El que tiene el poder es el que hace la ley

Diego Pérez Ordóñez habla sobre las ideas de legalidad e ilegalidad que últimamente rondan buena parte de los debates y conversaciones. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Diego Pérez Ordóñez habla sobre las ideas de legalidad e ilegalidad que últimamente rondan buena parte de los debates y conversaciones. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Diego Pérez Ordóñez habla sobre las ideas de legalidad e ilegalidad que últimamente rondan buena parte de los debates y conversaciones. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

En la cabeza de Diego Pérez Ordóñez las ideas se hilvanan con nitidez; cualidad que emplea para darle vueltas a la idea de legalidad, que últimamente está tan presente en noticieros, tertulias o sobremesas, a propósito de las propuestas de legalización de la droga o de la despenalización del aborto, por poner solo dos ejemplos de debates legales que nos interpelan como individuos y como colectivo. Un té verde (él) y un agua de manzanilla (yo) acompañan esta conversación.

Haz tu acepción de ley.
A ver, la ley es lo que normalmente la gente considera que son las reglas más elementales del juego. Y las reglas más elementales las fija una asamblea popular que representa a la población. Lo interesante es que cada país tiene su sistema.

Pero para ti, ¿qué es la ley?

La ley es fundamentalmente el acuerdo social, las reglas de lo que se puede hacer y de lo que no se puede hacer. Y, obviamente, la ley tiene adentro cultura, historia y en algunos casos, en América Latina en particular, religión. En otros países, falta de religión.

¿No es un problema esta confusión entre ley y moral, cuando se mete la religión en la ley?

Normalmente, en la ley está todo, o los abogados creemos, de forma bastante egomaníaca, que ahí está todo. Es decir, ahí está la historia de un país, la cultura de un país, la religión o la falta de religión de un país. El problema, o lo fascinante quizá, es que hay muchas instituciones legales donde lo religioso, aun en un Estado laico, como se supone es Ecuador, tiene un trasfondo religioso. Por ejemplo, en el hecho de que tú no puedas pedirle a un tercero que por piedad acabe con tu vida, que es la eutanasia, hay un componente religioso (entre los católicos: que Dios es el único que da y quita la vida).

La ley tiene que estar basada en la ética, pero no en la moral, ¿cierto?

Correcto. Es que la moral es individual; tú tienes tus reglas morales. Y la ética en la ley es pública, porque se supone que la ley es la manifestación común de lo que es correcto y lo que es incorrecto desde el punto de vista universal.

Jugando con las palabras, ¿cuál dirías que es el antónimo más preciso de legal: ilegal o ilegítimo?

Es distinto, al menos en nuestro sistema. Ilegal es lo que está en contra de la ley, en cambio, ilegítimo está más en la línea de lo injusto. Puede haber muchas cosas que hayan pasado por los filtros de legalidad, que sean parte de este gran acuerdo social, que hayan pasado por la Asamblea, que hayan pasado por las manos del Presidente, y sin embargo pueden ser altamente ilegítimas. Si tú fueras una mujer que quiere interrumpir su embarazo por A o B situación y hay una ley que te pena, esa ley puede ser perfectamente legal, pero para ti va a ser ilegítima.

¿Por qué la ley resulta tantas veces injusta?

Porque hay siempre un componente político; normalmente quien tiene el poder tiene la manija sobre la ley. Entonces si tú estás al otro lado de la orilla, si eres homosexual y sientes que la ley te discrimina, siempre va a ser injusta e ilegítima. En cambio, si tú tienes la manija del poder vas a estar feliz.

Es injusta, porque está hecha por humanos.

Por supuesto. Y los jueces que la aplican son humanos. De hecho, si todo fuera perfecto no habría ladrones de banco, no fuera necesario el derecho penal. Si la propiedad privada fuera indiscutible, no fuera necesario el derecho civil.

Si algo es legal no quiere decir que necesariamente es correcto.

De acuerdo, porque generalmente, y más en países como Ecuador y otros países latinoamericanos, quien tiene el poder hace la ley, entonces esa ley será coyunturalmente correcta. Por eso es que Ecuador tiene 20 constituciones. Si te fijas con detalle en la historia del Ecuador, cada ciclo político: el velasquismo, el garcianismo, el correísmo, el alfarismo, el floreanismo, el rocafuertismo, coincide con una constitución. Porque quien tiene el poder hace la ley para imponerla y eso normalmente hace que sea ilegítima.

