Los beneficios que ofrecía la globalización no se distribuyeron equitativamente y las críticas al libre comercio llegaron incluso de los países desarrollados. Foto: Ingimage
La globalización está en crisis y su futuro es incierto. Para unos, el paso siguiente es desmantelarla porque no ha generado el bienestar esperado. Para otros, la crisis es parte de la evolución hacia una nueva etapa de la globalización, como ha sucedido históricamente.
Uno de los principales síntomas de esta crisis de la globalización es la desaceleración del comercio mundial, ocasionada principalmente por las disputas entre Estados Unidos y China, las principales potencias económicas del mundo.
La Organización Mundial de Comercio (OMC) rebajó en septiembre pasado su pronóstico de crecimiento comercial, en medio de una guerra arancelaria y las condiciones más estrictas del mercado crediticio. Ahora se prevé que el crecimiento del comercio disminuirá este año a un 3,7%, de un 3,9% esperado en el 2018. Pero estas estimaciones podrían bajar más si las condiciones comerciales continúan deteriorándose.
Para conocer oportunamente la dirección del comercio mundial en un momento dado, la OMC creó el Indicador de las Perspectivas del Comercio Mundial (WTOI). La cifra más reciente, publicada el 19 de febrero pasado, evidenció que es probable que la debilidad del comercio persista hasta el primer trimestre de este año.
Este indicador, que se elabora trimestralmente, se ubicó en 96,3 puntos y fue el más débil desde marzo de 2010.
“Esta pérdida sostenida de impulso pone de relieve la urgencia de reducir las tensiones comerciales que, junto con los riesgos políticos continuos y la volatilidad financiera, podrían presagiar una desaceleración económica más amplia”, señaló la OMC.
Pero este problema no es coyuntural. Antes de la crisis económica del 2008, el comercio internacional crecía al doble que la producción mundial. A partir del 2012 crece más o menos a la misma tasa.
Hay factores de fondo que están afectando a la globalización, según el catedrático Marco Antonio Barroso. En un artículo del diario Página Siete, publicado en diciembre pasado, Barroso explica que la ofensiva contra la globalización se ha alimentado de dos factores bien conocidos: la desigualdad y la migración.
La globalización ha perjudicado a varios sectores de la población y no se adoptaron medidas para protegerlos. Asimismo, las migraciones han sido uno de las principales excusas del nacionalismo y del populismo, que hoy se reflejan en consignas como la de ‘America first’, que promueve el presidente Donald Trump.
En enero pasado, la revista The Economist publicó un artículo denominado “slowbalisation”, en referencia a la lentitud con la que viene avanzando el comercio mundial.
En la edad de oro de la globalización (1990-2010), el comercio se disparó a medida que disminuía el costo de transporte de mercancías. Las llamadas telefónicas se abarataron y las finanzas se liberalizaron.
Pero en la última década, la globalización ha avanzado a la velocidad de un caracol. Entre las razones que explican esa evolución, la revista señala que el costo de transportar mercancías ha dejado de caer, el comercio está cambiando hacia los servicios, que son más difíciles de vender, y la manufactura china se ha vuelto más autosuficiente, por lo que necesita importar menos.
Asimismo, las reglas del comercio se están reescribiendo en todo el mundo. El principio de que los inversores y las empresas deben recibir un trato igual sin importar su nacionalidad se está abandonado.
La rivalidad geopolítica también está afectando a la industria tecnológica, que representa aproximadamente el 20% del comercio mundial. Estados Unidos y la Unión Europea tienen nuevos regímenes para la inversión extranjera, mientras que China no tiene intención de dar a las empresas extranjeras un campo de juego nivelado.
Las empresas comienzan a disminuir su exposición en países e industrias con alto riesgo geopolítico. La inversión china en Europa y América cayó un 73% el 2018 y la inversión transfronteriza de las empresas multinacionales se redujo un 20% el mismo año.
Por todo esto, The Economist cree que el nuevo mundo funcionará de manera diferente. La desaceleración conducirá a vínculos más profundos dentro de los bloques regionales. Las cadenas de suministro en América del Norte, Europa y Asia están comprando más cerca de sus hogares. En Asia y Europa, la mayor parte del comercio ya es intrarregional.
La lentitud de la globalización tiene dos grandes desventajas, según la revista. En primer lugar, crea nuevas dificultades para los países emergentes, los cuales cerraron parte de la brecha con los países desarrollados durante la época de oro de la globalización.
Segundo, no solucionará los problemas que creó la globalización. El cambio climático, la migración y la evasión de impuestos serán aún más difíciles de resolver sin la cooperación global. “Los problemas desatendidos del mundo integrado ahora han crecido a los ojos del público hasta el punto que los beneficios del orden global son fácilmente olvidados. Sin embargo, la solución que se ofrece no es realmente una solución. La lentitud será más cruel y menos estable que su predecesora. Al final solo alimentará el descontento”.
Pero este análisis no considera que la globalización ya ha pasado por otras crisis parecidas, aunque se deberán hacer correctivos para que funcione.
Javier García-Arenas, economista del Área de Planificación Estratégica y Estudios de CaixaBank Research, cree que la mayoría de estudios coinciden en que “nos encontramos en las postrimerías de la llamada segunda oleada de globalización y que, en caso de que se produzca un nuevo impulso globalizador, podríamos entrar en la tercera oleada dentro de poco tiempo”.
Explica que cada oleada se asocia a un proceso de cambio tecnológico concreto: la primera ocurrió entre 1870 y la Gran Depresión, y se asocia a la Revolución Industrial; la segunda abarcó desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad y se asocia a la revolución de las TIC. Y la tercera, si se produce, estará profundamente condicionada por la revolución digital.
Según la OMC, lo que ha determinado en gran medida el avance o el retroceso de la integración del comercio mundial durante los dos últimos siglos ha sido la capacidad de gestionar los cambios estructurales impulsados por la tecnología.
Y la clave del éxito dependerá de si se logran, al menos, dos objetivos fundamentales: distribuir mejor los beneficios de la globalización y adoptar los mecanismos para que el proceso de cambio tecnológico que vive el mundo actualmente sea inclusivo. Es decir, hay que reglobalizar el mundo.
Esa tarea no es muy complicada si se copia lo que han hecho los países nórdicos, los más globalizados del mundo. “Ellos sabían que, a menos que la mayoría de los trabajadores consideraran que la globalización los beneficiaba, no sería sostenible. Y los ricos en estos países reconocieron que si la globalización iba a funcionar como debería, habría suficientes beneficios para todos”, señaló Joseph Stiglitz, quien en el 2006 publicó el libro Cómo hacer que funcione la globalización.