Moda, comercio y autogestión a través de la ropa usada

Hallados es una de las tiendas pioneras en comercializar prendas usadas de buena calidad en Guayaquil. Las marcas y el precio son dos de sus atractivos. Foto: Mario Faustis/ El Comercio

El paradigma de los amantes de la moda representa a ‘fashion victims’, hombres y mujeres seguidores acérrimos de las últimas producciones y de la ropa de temporada. Pero este arquetipo poco a poco se va rompiendo con una de las últimas tendencias de esta industria que está impulsando desde hace una década un consumo más inteligente y responsable.
Se trata del ‘slow fashion’ (moda en cámara lenta), una nueva corriente no solo estética, sino también ética, que incluye el reciclaje e intercambio de prendas como una de sus bases más importantes.
La aceptación de este movimiento ha sido grande. En países como Estados Unidos, Australia, y distintos rincones de Europa, es ya parte del estilo de vida. Tiendas especializadas reciben prendas de segunda mano para comercializarlas.
Otra opción es la venta directa de los antiguos dueños a nuevas manos, en mercados de pulgas llamados ‘flea markets’.
Ecuador no se ha quedado atrás. En Guayaquil, funcionan varios locales de este tipo. Hallados, que funciona en el centro comercial Albán Borja, fue el pionero. El sitio nació hace 10 años por iniciativa de Sergio Guimaraes junto a su madre y socia, Joya Santhiago.
En su local se pueden encontrar desde vestidos de fiesta y coctel, hasta ropa de uso diario, bisutería y calzado. Hay de todas las marcas, pero en su mayoría son importadas como Zara, Forever 21, Liz Claiborne, New York & Company, Nine…
En Hallados, un vestido largo para la noche se puede encontrar desde USD 60. En muchos casos, son prendas que han sido usadas una sola vez y el dueño no desea repetirlas, dice Guimaraes. Esto permite que un segundo propietario acceda a prendas de calidad a un precio mucho menor.
La guayaquileña Gloría Mejía, ‘fashion blogger’ del portal The Trendy Machine, explica que parte del reciclaje de ropa incluye también guardar prendas de temporadas pasadas.
Esa es una de las propuestas del ‘slow fashion’, término acuñado en 2007 por Kate Fletcher, del Centro de Moda Sostenible con base en Reino Unido. La idea es crear una moda independiente y atemporal, que dure más y trascienda.
Mejía cuenta que tiene piezas heredadas de su madre y abuela. “Eso les da un valor agregado porque son únicas”. Otro principio de la moda de cámara lenta propone donar o vender la ropa que ya no se usa.
Así han nacido espacios donde se pueden ofrecer prendas de segunda mano a nuevos dueños. Uno de ellos es El Mercadillo, una pequeña feria que se realiza cada 15 días en el Puerto Principal. Ahí se vende desde comida y creaciones artísticas hasta artículos usados que tienen gran acogida.
Julissa Suárez compró en El Mercadillo una falda multicolor, convirtiéndose en su segunda dueña. Para ella, es una buena alternativa para acceder a prendas de calidad que muchas veces no se encuentran ya en el mercado, además de que el precio es más económico.
Esta corriente que da una ‘segunda oportunidad’ a las prendas también está presente en el Distrito Metropolitano. Una de las tiendas más representativas en términos de comercialización de ropa usada es Amigui.
La firma, que nació en el 2009, actualmente cuenta con tres puntos de venta y dos centros de acopio de las prendas. El reciclaje de la ropa que ya no se usa pero que está en buen estado fue una de las premisas con las que nació la tienda.
Gabriela Vásconez, una de las fundadoras de Amigui, contó que cada mes receptan un promedio 6 000 prendas de segunda mano. La ventaja de esta forma de comercialización, para los proveedores, es que pueden recuperar espacio, renovar su clóset y obtener dinero a cambio de los artículos que permanecen guardados.
Eso sí, no cualquier ropa se acepta como insumo, enfatizó Vásconez. Cuando alguien va a ofrecer su ropa, se busca que esté en buenas condiciones y que forme parte de las tendencias de moda que se lanzaron en los últimos diez años.
Una de las características de Amigui es que tienen una categoría especial para la ropa de niño. “Generalmente las prendas para niños pequeños se usan pocas veces y luego quedan relegadas al olvido”.
Por esta razón, en los locales también cuentan con líneas enfocadas en menores de edad.
Pero la ropa usada no se usa solamente con fines comerciales o de reciclaje. También sirve para colectar fondos que financian iniciativas sociales. Ese es el caso de la plataforma Justicia para Vanessa-Ni una mujer menos, que organiza mercados de pulgas en La Floresta, en el norte de Quito.
Rosa Ortega, miembro de la plataforma, contó que la venta de ropa y artículos usados es una forma de autogestión para promover actividades que buscan erradicar la violencia de género y el feminicidio.
Las prendas las obtienen a través de donaciones de otros miembros de la plataforma o de personas que están en contra de la violencia contra las mujeres. Verónica Vera, otra integrante del grupo, refirió que la aceptación del público ha sido buena. “Ofertamos prendas desde USD 0,50 hasta 3”.
Cuando alguien compra un artículo, también escucha testimonios del estado del feminicidio en el país.