Manabí, 30 años al cuidado de un bosque

La ubicación del bosque ha permitido que se formen varios micro hábitats. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO.

La ubicación del bosque ha permitido que se formen varios micro hábitats. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO.

La ubicación del bosque ha permitido que se formen varios micro hábitats. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO.

La familia Loor empezó a preservar el bosque seco tropical hace más de 30 años. El manabita Lalo Loor recuerda que, por tradición, su familia se ha dedicado a la ganadería. Así que en un principio la idea era utilizar las 200 hectáreas de terreno, para producir ganado.

Pero al recorrer el bosque descubrieron que era casa de infinidad de animales como aves, monos aulladores y capuchinos, ardillas, guatusos, lagartijas, serpientes, entre otras. Así que decidieron conservar el bosque y llamarlo reserva bosque seco Lalo loor.

Hasta el 2002, el manabita tuvo inconvenientes para preservar el bosque porque había personas que ingresaban en las noches y talaban los árboles maderables. Así que decidió firmar un convenio con la fundación Ceiba para que se conservaran las especies y se hicieran investigaciones.

A través de la fundación no solo se ha logrado reforestar el bosque sino que también se realizan proyectos en las comunidades montuvias para que se preserven las áreas verdes sin dejar de producir.

Luis Fernández, guía e investigador de la fundación Ceiba, señaló que se trabaja con los agricultores para que diversifiquen sus cultivos y, a la vez, se siembren árboles endémicos, que permiten reactivar el ecosistema de la zona.

El manabita José Zambrano señaló que el bosque Lalo Loor ha servido de ejemplo para que los montuvios empiecen a conservar sus hectáreas. “Nosotros estábamos acostumbrados a hacer las cosas empíricamente. Pero hemos aprendido que para reforestar se debe preparar el suelo y nutrirlo”.

La reserva es un bosque de transición, en el que se puede encontrar diferentes tipos de vegetación según los pisos climáticos. “Es un remanente de transición entre la zona más húmeda del Chocó y la zona seca de la región del Tumbes”.

Una de las particularidades del bosque es que se pueden encontrar especies endémicas de las dos zonas como el tucán del Chocó, de la zona de Esmeraldas, y la ardilla Guayaquil, de la zona seca.

La ubicación del bosque también ha permitido que, dentro de las 200 hectáreas, se forme una variedad de microhábitats. Por ejemplo, cerca de los esteros se encuentra un tipo de vegetación siempre verde.

Las especies de animales se han adaptado a los tipos de climas y de vegetación del bosque seco. Los anfibios duermen en el lodo mientras esperan la temporada de lluvias. Mientras que los monos aulladores varían su dieta, según la temporada climática.

Según Loor, una de las razones para reservar el bosque fue salvar a la especie de monos capuchinos (Cebus aequatorialis) que se encuentra catalogada en peligro de extinción. “Las malas prácticas de agricultura y ganadería han perjudicado a esta especie”.

Fernández señaló que es difícil encontrarla y que los investigadores deben internarse en el bosque por más de cinco horas para localizarlos.

La transición del bosque termina a los 450 m., cuando se observa la vegetación del bosque nubloso del Pacífico. El remanente seco, en cambio, se inicia en el kilómetro 25 de la vía Pedernales – Jama.

Desde ahí, los guías de la fundación Ceiba inician el recorrido hacia el bosque. Este empieza en un jardín en el que se han introducido plantas endémicas de varios bosques.

También sembraron plantas medicinales como la valeriana, que los nativos de esas zonas utilizan para aliviar enfermedades. Luego se debe seguir por un sendero en el que al instante se empiezan a ver hormigas, lagartijas y monos aulladores. Según la Fundación Ceiba, han constatado que hay más de 185 especies de aves, 14 de anfibios, 35 de reptiles y 42 de mamíferos. Se han encontrado vestigios de la cultura Jama – Coaque bajo tierra.

Suplementos digitales