El Hospice San Camilo, de la Fundación Ecuatoriana de Cuidados Paliativos, es un ejemplo del acompañamiento a pacientes durante sus días postreros. Foto: Archivo / EL COMERCIO
Casi 15 años han pasado desde que Fernanda Larrea optó por una de las ramas de la medicina más complicadas: la terapia intensiva. Han sido tres lustros de mirar cómo la gente entra a un quirófano, a una sala de emergencias, a una habitación para llenarse de tubos, medicamentos y máquinas que le permitan vivir un minuto más.
Este ir y venir de pacientes que cuentan con poca expectativa de vida es uno de los motivos por los cuales Larrea se pregunta “¿hacia dónde va la medicina (en estos casos)?”. Una de las respuestas se puede encontrar en el libro del marinero y escritor español Raúl Sampedro, ‘Cartas desde el infierno’. El autor escribió el texto postrado en una cama de hospital, tetrapléjico, con el único anhelo de que en él se practicara la muerte asistida (eutanasia), ya que consideraba que alargar su vida en esas condiciones era algo inhumano.
Tal es el debate que se plantea para la medicina en la actualidad. Como lo postula el bioeticista ecuatoriano Pedro Quintero: “Pensamos tanto en la vida que la buena muerte ha sido desplazada al olvido”. Para él, médicos y hospitales van dejando de lado este concepto a tal punto que, incluso, el Estado entra en la discusión para recordarles cuál es la tarea con este tipo de pacientes.
En Ecuador, por ejemplo, a inicios de año se publicó el Plan Nacional de Cuidados Paliativos 2015-2017. En el documento, el Ministerio de Salud Pública especifica que el objetivo es “mejorar la calidad de vida de las personas con enfermedades crónicas, avanzadas y con propósito de vida limitado, así como de su familia y/o cuidadores, garantizando el derecho a la salud integral”. Quintero cree que este enunciado, independientemente de su propósito, es una alerta de que algo sucede en la formación de los médicos y del personal que acompaña a pacientes terminales.
Más que una política pública, una formación integral
En su libro ‘Ser Mortal’, el médico estadounidense Atul Gawande recuerda que en los centros hospitalarios se encuentra, con mayor frecuencia, a especialistas que no asumen el reto de una muerte digna; pues, para ellos, es más fácil administrar una veintena de costosos medicamentos, antes que preparar a sus pacientes para asumir su muerte como un proceso integral de la condición humana.
Ecuador no es ajeno a esa situación. El médico cirujano José Santacruz cuenta que es común encontrarse en los hospitales del país con galenos que enseñan a sus estudiantes sobre los mejores medicamentos del momento, pero no sobre los procedimientos para conllevar los últimos días de vida con la mayor tranquilidad. “Ahora que recuerdo, yo nunca hablé seriamente con mis profesores sobre este tema”, dice tras enfatizar que lleva poco más de seis años en el oficio.
Es por ello que Larrea mira las actividades de la Fundación Ecuatoriana de Cuidados Paliativos como una alternativa para conocer a fondo las necesidades de esta población. “A veces la muerte nos hace ver como impotentes, como médicos de segunda mano. Pero al ver que esos últimos días se vuelven llevaderos con una mano de ayuda, entonces se resignifica nuestra labor”, dice.
¿Alguna propuesta?
A la postre, en todos los casos se retorna a la pregunta realizada por Larrea. Si la muerte atañe a la medicina, ¿desde dónde se la analiza? Quintero torna su mirada al hematólogo argentino Guillermo Rawson, autor del ensayo ‘El paciente terminal y la ética del morir’.
En ese texto, Rawson recuerda que el modelo tecno-científico sobre el cual se construyen las sociedades modernas no da cabida al error… Y la muerte se asume, precisamente, como uno de los más grandes errores de la historia médica: se ha logrado conquistar la luna, llegar a los límites del sistema solar, entender el funcionamiento del microcosmos, pero comprender el mecanismo mismo de la muerte (si es que acaso existe uno y universal) es, todavía, una carencia. Resulta un hecho anecdótico en un mundo donde más del 70% de las defunciones se registran dentro de hospitales.
En este marco es donde Quintero asume la posición de Rawson como la más idónea. A saber: que la muerte es un momento que se inscribe en un proceso histórico. Y como tal requiere de la atención de médicos que estén dispuestos a asumirla como una realidad que atraviesa necesariamente su relación con el paciente.
La situación en el país
Situación. Según el modelo de valoración de la provisión de cuidados paliativos de la Worldwide Palliative Care Alliance, el Ecuador se sitúa en la categoría 3 del nivel de desarrollo (los servicios de cuidados paliativos se prestan de manera aislada).
Prevalencia. La población ecuatoriana con necesidades de atención paliativa (por cáncer, sida, párkinson, alzhéimer, insuficiencia hepática, etc.) fue de 21 992 pacientes en el 2010, que corresponde al 36% del total de fallecimientos en ese año.
Recursos. La atención en cuidados paliativos en nuestro país es dada por instituciones privadas, que realizan esfuerzos individuales para brindar esta atención (…),lamentablemente, tienen un carácter local.