Los múltiples rostros del populismo

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, es uno de los rostros del populismo de la derecha en la región. Foto: Carl De Souza / AFP.

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, es uno de los rostros del populismo de la derecha en la región. Foto: Carl De Souza / AFP.

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, es uno de los rostros del populismo de la derecha en la región. Foto: Carl De Souza / AFP.

La palabra populismo al parecer ha dejado ya de tener el sentido peyorativo de décadas pasadas. Fenómeno que nace en países de sistemas políticos débiles, está incursionando en aquellos donde se pensaba que había partidos sólidos. Pero ahora es una realidad que, al menos por un buen tiempo, llegó para quedarse.

No es un fenómeno reciente, ni siquiera del siglo pasado. Y no es tan latinoamericano como se quiere pensar. El populismo nació en el propio Estados Unidos a finales del siglo XIX con el People’s Party. Pero fue América Latina la tierra en donde pudo germinar este modo de hacer política en el siglo XX. Llegaron a ser poder. Juan Domingo Perón, en Argentina; Getúlio Vargas, en Brasil; José María Velasco Ibarra, en Ecuador.

De ellos, Perón es el más emblemático pues se constituye en el líder que sigue vivo en el imaginario de los argentinos. La marcha peronista (“Perón, Perón, qué grande sos, /mi general, cuánto valés/ Perón, Perón, gran conductor / sos el primer trabajador”) se sigue cantando con un fervor que pudiera estremecer si se lo escucha sin las pasiones que genera, ya sea a favor o en contra.

Perón tuvo un acierto del que carecieron sus contemporáneos: contó con los trabajadores como sus sujetos políticos, según el filósofo argentino José Pablo Feinman. Perón supo arrebatar el sindicalismo del comunismo, el socialismo y el anarquismo. Eso le otorgó tal perdurabilidad, que Argentina no ha dejado -no dejará- de ser un país peronista.

Perón, en el fondo, es -consciente o no- referente de los populismos de izquierda que se formaron en estos tiempos, adornados con el nombre ‘socialismo del siglo XXI’. Pero en los años 60 y 70, la Juventud Peronista creyó que Perón, al regresar del exilio en España, abrazaría la causa de la izquierda. Fue todo lo contrario: los llamó “imberbes”. El tercer Perón, ese que regresó como un mesías, era de derecha.

Esta paradoja refleja algo: el populismo puede ir de izquierda a derecha. Son distintos, pero con prácticas políticas iguales. Bolivia, Venezuela, Ecuador y la misma Argentina con Kirchner se orientaron hacia un populismo de izquierda.

Ahora, en Brasil (difícilmente se puede decir que los gobiernos del PT eran estrictamente populistas) y EE.UU. se vive el populismo de derecha. Tampoco es un fenómeno nuevo: se lo tuvo con Carlos Menem, en Argentina, y Alberto Fujimori, en Perú, en la década de los 90.

En ambos casos, el populismo ha sido reivindicado por intelectuales: Ernesto Laclau, referente teórico de la izquierda; Steve Bannon, el genio que delineó toda la estrategia de Donald Trump, quien ya ha sentenciado que “el mundo deberá elegir entre el populismo de derecha o de izquierda” y mueve las fichas para crear una internacional del populismo de derecha.

Carlos de la Torre Espinosa ha dedicado su carrera académica a entender este fenómeno. Sostiene que, para lograr “alguna utilidad analítica, hay que tener en claro los diferentes tipos de populismo”, pero también los aspectos que los unen. Y las diferencias entre el de izquierda y el de derecha no son algo menor.

En el caso del de derecha hay una nostalgia del pasado, pero es un pasado patriarcal, sin derechos para las minorías que ocupan lugares subordinados. “Los populismos de izquierda por lo menos veían al futuro, querían construir algo nuevo, aunque se veía desde el principio que no lo iban a lograr”.

La categoría ‘pueblo’ es politizada por la derecha con criterios étnicos: la imagen de los mexicanos que tiene Trump; los indígenas son objeto de las primeras políticas de Bolsonaro (y no favorables). En cambio, el populismo de izquierda concibe el ‘pueblo’ como una categoría socioeconómica: pobres contra ricos, los excluidos frente a las oligarquías.

Y esta última diferencia da paso a una práctica política común en ambos: la afirmación de los antagonistas, el pueblo frente a las élites. Y élites pueden ser las oligarquías, si se es de izquierda, o los “marxistas”, las minorías “privilegiadas”, si se es derecha. Curiosamente, derecha e izquierda tienen el mismo enemigo: . Llámense Correa, Trump, Hugo Chávez, Evo Morales, Kirchner o Bolsonaro, los medios no dejarán de ser antagonistas, al igual que la institucionalidad.

De la Torre además refiere a que ese pueblo será abrazado por un líder, elemento esencial para todo populismo, que será la encarnación del pueblo y de los valores nacionales. Y con ello se erige el ego mesiánico.

Pero estos populismos tendrán también un desafío que difícilmente logran resolver del todo ya llegados al poder: consolidar una organización política. El Partido Justicialista de Argentina (peronismo), Alianza País, Socialista Unido de Venezuela y el Partido Social Liberal de Boslonaro tuvieron poca vida o fuerza antes de llegar al poder. No se puede decir lo mismo del PT brasileño o del Frente Amplio uruguayo, que llegaron a ser gobierno luego de una larga y ardua militancia. El caso de Evo Morales es particular: gana las elecciones por una coalición de organizaciones de histórica resistencia para luego derivar en el líder que busca, violando la Constitución o ignorando la voluntad de un plebiscito, llegar a su cuarto mandato.

Yhay algo que parece tener más de azar que de estrategia. Los nombres que pueden tener una fuerza en el imaginario social y que radicalizan aún más su ideario: Perón, que permite todas las rimas de su marcha; Correa, que latiguea a sus enemigos. Y, si se quiere ir aún más lejos, el segundo nombre del Presidente brasileño concentra todos los populismos: Messias, el llamado a redimir a un país de todos sus males precedentes.

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