiene capacidad para 600 personas y quiere convertirse en el espacio cultural del valle de Tumbaco. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Johannes Dering-Read, sobre el escenario del auditorio del Colegio Alemán, que tiene capacidad para 600 personas y quiere convertirse en el espacio cultural del valle de Tumbaco. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Johannes Dering-Read, sobre el escenario del auditorio del Colegio Alemán, que tiene capacidad para 600 personas y quiere convertirse en el espacio cultural del valle de Tumbaco. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Antes de sentarnos a conversar, Johannes Dering-Read cierra puertas y ventanas para que el sonido de instrumentos y cantos de las decenas de niños y adolescentes que nos rodean no nos interrumpa. Vamos a hablar de música y, para eso, necesitamos silencio.

Desde hace diez años vive en Quito y se dedica exclusivamente a la música; no a componer -dice que hace tiempo se dio cuenta de que hay gente que lo hace mejor que él-, sino a transmitir su amor por ella a los más jóvenes.

¿La música, como dice tanta gente, es otro idioma?
Así es. Bueno, y muchos músicos y otras personas que saben de estas cosas dicen que es un idioma universal y, en general, no necesita traducción, se entiende en todo el mundo. Especialmente, la música sin palabras.

¿Un idioma sin palabras que igual cumple la función de comunicar?
Porque puede comunicar todos los sentimientos. Todo lo que una persona quiera expresar se puede expresar con música. Ahí no importa tanto si es jazz, rock, clásica, porque la gente puede expresar con música toda su parte emocional.

¿Por qué la música, en distintos géneros, a veces provoca devoción?
En general, la música, lo que escuchamos, no es nada más que física. Son sonidos que se pueden medir, y saber si son agudos o si son más bajos. Es pura física. Muchas veces hablo con mis alumnos y les pregunto dónde piensan ellos que empieza la emoción; por qué nosotros podemos decir: “Ese tono tiene 440 hertz”, y por qué sentimos la diferencia entre una escala menor y una escala mayor. Aunque es física, nos toca emocionalmente y eso tiene que ver con la estética de la música. Hay muchísimos libros sobre eso.

¿Hay alguna manera de sintetizar esas teorías?
También hay que pensar que no siempre sentimos como ahora sentimos la música. En la Edad Media, años 600, 700, empezó en Europa la música que permitió que se desarrollaran el pop, el rock, todo esto… Antes, por ejemplo, una tercera mayor o una tercera menor no eran tan agradables para la gente, sino las quintas y las cuartas, que eran consideradas los intervalos perfectos. Hasta la tercera menor era considerada una disonancia en esa época y ahora para nosotros es lo perfecto.

Ya.
Es que ya no sentimos que sean tan desagradables ciertas disonancias, como talvez le hubiese pasado a un Mozart o a Beethoven.

¿La música es una de las mayores expresiones de nuestra condición humana?

Segurísimo. La música existe desde que existe el ser humano. Era música talvez más rítmica y usaba más instrumentos de percusión, aunque también había flautas de hueso.

La música es inherente a nuestro estar en el mundo, pero ¿no será una necesidad de imitación a la naturaleza: los pájaros y los sapos cantan, por ejemplo?
Por supuesto, también hay estos sonidos de la naturaleza que hemos copiado y seguimos copiando. Por ejemplo, el famoso compositor del siglo XX Olivier Messiaen hizo varias obras copiando pájaros; y trataba de escribir música escuchándolos. También las canciones infantiles tienen ciertos intervalos que imitan lo que escuchamos en la naturaleza.

¿Hay música en todo?
Así es.

La música contemporánea, con John Cage, por ejemplo, se ha empeñado en demostrar esto, incluso con sonidos que pudieran ser desagradables.
Desagradables según quién escucha. La gente que no está tan acostumbrada a las disonancias va a sentirse incómoda, y esa es la provocación que hacen los compositores. A veces la disonancia es necesaria para después tener la sensación de que hay una resolución. Pero creo que adentro de todo ser humano hay música; es el ritmo. La gente que no hace música, quiere bailar, por ejemplo, y eso ya es música.

