Felipe Burbano es profesor e investigador de la Flacso desde 1997. Coordina el Departamento de Estudios Políticos. Galo Paguay / EL COMERCIO
Antes de iniciar la entrevista, Felipe Burbano de Lara comenta conmigo la situación del país -es inevitable hablar de política con él- y me pregunta cómo estoy con el secuestro de los colegas de este Diario.
Hablamos durante varios minutos de la atrocidad que esto representa para la sociedad. Y, aún ajenos al desenlace fatal que se haría público horas más tarde, conversamos sobre las circunstancias que involucran la caída y el descalabro; experiencias humanas de las que nadie está libre.
¿Todo lo que sube tiene que caer, como canta Gilberto Santa Rosa?
Si la subida no implica una cierta conciencia de que tiene un límite y de que, por lo tanto, topas ese límite y hasta ahí llegas. Cuando la subida pierde referentes, pierde contacto con la realidad, cuando no es consciente de los límites que implica toda subida, creo que la caída es inevitable.
En cualquier ámbito de la vida, ¿cuál es una manera de subir que dé un margen de estabilidad en la cima?
Yo creo que tener una conciencia del límite. Me parece que todas las actividades humanas expresan un equilibrio precario entre la subida y la bajada, entre la euforia y la depresión, entre la vida y la muerte, entre lo sagrado y lo profano… y creo que para evitar esas subidas que te llevan a su reverso, que sería una caída dramática, hay que tener una conciencia del límite.
Yo creo que las caídas dramáticas vienen cuando uno no es consciente de la vulnerabilidad que le persigue.
Cuando uno se emociona o se envanece en su éxito.
Y cree que el éxito o el envanecimiento pueden ser permanentes y constantes y no tienen ese reverso que es el fracaso, la debilidad, la fragilidad.
¿Eres de los que piensa que no hay que hacer leña del árbol caído?
Hay que hacer un poco de leña (se ríe tímidamente), porque me parece que hacer leña es un ejercicio crítico y, en cierto sentido, autocrítico.
Quien ha caído ha cometido errores, equivocaciones y creo que podemos aprender de eso. Pero no hay que hacer picadillo, aserrín, del árbol caído. Hay que llevar una reflexión del árbol caído para no perder de vista ese límite frágil.
¿Qué pasa si nos quedamos haciendo aserrín?
Me parece que es como solazarse en el fracaso; como disfrutar de la caída, de la incapacidad que tuvo esa persona para mantenerse en un cierto pedestal.
O sea, el que cae es, de alguna manera, una persona vanidosa, que no tiene límite de su poder, y por eso es que nos gusta hacer leña del árbol caído, porque encontramos en esa caída un castigo a la soberbia. Hay que hacer un ejercicio de autocrítica y de crítica, pero no hay que destruir a la persona o a la sociedad colapsada.
Los descalabros no son eternos pero sí pueden tener consecuencias definitivas, ¿o no, necesariamente?
Creo que puedes salir de los descalabros, que los puedes remontar, pero eso toma tiempo. Y son duros y muy costosos; llevan enormes sacrificios en términos personales, en términos emotivos, no se diga en términos sociales, económicos, políticos cuando se trata de una sociedad.
Dejan heridas y recuperarse de esas heridas toma tiempo. Como enseña el psicoanálisis, uno no sale de unas crisis, no sale de caídas si no es a través de un ejercicio de vivir ese dolor.
¿Coincides con la idea de que ni en lo personal ni en política hay caída estéril?
Sería estéril si es que tú, después de la caída, vuelves a repetir este ciclo un poco neurótico, si vuelves a perder los límites, ¿no? Ahora, la conciencia de que la vida es un equilibrio inestable no significa que uno esté por fuera de las euforias y tampoco por fuera de las depresiones, sino que reconoce las dos dimensiones y puede desplazarse sin quedarse solo en una.
Sin quedarse en el engrandecimiento, en la gloria, y pensar que ese estado anímico, ese estado social, ese estado de éxito político va a ser permanente. Me parece que la clave es saber moverse y no quedarse solo en la euforia.
Pero tampoco hay que quedarse en el descalabro, porque sería patológico.
