Maradona borró todos los límites

El  futbolista argentino desarrolló su gran carrera entre apegos políticos, fervor popular y excesos.

El futbolista argentino desarrolló su gran carrera entre apegos políticos, fervor popular y excesos.

Maradona juega con una réplica de la Copa del Mundo en 2018, cuando era DT de Dorados de Sinaloa. Foto: Wikipedia

Con Diego Armando Maradona todo siempre fue enorme y exagerado. Podría decirse que eso es propio de las estrellas y que los excesos suelen formar parte, quizás trágicamente inevitable, de los que gozan del fervor de las masas.

Maradona, sin embargo, lo amplificó todo como si se hubiera propuesto ser una encarnación de la hipérbole. Él no inventó al futbolista ‘rockstar’, pero superó al norinlandés George Best (el ‘Quinto Beatle’ quien combinaba fiestas, belleza y fútbol) al meterse de cabeza en la farándula, al punto que su historial de vicios y enredos es comparable al de bandas como Mötley Crüe.

Tampoco inventó al futbolista abiertamente político, pues antes existieron el chileno Carlos Caszely, quien se negó a darle la mano a Pinochet, y el brasileño Sócrates, que lideró un movimiento bajo el lema “un hombre, un voto” y se opuso a la dictadura. El neerlandés Johan Cruyff, además, se negó a jugar el Mundial de 1978 en la Argentina gobernada por una Junta Militar sin escrúpulos.

Maradona elevó el apoyo político hacia una personalidad a niveles radicales. Escogió un bando, el castro-chavismo, y siempre fue fiel aunque le costase perder a una parte de los que lo alabaron como jugador de fútbol pero no toleraban verlo con un tatuaje del Che.

No existe constancia de que Maradona haya pronunciado una frase de Mariátegui, Lenin o Gramsci, y se explica porque jamás hizo el esfuerzo de leerlos; pero su apoyo al dictador cubano Fidel Castro, luego extendido a los variopintos líderes del socialismo del siglo XXI, fue casi de fanático, quizás porque así entendía cómo debían ser los apoyos debido a cómo lo trataban sus hinchas más acérrimos.

El futbolista argentino desarrolló su gran carrera entre apegos políticos, fervor popular y excesos.

El fanatismo deportivo fue otra parte de la vida de Maradona alterada por el prisma de la exageración, pues para algunos no era solamente un ídolo deportivo sino un dios, con templo y todos los ritos. Ya la idea de la idolatría es polémica para los expertos en Teología, pero convertirlo en una deidad con mandamientos, aunque sea parte de una actitud folclórica, entró de lleno en la blasfemia. Aunque tampoco se comprometió de lleno, Maradona no desalentó a ‘su’ iglesia. Además, le gustaba que la prensa jugara con la grafía ‘D10S’. Eso era más que ‘Rey’, el apodo del brasileño Pelé, su competidor por el (jugosamente comercial) título de ‘el jugador más grande de la Historia’.
Luego de la muerte de Maradona ocurrida el miércoles, se desató una competencia de descripciones, unas más literarias que otras, y el denominador común es que su talento en la cancha era formidable. Desde sus inicios como jugador con pelota de trapo, mostró un don, el cual fue acompañado por una voluntad arrolladora que le impedía rendirse.

Maradona podía controlar el balón como un titiritero a un muñeco. Su repertorio para anotar parecía infinito. También realizaba pases milimétricos a sus compañeros. Pero a esto le agregaba tanto una potencia física para correr y aguantar patadas como una determinación a prueba de faltas, canchas embarradas por la lluvia o rivales aparentemente más fuertes.
Con el tiempo, Maradona creía que sus rivales también eran los árbitros, los dirigentes argentinos, los de Sudamérica, los de la FIFA, la prensa, y, por último, la CIA y toda fuerza conspirativa creada, más en su cabeza que en la vida real, para acallarlo. Cuando lo sancionaron por dopaje en 1994, expresó que le cortaron las piernas.

Maradona acude al examen de dopaje en el Mundial de 1994, el cual dio positivo y le causó una suspensión.

Por eso, casi nunca pedía perdón. Jamás se arrepintió del gol que marcó con la mano en los cuartos de final del Mundial de 1986 ni se disculpó por este hecho, que dividió a la afición mundial: unos lo llamaron tramposo y antideportivo, y otros lo consideraron una viveza y lo perdonaron porque, en ese mismo partido contra Inglaterra, anotó su famoso gol tras recorrer 60 metros, esquivar cinco rivales y vengar la derrota en las Malvinas. ¿Una guerra comparada con un partido? Sí, otra exageración.

Mucho se ha escrito y juzgado sobre su adicción a las drogas, que comenzaron en Barcelona y continuaron hasta su muerte. Pero otra adicción de Maradona igual de peligrosa fue a la fama, quizás por culpa de la sobreexposición a la que fue sometido desde los 15 años, acompaña de una sobreprotección por parte de sus allegados. Desde tan joven se asomó, como le previno el entrenador César Luis Menotti, al precipicio del éxito. Maradona nunca se puso límites.

El mismo Menotti quiso protegerlo cuando era su entrenador en Barcelona y cambió los horarios de entrenamiento del equipo culé de la mañana a la tarde, y se inventó para la prensa que era por los ‘biorritmos’ y así no confesar que Maradona odiaba madrugar.

Tras su retiro, anunciado en 1998, Maradona fue conductor de TV, comentarista, dirigente y, sobre todo, entrenador. En el banquillo jamás se acercó al éxito que tuvo como jugador pero al menos estaba cerca de la pelota y seguía bajo los reflectores, aunque sus constantes problemas familiares, fiscales y físicos siempre eran más llamativos. Poco quedaba de la estrella de 1986, aunque la devoción de sus fieles se mantuvo enorme, como siempre lo fue. Y siempre lo será.

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