Venezolanos hacen fila para retirar dinero de un cajero automático en Caracas. Foto: AFP
Si se examinan las cifras económicas, Venezuela se parece a los países azotados por las guerras civiles. Se calcula que su economía, que en el pasado fue una de las más ricas de América Latina, se contrajo en un 10% en el 2016, más que la de Siria. Este año la inflación supera el 825%, casi el doble que Sudán del Sur (que ocupa el segundo lugar en la lista de países con mayor tasa), lo que ha convertido al bolívar en una divisa casi sin valor.
Esta semana el país marcó otra línea roja en su lista de problemas: dos agencias calificadoras lo declararon en ‘default’ parcial. Ahogado por la caída de los precios del petróleo y las sanciones estadounidenses, el gobierno de Nicolás Maduro busca reestructurar su deuda exterior, que ascendería a USD 150 000 millones.
En la nación bolivariana la escasez de alimentos es tan aguda que tres de cada cuatro ciudadanos han adelgazado de forma involuntaria, con una pérdida de peso promedio de 8,5 kilos, según un sondeo. En las calles de las ciudades abundan los mercados negros y la violencia. La última tasa de homicidios reportada fue equivalente a la tasa de víctimas civiles de la guerra de Iraq en el 2004. Hoy Venezuela es una canasta vacía. 80% de sus ciudadanos vive en la pobreza y aquejado por las enfermedades, mientras que los políticos corruptos y sus aliados militares se enriquecen desvergonzadamente.
La respuesta de Maduro ha sido reprimir con mano de hierro la escalada de protestas callejeras y erosionar el poder de la Asamblea Nacional, nombrando en su reemplazo a una espuria Asamblea Constituyente con suprapoderes.
Hay analistas que creen que el modelo autoritario y corrupto del chavismo, en lugar de fracturarse a causa del desastre económico y político, más bien se está fortaleciendo. Después de las elecciones regionales de octubre con victoria oficialista, de los cuatro meses de protestas, de los 139 muertos, de la suspensión del Mercosur y la condena en cuanto foro internacional existe, parece que todo volvió a cero, a la vida tal cual era hasta el 1 de abril, cuando estallaron las marchas opositoras, encendidas por la esperanza de cambio y apagadas por la represión, el cansancio y el desánimo.
En efecto, tras su año más crítico, el presidente Maduro y su régimen vuelven a sentirse fuertes y le están haciendo sentir ese rigor a la oposición.
El chavismo logró dar vuelta la protesta popular para transformarla en victoria electoral, dos veces en lo que va del año. Primero para la instauración de la Asamblea Constituyente, y luego con la adjudicación de 17 de los 23 gobiernos regionales, cuando las encuestas marcaban exactamente lo contrario. “El régimen asumió el camino del fraude, la violencia, irregularidad, manipulación, ventajismo, corrupción, trampa, extorsión, coacción y chantaje para torcer y desconocer la voluntad de nuestro pueblo”, señaló la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), en un resumen perfecto del arte de ganar elecciones en que se hizo ducho el chavismo.
La pregunta que todos se hacen en Venezuela y en el exterior es ¿qué sigue para Maduro y su gobierno luego que ni las manifestaciones opositoras ni las denuncias de violaciones a los derechos humanos ni la gravísima crisis económica y social han logrado doblegarlos? “La estrategia a largo plazo del chavismo es clara: permanecer a como dé lugar. Ahora bien, las tácticas van cambiando. Esta vez prefirió optar groseramente por el fraude electoral. Son tácticas bien afinadas: diálogos falsos, represión, fraudes electorales, desafueros judiciales. Lo único que hace es calibrarlas según la ocasión”, sostiene el politólogo Juan Carlos Hidalgo, analista especializado en América Latina del Cato Institute, en una entrevista con La Nación.
Para el analista internacional Mariano de Alba, Maduro logró sobrevivir un momento muy delicado, como fueron las protestas, y apenas instalar la Asamblea Constituyente refuerza su posición por la vía de la fuerza y varios errores no forzados de la oposición.
Pero todo indica que es muy poco probable que estas situaciones -el ‘default’ y la crisis económica- puedan provocar el colapso del régimen, más si se tiene en cuenta que la oposición está dividida.
“Maduro puede ser presidente hasta el 2025, e incluso más allá. La consolidación política de su régimen es inminente. Venezuela va camino de consolidarse como la Siria del Caribe, con apoyo ruso y chino”, vaticina el analista político Pedro Benítez.
¿Cómo se llegó a ese punto? “En medio de la precarización de la vida en el país, el chavismo aprendió a potenciar la utilización de la política social para obtener retorno político. Hoy la revolución mantiene un tercio de la población electoral. Sin embargo, gracias a su capacidad de encauzar la política social con fines electorales, más su capacidad de hacer reingeniería electoral y desequilibrar aún más la competitividad electoral es que reimpulsa sus apoyos”, sostiene el politólogo Piero Trepiccione.
En el otro rincón, la oposición sigue aturdida por los golpes bajos que una y otra vez le asesta el madurismo. Luego de perder las elecciones regionales la MUD se fracturó aún más y eso fortaleció a Maduro.
Para muchas capas de la población venezolana, la coalición no tiene ningún atractivo más allá de ser la oposición a Maduro. “Su discurso se ha centrado en una crítica a la gestión presidencial, pero no se conoce un programa de gobierno amplio, y el perfil de sus dirigentes se percibe como una élite totalmente alejada de las clases populares. Las caras más visibles de la MUD proceden de familias bien, tienen estudios en el extranjero y en muchos casos no han superado la ruptura racial existente en el país, algo que Chávez sí consiguió”, asegura Fernando Arancón, codirector del medio de análisis internacional El Orden Mundial. El país -añade- ha tomado una deriva autoritaria que la oposición parece no conseguir capitalizar, al tiempo que la ausencia de soluciones solo tiene como destino el barranco.