Jorge Miñarcaja toca la bocina cuando un nuevo grupo de turistas arriba a La Moya. Foto: Cristina Márquez/ EL COMERCIO.
Cantos en kichwa y bailes autóctonos reciben a los turistas que cada fin de semana llegan en el recorrido del Tren de Hielo. Los habitantes de La Moya y Jatari Campesino se preparan para desarrollar sus talentos y recuperar los conocimientos antiguos sobre música, para incorporarlos al menú turístico de la comunidad.
Los niños, hijos de las socias de la Asociación de Mujeres de Jatari Campesino, ensayan coreografías de baile al ritmo de sanjuanitos y capishcas. Cuando los turistas del tren llegan, la música suena en un pequeño parlante y los pequeños artistas empiezan a bailar.
“Es un momento muy conmovedor. Los niños tienen entre nueve y cinco años, y un gran carisma. Es una de las experiencias más agradables del recorrido”, comenta Tayler Cristiansen, un turista.
En la misma plaza donde los niños bailan, hay un mural del pintor riobambeño Pablo Sanaguano. En la obra de arte se cuenta la historia de la comunidad y están plasmados los personajes y fiestas más representativas.
Las mujeres, quienes fueron capacitadas como guías nativas de la comunidad, ofrecen un recorrido a lo largo del mural de siete metros, mientras explican lo que cada elemento significa. Ellas también pintaron algunas de las figuras del mural con la guía del artista.
“Aprendimos las técnicas básicas para pintar. Se requiere de mucha paciencia para hacerlo, pero al final el pintor hizo que todo se viera bien. A los niños les encantaba venir y sentarse por horas a ver cómo pintaba”, cuenta María Pilamunga, una socia.
El recorrido por la ruta de los hieleros concluye en La Moya. Allí Manuel Miñarcaja recibe a los turistas con el sonido fuerte de su bocina. Él es el único en su comunidad que puede entonar ese instrumento.
Antiguamente la bocina era el único medio de convocatoria para toda la comunidad. Sonaba cuando había problemas, para anunciar un acontecimiento importante, o una reunión. Para los turistas suena para darles la bienvenida.
“La bocina tiene diferentes sonidos, y cada uno tiene un significado distinto. Ahora todos tienen celular y ya no es necesaria, por eso empezó a perderse. Pero antes el bocinero era muy importante, y sólo los jóvenes más destacados eran elegidos para aprender de este oficio”, explica Miñarcaja.
El sonido de la bocina puede escucharse incluso a kilómetros de distancia. Cuando los turistas la escuchan se acercan curiosos para examinar el instrumento musical hecho con un cuerno de vaca y troncos huecos.
El interés que despertó la bocina en los turistas motivó a un grupo de jóvenes de la comunidad a aprender el oficio de bocinero y conservar la tradición.
En esa comunidad hay otro mural de Pablo Sanaguano, pintado junto a la gente de la comunidad. Allí se muestra el oficio extinto de los hieleros del Chimborazo, las fiestas religiosas de la comunidad.
“El turismo nos motivó a recuperar el arte antiguo”, cuenta Luis Tene, un comunero.