Ese es el riesgo de un colapso muy profundo. O sea de un colapso que te deje una herida permanente, una huella imposible de resolver, que elimine todas tus energías y tu vitalidad creativa, que te permiten tener ilusiones, tener alegrías, tener felicidad, querer hacer cosas. Me parece que una caída muy profunda es el riesgo que se corre frente al colapso.
Supongo que socialmente eso no es posible, porque una sociedad está hecha de muchos individuos que reaccionan de diferentes formas a un descalabro, ¿o no?
Bueno, hay sociedades que nunca llegan a salir, que viven en una crisis permanente.
¿Como cuáles?
Sociedades en las que se habla de fracasos estatales.
¿Estados fallidos?
Sí. Y uno piensa en la frontera mexicana, en el drama que viven los mexicanos o ciertos Estados africanos, en donde la crisis es permanente y profunda, por ausencia de normas; los sociólogos solían hablar de esos Estados como Estados de anomia, donde no hay reglas de convivencia, donde no hay sentidos de pertenencia, donde la vida se vuelve un caos.
¿Cómo en Haití?
Sí; en donde es una lucha de todos contra todos. Los filósofos también hablaban de los Estados de naturaleza, de la pérdida del orden. Entonces puedes quedar en esos estados cataclísmicos permanentes.
¿Por qué será que en Ecuador tardan lo mismo en caer el mentiroso que el ladrón?
Si es que caen. Bueno, aquí ya me voy a volver más sociólogo y más politólogo; creo que es por una percepción de impunidad. Cuando una sociedad sabe que los actos delictivos no van a ser sancionados, castigados, siente que hay permeabilidad y una cierta tolerancia, por eso sabe que no va a caer o que se demorará en caer. Es todo un sistema que es legal, que es moral, que es ético.
¿Qué o a quién no verás caer a lo largo de tu vida?
(se queda pensando) Me da la impresión de que no voy a ver caer al capitalismo. Es decir, ahora creo que los procesos de cambio, de transformación, son más complejos de lo que yo imaginaba a los 20 años o a los 25 años, cuando estudiaba Sociología y empecé a hacer periodismo.
Creo que, como dice (Pierre) Bourdieu, hay hábitus en la vida social, hábitus en la vida política, hábitus en la vida personal que son complejos de romper. Por ejemplo, no creo que va a caer la desigualdad. Creo que no va a caer la intolerancia.
Ahora, menciona un par de caídas que hubieras preferido no presenciar, o que de plano hubieras preferido que no ocurrieran.
Chuta… habría preferido que no se produjera el colapso de la sociedad ecuatoriana en la transición del siglo XX al siglo XXI, que fue el colapso del sistema financiero. Porque creo que esa crisis dejó heridas muy profundas, en términos sociales, culturales, económicos, muchos resentimientos.
Y me parece que las respuestas que hemos dado a esa crisis nos llevó a la ilusión de la refundación. Entonces, habría preferido que no se produjera por el tipo de salida que hemos visualizado a esa crisis.
¿Cuántas veces te has descalabrado?
A los 20, 21 años yo tuve un cuasi descalabro emocional, llamémoslo así. Una transición de mi vida personal que fue muy dura, muy conflictiva, difícil de comprender. Pero creo que esa crisis me llevó a reflexionar y a pensar parte de las cosas que estoy diciendo ahora.
¿Cuántos descalabros aguanta una vida?
Yo no sé… puede haber vidas que no aguanten un descalabro, puede haber vidas que aguanten muchos descalabros, depende de la profundidad de los descalabros y de si estos agotan los impulsos vitales.
Creo que siempre hay unas reservas emocionales, pasionales, instintivas, pulsionales que están ahí y te dan fuerza. En la medida en la que quede la memoria del deseo de ser feliz -como dirían los aristotélicos- uno se levanta; una vida que quiere ser feliz puede volver a levantarse.
Felipe Burbano de Lara
Quito,1958. Es licenciado en Sociología Política por la Universidad Católica del Ecuador, tiene una maestríaen Sociología Política y Filosofía Política en la Universidad de Ohio, EE.UU., y un doctorado en Ciencia Política en Salamanca, España.
Ejerció el periodismo en diario Hoy; es columnista de El Universo.
Profesor e investigador de la Flacso desde 1997.