A casi un mes de su fallecimiento, varios homenajes se realizarán en memoria del escritor. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
Todo estaba previsto para que esta tarde (22 de enero) Ulises Estrella Moya llegara a una de las aulas de la Universidad Central del Ecuador (UCE) y se dispusiera a leer sus poemas frente a un grupo de docentes y estudiantes. Así empezaría su año, con un primer acto académico a través del cual iniciaría la ronda de presentaciones de ‘Contrafactual’, su más reciente poemario, que se predisponía a difundir entre los lectores ecuatorianos por medio de charlas y tertulias.
Mas la muerte le llegó en la mañana del 27 de diciembre pasado, precisamente en el mes en que planeaba cerrar las puertas de Las Luciérnagas, espacio cultural que nació en el 2012 tras su salida de la dirección de la Cinemateca Nacional, fundada por él en 1981 para preservar el patrimonio audiovisual ecuatoriano y mundial.
No es su voz la que se escuchará esta noche, a las 18:00, en el auditorio Pedro Jorge Vera de la Facultad de Comunicación Social de la UCE, pero su palabra estará viva a través del homenaje que le rinden parte de sus amigos, personas que lo acompañaron en el cineclubismo o que fueron sus lectores.
Este no será el único homenaje. Bajo la coordinación de Fernando Carrión, el 6 de febrero habrá otro en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), a las 18:00. Para el mismo está programada la proyección de alguna de las películas de Estrella, además de la lectura de sus textos.
El poeta y el cinéfilo
Quito fue el lugar de los varios nacimientos de Ulises Estrella. El primero fue el carnal, en 1939, cuando la ciudad aún mantenía su espíritu campestre.
Pocos años después, en las aulas de la Escuela Espejo, con la lectura de la ‘Odisea’, empezó a gestarse una de sus pasiones: las letras. Su afición por la lectura fue creciendo hasta que en los años 60 se dio su segundo nacimiento: como poeta.
Su paso por la vida universitaria fue el detonante para dar forma, junto con Fernando Tinajero, a los Tzántzicos, uno de los movimientos culturales vanguardistas de la época, cuya labor fue definida por Agustín Cueva así: “Los Tzántzicos aparecieron cuando en Ecuador se había pasado de la literatura de la miseria a la miseria de la literatura”. Los Tzántzicos llegaron para acabar con el statu quo de la literatura local. De este momento, en la pluma de Estrella se fraguó el poemario ‘Clamor’.
En esa misma época se volvió trotamundos. Panamá, Estados Unidos, Colombia, México… Un viaje por el continente que amplió su mirada. A finales de 1960 empezó su trabajo como académico, que lo llevó por nuevos caminos que terminarán en su tercer nacimiento: como cinéfilo; afición que derivó en que Ulises se convirtiera en el mayor promotor del cineclubismo del país y en el celoso guardián del patrimonio fílmico ecuatoriano.
A la par, fue creando un archivo personal cuyo destino aún no se ha definido, según su hija, Isadora Estrella Katz, quien ha quedado en su custodia.
El amigo
A casi un mes de su muerte, los recuerdos de Estrella vienen y van de las cabezas de personas como Marco Antonio Rodríguez, con quien entabló una amistad de casi medio siglo. “Ulises jamás inclinó su cerviz ante el poder”, dice el crítico, quien para esta tarde ha preparado un discurso titulado ‘Ulises Estrella, encuentro sin despedidas’.
En este resalta dos de las pasiones del poeta: la literatura y el cine. Y de lo que no habla, pero sí recuerda en una entrevista, es de su increíble memoria. Wilma Granda, actual directora de la Cinemateca Nacional y colaboradora de Estrella por años, confirma este hecho.
Música, pintura, teatro, literatura, cine… Para Granda resultan innumerables los ámbitos cultivados por su exjefe. “Era como Google”, dice. Conocimiento que era compartido con quienes lo acompañaban. Testigo de esto es Laura Godoy Andrade, quien también trabajó junto al escritor en la Cinemateca. “Con él todo era un estudio”. Y es por ello que a sus alumnos enviaba lecturas de filosofía, estética, historia, etc.
La generosidad también lo caracterizó. La investigadora y escritora Susana Freire recuerda que “siempre nos pedía que estemos por encima del bien y del mal”, lo cual implicaba trabajo honesto y con la predisposición de ayudar a quien lo necesite.
Verónica Falconí, su amiga de los últimos 31 años, rememora un detalle poco conocido fuera del círculo de amigos de Ulises: su espíritu festivo. “Nos enseñó algunos pasos de salsa cubana”, comenta, e inmediatamente se dibujan en su memoria recuerdos de las fiestas con el escritor.
No se olvida de que en cada reunión con él no faltaban las risas, los chistes y la oportunidad para levantar el ánimo a todo el grupo.