El protagonista de este ‘thriller policial made in Ecuador’ es Tomás Donoso. Foto: Víctor Vizuete / EL COMERCIO
No hay discusión. La preminencia que tienen los medios visuales actuales tiene como uno de sus efectos más directos la creación de estereotipos, los mismos que son asumidos como absolutos y unívocos.
Un ejemplo de esta tendencia son los policías, detectives, espías y otros personajes de parecida índole que aparecen en series televisivas que nos tienen más atrapados que a los bandidos que inundan cada capítulo. Esos defensores y defensoras de la Ley que marcan el paso en seriados como CSI, Hawái Cinco Cero o NCIS son, en su inmensa mayoría, unos tipos y damas duros, agraciados, suspicaces en grado extremo, expertos en tecnología de punta y dueños de un coeficiente intelectual parecido al de los genios.
La verdad, al menos en estos lares de país emergente, es mucho más prosaica y simple. Y Sandra Araya la desnuda con objetividad y perspicacia en su última novela ‘El espía, la carnada y el precio’, publicada hace poco por Editorial El Conejo.
El protagonista de este ‘thriller policial made in Ecuador’ es Tomás Donoso. Este es un celotípico, indeciso, alcohólico y atormentado pesquisa quiteño, quien tiene la mala suerte de encontrarse de manos a boca con un asesino en serie que se despacha sin ningún empacho a cinco -tal vez seis- mujeres, todas relacionadas con el mundo cultural y del jet set de la capital ecuatoriana.
Obviamente, Donoso no es un improvisado ni un amarrado intelectual a pesar de sus escarceos y un oscuro pasado familiar que lleva como un lastre y logra, no sin varios contratiempos propios de su tan mal visto oficio y tan necesarios en una trama de suspenso, desenredar la telaraña tendida por los sicópatas y asesinos. Intrincada telaraña que es tejida con destreza y precisión por una dama más efectiva que una viuda negra y que se desenvuelve en el mundo cultural quiteño como ese artrópodo en su cazadero.
Con un lenguaje fácil, rápido, preciso y efectivo, esta escritora quiteña de 38 años diagrama un relato fidedigno y atrapante, que cumple con suficiencia con los parámetros que se exigen en una buena novela policial. Y reparte con criterio las dosis adecuadas de misterio, suspenso e incertidumbre en las 188 páginas del texto. Los desfases de la trama, que sí existen, son totalmente minimizados por la pulcritud de la escritura y el enigmático argumento.
‘El espía, la carnada, el precio’ tiene otro mérito inobjetable: hace un diagnóstico ajustado y milimétrico del universo cultural quiteño, lleno de códigos y comportamientos que lo vuelven para el resto de mortales, más oscuro que una cueva de tarántula.