La poesía tiene dos finalidades en la vida de Aitor Arjol. Una es como un producto cultural en el que se halla el rastro de las inquietudes de un tiempo. La otra, en cambio, habla de cómo esta forma de escritura resulta en una crítica constructiva en la que se ponen en juicio las ideas de los pueblos.
En el fuego – Aitor Arjol
A Aitor le gusta hablar con una taza de café en mano. Y aunque es invitado a tomarlo fuera de su casa, él prefiere preparar su propio tinto. Tal vez así logra entrar en verdadera comunión con todos quienes habitan allí: sus libros, sus agendas y los poetas latinoamericanos que, en retratos fotográficos, reposan en las paredes de su sala.
En cierta forma, este año vive su aniversario de plata con la escritura. Hace 25 años empezó a dar forma a su universo literario. Neruda, Benedetti, Parra, Adoum… han sido varios los escritores que lo han acompañado en esta apuesta por la palabra.
A ellos los visita cada fin de semana en su memoria. En especial los domingos, cuando va hasta la Capilla del Hombre, aquel legado arquitectónico que dejó Guayasamín para la vida artística de la ciudad. Allí conversa con sus amigos poetas (aunque también lo hace con algunos pintores) recordando sus palabras y, posiblemente, leyéndolos en voz alta.
Y es que para él, el arte —sea este escrito, sonoro o visual— es algo vivo. Sus creadores no yacen bajo la tierra de un cementerio ya que están constantemente presentes en la memoria de quienes los admiran.
Desde hace tres años, Aitor decidió que la escritura necesitaba un espacio más relevante. Entonces empezó a dedicarse exclusivamente a esta, cuidándose de la fiebre editorial que padece la contemporaneidad, la misma que ha llevado a convertir al libro en una mercancía antes que en un bien cultural. Piensa que la poesía debe ser independiente y libre, y por eso prefiere que el poema encuentre su propio camino antes que él imponerle uno a ella.
Mientras llega el momento en el que decida entrar en el mundo editorial, Aitor Arjol continuará en su labor como profesor de bachillerato. Es consciente de que hacer poesía no es algo que se enseña en unas horas de clase. Por ello, él asume una postura de guía, de hombre que presenta ampliamente lo que hay en la literatura para que sus alumnos encuentren su propia voz.