Los priostes son los encargados de organizar esta celebración que se realiza cada año para recordar dos hechos históricos: La conquista de los españoles y la participación salasaka en la Revolución Liberal con Eloy Alfaro. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
La explosión de los petardos anunciaba que El Capitán, acompañado por un grupo de jinetes, se aproximaba a la casa del Paje. Llegaba acompañado por el Loero (persona que recita coplas), quien vestía un traje blanco, alas y llevaba una aureola sobre la cabeza.
Los tres son los personajes principales de la fiesta de Los Capitanes, que hace más de un siglo se realiza en diciembre
en la parroquia indígena Salasaka, en Tungurahua. El pueblo -partido en dos por la vía Ambato-Baños- es uno de los que mantiene viva las tradiciones autóctonas en la provincia.
Los priostes son los encargados de organizar esta celebración, que se realiza cada año para recordar dos hechos históricos: La conquista de los españoles y la participación salasaka en la Revolución Liberal con Eloy Alfaro.
Los músicos con los bombos, redoblantes y las flautas entonaron sanjuanitos y marchas militares, mientras avanzaron por una vía serpenteante de tierra. El galope de los montados, que vistieron los uniformes blancos, gorras de color negro y una pañoleta roja, levantaron grandes cortinas de polvo; aun así, no detuvieron su marcha.
En la vivienda del Paje, Marcelino Masaquiza, la fiesta se prendió; él es de la comunidad de Manzanapamba Chico. Andrés Masaquiza, el Capitán, es uno de los tres priostes mayores de este festejo.
El ruido de los pitos que utilizaban decenas de disfrazados fue ensordecedor. Lorenzo Jerez, uno de los soldados, contó que esa es la señal para que la tropa avanzara a paso lento. Participa en esta celebración desde hace más de cinco años. Arribó de la comuna Rumiñahui Chico. La fiesta fue para agradecer a San Buenaventura, el patrono de la parroquia.
El Capitán es guiado por el Paje, que usa un pantalón blanco y un sombrero similar a un bonete, recubierto con espejos. Además, viste pañoletas de varios colores y bordados a mano de figuras de animales, montañas y plantas.
Luego apareció Jerez, vestido completamente de negro con una pañoleta rosada y un sombrero con encajes dorados, como es costumbre.
En el piso polvoriento del patio de la casa se formaron y luego, al son del bombo y de la flauta, empezaron a dar vueltas alrededor de la vivienda. Todos bailaban y tomaban chicha de maíz y aguardiente.
Luego desmontaron los caballos y se reunieron en círculo en el patio de la vivienda. Marlon Villegas, de 15 años, es el Loero, y participa desde hace cinco años como este personaje en la celebración.
Comentó que su abuela Manuela le enseñó el papel que cumple el personaje en esa fiesta. Agradece a San Buenaventura por los favores recibidos con poemas y loas.
A un costado, un grupo de mujeres en grandes ollas preparó los alimentos. José Pilla, vecino del sector, contó que mataron dos vacas, pollos y cuyes para alimentar a los invitados y asistentes a la celebración. Esta es financiada por el prioste que puede gastar hasta USD 15 000 en los tres días de fiesta. También recibe las jochas de familiares y amigos.
Rafael Chiliquinga, investigador de la cultura Salasaka, explica que es una expresión cultural que se representa todos los años. Los capitanes son el Apo, líderes y guía del pueblo. Ellos realizan las ofrendas y ceremonias como agradecimiento a la Pacha Mama (Madre Tierra, en español), a través de las loas.