Aún se le eriza la piel. Han pasado años y en Gladys Reyes renace ese susto cuando recuerda. “Siempre hacemos la mesa de difuntos. Pero un año pensamos no hacerla”.
Aquella vez una puerta de su casa se cerró sola, con una fuerza inexplicable. “Fue una señal para seguir la tradición”.
Preparar un banquete para los finados es una costumbre que mezcla reverencia y misterio en la provincia de Santa Elena.
Familias enteras lo hacen cada 1 de noviembre, por las almas de los pequeños; y el 2, por los adultos que se fueron.
Hacen sus platos preferidos para adornar la mesa. Prenden una vela en el centro. Y un cortinaje lo cubre todo. Entonces se invita a los difuntos, con una oración y por su nombre.
El origen de este ritual también es un misterio. Desde la cultura Las Vegas (8 000 a.C.) se rendía culto a los muertos con vasijas llenas de comida y bebida, para el viaje a otra vida.
Pero de conversaciones con abuelas de 80, 90 años o más, Félix Lavayen concluye que esta mesa se prepara hace más de 300 años en la península. “Ellas aprendieron el ritual de sus bisabuelas”, dice el gestor cultural del Museo Amantes de Sumpa, en Santa Elena.
Ciruelas, coladas, aguardiente, tallarín, dulce de camote… Una mesa de muestra ocupa un espacio en el museo.
Para Luisa Ramírez esa es la herencia de sus padres. Nació en la comuna Colonche hace 61 años y cada noviembre arma una mesa para invitarlos. “Hacemos pan, picante, colada, camote asado, cualquier cosita”.
Washington, uno de sus hijos, recuerda su infancia en Colonche. “A la medianoche la vela de la mesa se quería apagar. Mis abuelos decían que los difuntos habían llegado”.
Sombras y ruidos, comida que desaparece. “Coincidencias o sugestiones -dice Lavayen-. Lo cierto es que nadie puede interrumpir la mesa hasta el mediodía. Se cree que las almas vienen a comer”.
Quienes sucumbieron por curiosidad relatan que han visto a sus finados. Y otros no viven para contarlo. Entre leyenda y realidad, cuentan que una niña quiso tomar una fruta de la mesa. “Pasó días sin comer, sin hablar. Dicen que vio a su mamá muerta y luego murió”.
Pero lejos del misticismo, la mesa de los muertos invita a compartir. Cuando las sábanas se levantan, los platos quedan a disposición de los vivos.
Los más chicos piden su parte con una frase mágica: ángeles somos/del cielo venimos/pan pedimos./Si no nos dan / nunca más venimos.
Hoy, la familia de Gladys Reyes recibe a decenas de invitados. Van en busca de un bocado antes de ir al cementerio al atardecer. Julio, uno de sus hermanos, cree que así mantienen vivo el espíritu bondadoso de doña Carlota, su madre. Aunque él tampoco se ha librado del susto. “Hace 20 años vi dos sombras tras la mesa”. Pensó que eran sus hermanos, pero no había nadie tras las sábanas.