Las ideas de legalidad e ilegalidad son como cajas que vamos llenando con lo que queramos y creamos que es legal en determinado momento o según la conveniencia, ¿o esa es una forma muy cínica de verlo?

Puede ser cínico, pero no deja de tener un punto interesante. Aquí lo importante es entender la relación entre la ley y el poder. Los países más democráticos son aquellos en que la ley está fuera del ámbito del poder; es decir, donde el poder normalmente monea menos las leyes y la ley más importante que es la constitución.

¿A través de la legalidad nos protegemos de nuestra animalidad?

Sí. Normalmente, una norma legal es una especie de punto medio entre la anarquía y el orden. Es decir, la ley lo que tiene que hacer es respetar eso que tú llamas el lado animal sin poner cortapisas, pero tampoco puede dejar que tu lado animal sea un ingrediente para que haya anarquía o abuso. Esa es la fórmula clásica del derecho. Pero lo interesante es que esa fórmula siempre se está moviendo. Es decir, para el derecho típico esa fórmula clásica era estrictísima, y ahora está cuestionada por debates legales intensos como el de la legalización de la droga, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo/género y fenómenos interesantísimos que cuestionan ese equilibrio.

¿Por qué le tenemos miedo a la anarquía, a vivir sin un Estado que nos norme?

En el caso del Ecuador, creo que es porque es una sociedad iliberal, es decir, opuesta y no acostumbrada a las instituciones del liberalismo. Aun los partidos y los políticos que se dicen liberales normalmente ven al Estado como una fuente de negocios, una fuente mercantil o rentista. Generalmente las sociedades latinoamericanas suelen ser muy fans del Estado, de la ayuda del Estado y de la presencia del Estado. Eso, en mi opinión , es una herencia burocrática del centralismo español.

¿Dices que somos tan pro Estado, leyes y normas porque hay grupos que quieren o necesitan beneficiarse de esa estructura?

Si ves la historia del Ecuador, vas a ver los turnos que han tenido estos grupos ocupando el Estado; los velasquistas, los antivelasquistas, los conservadores, los liberales, los correístas, los anticorreístas. El Estado es el botín.

Menciona un par de barbaridades cometidas a nombre de la legalidad.
La esclavitud y el nazismo son los dos ejemplos clásicos. La Alemania nazi tenía leyes perfectamente hechas, por gente muy inteligente y muy perversa, que servían para que tú puedas violar los derechos, torturar, humillar y matar a tu vecino. Igual, en el caso de la esclavitud y en el ‘apartheid’ en Sudáfrica. Una cosa es el aparato legal y otra cosa es el contenido ético que pueda tener. Estos son ejemplos clásicos de cuando la ley se divorcia de la realidad y de la época.

¿Puedes pensar en un caso de acá, reciente?

Bueno, en la historia reciente el mejor ejemplo es la repetición de las constituciones, porque en mi opinión, uno cree en la Constitución del Ecuador en el momento político justo. Por ejemplo, en el 2008 todos pensamos, o la mayoría de las personas pensaron, que era el momento de darle vuelta al sistema del todo. Y en el 2010 probablemente esa misma gente ya estaba mayoritariamente arrepentida. Y la historia del Ecuador es la historia de esos entusiasmos institucionales y de esos arrepentimientos.

¿Necesitamos la ley? ¿La ley de quién?

No hay alternativa a la ley, no hay alternativa al Estado. Piensa en todos los avances que ha habido desde que la ley se inventó: Spotify, las compañías digitales, los experimentos genéticos, lo que sea... Sin embargo, las instituciones legales que garantizan un cierto estado de paz en la convivencia hasta ahora no pueden ser reemplazadas por una alternativa. Ni tampoco hay una alternativa al Estado; lo que se discute en las campañas electorales es el tipo de Estado que quieres, uno que interviene más o uno que interviene menos. Esa discusión es eterna.

Ya, entonces dices que sí necesitamos la ley, pero
¿la ley de quién?

La ley de origen común, es decir una ley laica en la que todos moderadamente creamos, porque no hay alternativa.

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