Los dos tomos fueron publicados por la Universidad Andina Simón Bolívar y la Universidad de Cuenca. Foto: Archivo EL COMERCIO
El 9 de septiembre de 1990, Alejandro Moreano (Quito, 1944) publicó en diario Hoy ‘Elogio del ensayo’. El texto es una corta pero contundente reivindicación del género, al que José Martí consideró como propio de Latinoamérica.
Moreano apunta que la riqueza del ensayo radica en su capacidad de funcionar como discurso político y al mismo tiempo como forma literaria y a la vez como una “visión literaria del mundo y un lenguaje político”. Asimismo, lo desmarca de la retórica del cientificismo y la objetividad, que se impuso en aquella época, y recuerda al lector que el propósito de este género no está en probar ni demostrar nada. El ensayo -dice- expresa y agita y a veces también canta.
Este texto es uno de los dieciséis ensayos que forman parte de la segunda edición del libro ‘Pensamiento crítico literario de Alejandro Moreano. La literatura como matriz de cultura’, publicado, el año pasado, por la Universidad Andina Simón Bolívar y la Universidad de Cuenca. Textos que en el pasado se encontraban en libros de autoría colectiva, revistas, periódicos, antologías y medios de circulación digital.
En este libro, de dos tomos, cuya primera edición fue publicada por la Universidad de Cuenca, en 2014, -en el marco de la XII edición del Congreso de Literatura Ecuatoriana Alfonso Carrasco Vintimilla-, también se incluye un estudio introductorio realizado por Alicia Ortega Caicedo.
En el texto, la catedrática de la Universidad Andina hace un repaso por la vida intelectual de este autor, al que considera como uno de los mayores exponentes de la tradición crítica ecuatoriana de filiación marxista. Habla de su paso por el grupo de los Tzántzicos y sobre la aparición de sus primeros textos en las revistas literarias Z, Pacuna, Indoamérica y La bufanda del sol, que fundó junto a Francisco Proaño Arandi y Ulises Estrella.
Ortega lo destaca como un infatigable pensador en torno a temas como la historia política y cultural del país, la emergencia de la Modernidad, el movimiento indígena y el Medio Oriente. Y resalta la adhesión que ha tenido, a lo largo de su vida, con Palestina, cuyo origen se remonta a su pasión por la obra de Jean Genet.
En una entrevista concedida en 2012, a ‘Malaidea. Cuadernos de Reflexión’, Moreano confiesa su amor por ese autor, a quien señala como el mayor dramaturgo del siglo XX, y quien vivió con los palestinos en los 70, en los márgenes del río Jordán. “En ese momento, Genet, que era huérfano, renegó de su nacionalidad francesa y se reconoció palestino. Pero estuvo también con los Panteras Negras y se reconoció afroamericano. Yo me reconozco palestino pero también, en estos momentos, me considero griego o partícipe del Movimiento Ocupa Wall Street, o indio ecuatoriano o boliviano”.
Para Moreano, el ensayo es un género que se mueve entre el saber y la vida, entre el saber y el mundo y entre el saber y las pasiones. En su caso, una de esas pasiones ha sido la literatura. A través de ella, como señala Ortega, sus reflexiones han entrado en diálogo con la política, la cultura, la sociedad, la historia y la filosofía.
“Los postulados de Moreano se han construido en el esfuerzo por encontrar vasos comunicantes entre la literatura y diferentes ámbitos de las ciencias sociales: el pensamiento marxista y el psicoanálisis, la teoría del Barroco, la lingüística, la crítica a la Modernidad, la sociología, las teorías de la comunicación, la semiótica”.
Este ejercicio intelectual está presente en textos como ‘La literatura de vanguardia: Pablo Palacio. Una línea paralela’; ‘Benjamín Carrión: las paradojas del Ecuador’; ‘La literatura andina en el siglo XX’; ‘Bolívar Echeverría entre Marx y el barroco’; y ‘Mujer y literatura en Latinoamérica: romanticismo y modernismo’.
La Generación del 30 y los debates en torno a la obra de Pablo Palacio ocupan un lugar central en varios de sus ensayos. En ‘El escritor, la sociedad y el poder’ afirma que la Generación del 30, de la que formaron parte Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara, José de la Cuadra, Enrique Gil Gilbert y Alfredo Pareja Diezcanseco, inauguró la literatura nacional ecuatoriana.
Uno de sus argumentos es que frente al lenguaje castizo de la literatura colonial y decimonónica, esta generación de escritores propició la producción de un lenguaje nacional y popular, a partir de la recreación del habla del pueblo.
En ‘La Generación de los 30: literatura, ensayo, historia. La novela social en Ecuador’, argumenta que una de las grandes revoluciones de la narrativa del treinta fue “romper los tabúes del lenguaje y pronunciar las palabras que nombraban lo innombrable, aquellas que eran reprimidas por la censura social, en particular las llamadas malas palabras”.
Ortega sostiene que otra de las líneas fundamentales del trabajo de Moreno tiene que ver con el lugar que ocupa la literatura en el mundo contemporáneo. En ese contexto escribió ensayos como ‘Borges, vanguardia y Modernidad latinoamericana’ y ‘Kafka y Dostoievski en América Latina: una culpa sin Dios’.
En el primero, Moreano plantea que el escritor argentino destronó a la filosofía como centro de la tradición occidental y colocó en su lugar a la literatura, convertida en el gran metalenguaje contemporáneo; en el segundo, argumenta que las atmósferas kafkianas y dostoievskianas expresan el ambiente existencial de los países latinoamericanos.
Los ecos de Jorge Luis Borges en la obra de Moreano, también se extendieron a su trabajo como novelista. En ‘El crimen del tarot’, publicada el año pasado. Uno de los protagonistas es Lönnrot, un personaje borgiano, que aparece en ‘La muerte y la brújula’, uno de los cuentos más memorables del autor argentino. En esta historia, Lönnrot cumple dos roles: el de crítico literario y el de detective.
Una idea que aparece de forma constante en los ensayos que dedica a la literatura es la reflexión crítica sobre la legitimación de la obra de ciertos autores en detrimento de la producción literaria de otros. Un debate, que por suerte no está agotado, y que en las letras ecuatorianas ha tenido como protagonistas a Pablo Palacio y a Joaquín Gallegos Lara.
Esta tesis invita a pensar en el error que constituye llenar de una etiquetas a un autor. Está claro que Jorge Icaza fue más que un escritor indigenista, o Palacio más que un escritor experimental y urbano. Como él mismo sostiene, en un intento por terminar con estas dicotomías, no se puede reducir al realismo al compromiso político “de fidelidad con el referente”, o establecer la autonomía de un texto “como expresión de ruptura del lazo social y político con el mundo”.