¿Existen la buena música y la mala música de forma objetivamente comprobable o, como con la belleza, depende del receptor?
Creo que sí se puede definir lo que es la buena y la mala música, pero no creo que se pueda decir: Todo lo pop es malo ni todo lo que es académico es bueno. Para nada. En la música académica hay composiciones que no tocamos hoy porque eran malas. Y hay excelentes músicos en rock y pop.

¿De qué depende ser bueno o malo?, ¿cuáles son los parámetros?
Depende de varias cosas; de cómo está compuesta la pieza. De la composición en general. Se nota si una persona compone con corazón y dedicación y no tanto por ganar plata. Porque ganar plata es fácil, se hace esta música pegajosa y ya.

Nietzsche dijo que la vida sin música sería un error, ¿lo sería?
Yo ni siquiera me puedo imaginar la vida sin música y creo que para nadie sería posible.

¿Por qué?
Puedo solamente hablar por mí. Para mí la música tiene tanta importancia que es tan parte de mi vida como lo es mi brazo. Me sentiría incompleto sin ella. Yo creo que para Beethoven debe haber sido lo peor no escuchar.

Pero siguió componiendo porque la música estaba dentro suyo.
Siguió porque tenía todo el tiempo música adentro.

¿Qué le hace la música a la gente?
También depende del tipo de música. La música puede unir gente… y también hay que distinguir entre la música funcional y la no funcional.

¿Cuál es la diferencia?

La funcional es, por ejemplo, la música de propaganda; música que está hecha para provocar algo, o la música de las películas. Y hay otra música, como la de las sinfonías, que no tienen una función asignada; los compositores las escribieron porque las sentían. La música puede provocar muy buenas cosas, pero también, problemas. Depende de cómo se usa.

Si el silencio no es necesariamente lo opuesto a la música, ¿qué sería?
Creo que el silencio es necesario.

Y, de hecho, es inherente a la música.
Si no hubiera silencio no podríamos disfrutar de la música, pero esto es el silencio dentro de la música. Los compositores pusieron el silencio para tener después un enfoque un poco más claro en la música misma. Y el contrario de la música no es el silencio. En realidad, no creo que la música tenga un opuesto directo.

¿Cuál es su recuerdo más temprano relacionado con la música?
No sé si es algo que me ha dicho mi madre o si realmente lo recuerdo yo, es difícil decir... Pero yo estaba en los brazos de mi madre en un desfile, creo que en una fiesta de Carnaval, y me puse a mover los brazos como si estuviera dirigiendo a la banda. Tenía unos tres años. Después, a los cinco años, empecé clases de piano.

¿Qué efectos produce en usted la ausencia total de música?
Soledad. Pero yo creo que no sufro esta ausencia, porque cuando no hay música afuera, en mi cabeza siempre hay algo de música.

¿Qué suele sonar más comúnmente en su cabeza?
Tiene mucho que ver con lo que estoy trabajando en ese momento. Ahora, por ejemplo, estamos preparando (con la Escuela de Música) la Misa Ecuatoriana, de Segundo Cóndor, entonces lo que suena en mi cabeza es mucho esta música. Y a veces es solamente un ritmo (mueve la pierna para demostrar lo que le pasa) y de repente me doy cuenta y no sé ni por qué lo hago.

¿Un músico, vivo o muerto, del que quisiera ser amigo, y por qué?

¡De todos, por favor! Y tampoco hago diferencias ahí, me puedo imaginar perfectamente ser amigo de Freddy Mercury o John Cage o un tipo como Beethoven… Hay tantos genios en la música y por suerte son tan diferentes.

Claro, sino podría ser aburridísimo.
Sí, por suerte no hacen todos música clásica. Si sería posible que existiera un Estado de músicos sería increíble.

Johannes Dering-Read
Nació en Mennigen, Alemania, en 1955. Profesor de música de escuela secundaria por la universidad especialiazada en música de Munich. Su instrumento principal es el piano; también toca viola, violín, violonchelo, contrabajo, trompeta, guitarra, y canta. Es director de la Escuela de Música y jefe del área de Cultura del Colegio Alemán de Quito.

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