Hugo Espejo (izq.), jefe de emergencias en el Hospital Vozandes
Foto: Vicente Costales/EL COMERCIO
Mientras la mayoría disfrutará con familia o amigos, profesionales de salud y de emergencias, así como pacientes, vivirán un 31 poco tradicional.
Para buena parte del personal de salud no será la primera vez y además, hasta es parte de su día a día, perderse celebraciones y fechas especiales. Están acostumbrados a trabajar en turnos para cubrir las 24 horas del día y los siete días de la semana.
Por ejemplo, en el Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS en Quito, estarán de guardia este domingo, en turnos de ocho horas, en total: 171 médicos, 351 enfermeras, 33 laboratoristas, 19 camilleros, 22 personas de farmacia y 7 paramédicos. El número de pacientes es fluctuante, por lo que prefirieron no proporcionar una cifra.
En el Eugenio Espejo, uno de los hospitales de especialidades más grandes del país, habrá 250 pacientes este 31.
Les presentamos las historias de Leopoldo Montero, paramédico; Wendy Cruz, operadora de central de emergencias; Hugo Espejo, doctor; y Yassira Quinaloa, paciente.
Leopoldo Montero: Lo primero es servir
Leopoldo Montero, paramédico. Foto: Patricio Terán/EL COMERCIO
“Desde el 2009, todos los 31 de diciembre he trabajado; no he podido disfrutar ese día junto a mi familia. Y lo mismo ocurrirá este año.
La fecha me pone sentimental, extrañaré a mi esposa y a mis dos hijos, de 1 y 16 años. Pero estoy preparado para esto. Una vez, mi hijo mayor me reclamó, pero entendió que así es mi tarea como paramédico, lo primero es servir. El compromiso al ser parte de Cruz Roja es muy grande.
Recuerdo una emergencia que atendí en mi primer turno. Era un motociclista que se chocó contra un poste en la av. General Rumiñahui, vía al valle de Los Chillos. Al llegar, la víctima estaba tan rígida, que sus brazos seguían pegados al volante.
Al principio me asombré, pero uno se prepara psicológicamente para ver esa clase de eventos tan graves.
Desde que comenzamos el turno, nuestra unidad permanece detenida en una sola base que cubre un sector de Quito. Allí estamos pendientes de lo que ocurre durante la noche.
Cuando regrese a casa, el 1 de enero del 2018, lo primero que haré será abrazar a mi querida familia”.
Wendy Cruz: Más casos aparecen el 1
Wendy Cruz, operadora de central de emergencia. Foto: Patricio Terán/EL COMERCIO
“Mi turno comenzará a las 19:00 del domingo 31 y terminará a las 07:00 del lunes 1 de enero. En esas horas suele haber accidentes y más casos que requieren atención médica urgente.
Generalmente, el último día del año es tranquilo hasta la medianoche. Empiezo a recibir las llamadas a la central de emergencias en la madrugada del nuevo año. Aparecen pacientes con quemaduras, por haber estado en contacto con fuego.
La gente también llega con intoxicaciones alcohólicas, golpes y caídas tras consumir licor. La anterior vez que trabajé la noche del 31 de diciembre fue en el 2015, cuando atendí unas 30 emergencias como operadora, pero por llamada telefónica hay más personas que necesitan ayuda. A veces, la situación es incontenible.
Cuando llega el nuevo año, los primeros mensajes que recibimos son los de compañeros que se comunican por radio desde otras provincias. Tienen las alertas del día.
Sí, siento nostalgia porque planificamos pasar junto con nuestras familias, pero entendemos que nuestra misión es permanecer en alerta”.
Hugo Espejo: Satisfecho de salvar vidas
Hugo Espejo, doctor. Foto: Vicente Costales/EL COMERCIO
“Hace cinco años, cuando era médico residente, me quedé de guardia por primera vez un 31 de diciembre. Salimos un momento para quemar el monigote. Nos dimos el abrazo y volvimos para atender a los pacientes.
Cuando nos dimos cuenta, ya eran las 03:00 y todo había acabado. Seguimos trabajando hasta las 07:00. El 31 es muy ajetreado. Hay mucho trabajo y necesitamos concentrarnos.
Soy casado y tengo dos hijos. A ellos les llamo. Pero en ocasiones, no se puede concluir la llamada porque llegan los pacientes críticos.
Cuando salgo al turno, mi familia se pone melancólica. La mamá (médica familiar) les explica a los niños y les hace entender que así es nuestra vida. Ella me comprende mucho.
En el hospital trato de mantener una relación amigable. Es mi segunda familia. Además, siento satisfacción al poder salvar una vida. Eso compensa el estar lejos de seres queridos.
Recuerdo a un paciente que en esta fecha estrechó mi mano y me dio un libro. Estos detalles me llenan y me hacen sentir que voy en el camino correcto. No me veo en otra profesión”.
Luis Quinaloa: Pasaremos con mi hija
Yassira Quinaloa, paciente. Foto: Patricio Terán/EL COMERCIO
“El accidente ocurrió el pasado 23 de diciembre en mi casa, ubicada en Chillanes, provincia de Bolívar.
Estábamos junto a mi esposa en nuestra parcela, preparando el terreno para sembrar habas y mellocos. Quemábamos la mala hierba que había crecido para despejar el terreno y prendimos fuego a una llanta. Lamentablemente, no nos percatamos de que nuestra hija, Yassira, de 1 año y 2 meses, gateaba cerca de allí.
La niña tocó el neumático y se quemó la palma de la mano. El caucho derretido por el fuego se le pegó.
Desesperados, la llevamos al Hospital Carlos Andrade Marín de Quito y pasamos la Navidad allí. Desde ese accidente, mi niña ha sido sometida a dos cirugías para colocarle los injertos de piel extraídos de su pierna.
El 31 de diciembre pasaremos junto a la nena. Nuestros familiares, que viven en Guayaquil, organizaron una fiesta y hasta compraron tres pavos. En el 2016 disfrutamos con ellos, cuando Yassira tenía 1 mes. Ahora será imposible. El 2 de enero, los médicos le evaluarán la mano para saber si requiere otra operación”.