Qué mas familiar que la Revisa Familia. Por más de dos decenios, esta ha formado parte de los hogares ecuatorianos. Pero en los últimos 22 años, este producto editorial, uno de los más importantes del país, ha mantenido la huella de Laura Acosta de Jarrín, la editora que ve en un artículo periodístico la oportunidad para enriquecer la vida de una persona.
Con esta edición, ella se despide de sus lectores como Editora. La mujer que hizo de la familia el motivo central de una revista inicia ahora una nueva etapa. Como suele suceder, el miedo se apropia de las personas. Mas ella mantiene en claro un detalle: toda iniciativa requiere de una buena dosis de entusiasmo.
Esa es la mejor forma que definir el espíritu de quien día a día corre sin cesar de un lado al otro entre los pasillos de EL COMERCIO. Porque mientras unos son devorados por el estrés de una Sala de Redacción, ella se mantiene entusiasta aun en las situaciones más caóticas. La muerte de un presidente, el éxito de un gurú de las relaciones de pareja o la llamada que informa que el número de páginas de la revista aumentará en un abrir y cerrar de ojos (lo que implica redoblar esfuerzos para tener artículos a publicar)… nunca encuentra excusa para no mirar el lado positivo en toda experiencia.
Más que un trabajo
Para Laurita, como la conocemos en la Redacción, el trabajo ha sido una excusa para estrechar lazos amistosos con sus compañeros. Tal como sucedió con Cristina Arboleda, quien por seis años fue su reportera, coordinadora y amiga dentro de Revista Familia.
“La casa envilece, embrutece y empobrece”. Cuando Cristina hace memoria de aquella frase que ha caracterizado a Laurita, esta sobresale por sí sola. Porque quienes la han visto correr presurosa hacia su programa de radio o llegar agotada luego de manejar por Quito tras realizar alguna entrevista conocen bien que ella es inagotable cuando se trata de trabajo. Es por eso que no le cuesta aceptar que nunca se interesó en ser una ama de casa, convertirse en una mujer dedicada exclusivamente a los quehaceres domésticos.
“Siempre me gustó trabajar”, afirma. Es por eso que a sus 20 años, cuando el Ecuador se montaba en la ola del ‘boom’ petrolero, ella hizo de la traducción inglés-español una fuente de ingresos. Desde entonces, es consciente de que la mujer debe escribir su propia historia, muy alejada de las convencionalismos sociales que se le imponen.
Acerca de cómo llegó al periodismo, pues todo se podría resumir como una suma de coincidencias. La primera fue en su infancia, cuando siendo niña revisaba los cómics de Superman y soñaba con vivir en ese mundo de periódicos como lo hacían Clark Kent y Luisa Lane.
Luego vino la coincidencia familiar, cuando por azar la prima de su esposo Tony, Guadalupe Mantilla —entonces directora de EL COMERCIO y fundadora de la revista— solicitó sus servicios como traductora para revisar unos documentos empresariales.
Pero su gran entrada en la vida de los medios de comunicación se dio en los noventa. Uno de los editores de la revista de esa época, Fausto Segovia se alejó temporalmente del periodismo para ocupar el Ministerio de Educación. Así, ella se incorporó al equipo, siempre con la idea de reformular la manera en que se hacían las revistas en el país. Para ese entonces, su mirada reposó en el mercado editorial estadounidense, de donde extrajo la iniciativa de escribir sobre los temas que interesaban más en la construcción de la vida familiar: el manejo del comportamiento de los hijos, la solución de problemas de pareja…
La cultura del cotorreo
“No importa cuán ocupado esté, adónde se esté dirigiendo o cuáles sean los planes, ni siquiera importa de qué se trata. Lo único que interesa es saciar una sana o malsana curiosidad producto del suspenso creado. (…) el morbo se apodera de nosotros ante la posibilidad de ser copartícipes de un chisme”. El 3 de mayo de 1998, bajo el título ‘¿Te enteraste de la última?’, salió la primera entrega de Cotorreando, la columna desde la cual ella se ha conectado con sus lectores. Cada semana esperaba para contarles alguna de sus anécdotas, para hablarles sobre los problemas que ella afrontaba diariamente.
Pero su cultura del cotorreo va más allá de las publicaciones semanales en el papel. A pesar de ser una editora que escribe incansablemente, igual de vehemente son sus ganas de hablar con sus compañeros. Su escuela periodística es, innegablemente, la del diálogo, en la que una historia se construye gracias a la participación de los otros. Con ella, siempre queda abierta la posibilidad de aclarar las ideas, replantear ejes o recibir observaciones a su trabajo periodístico, sin un ápice de vanidad.
Optar por la felicidad
A mediados de los ochenta, Laura de Jarrín enfrentó uno de los episodios más trascendentales de su vida: el fallecimiento de su hermano Juan Carlos, uno de los tantos jóvenes idealistas que formaron parte de las filas de Alfaro Vive Carajo. Un disparo lo hirió de muerte, una bala que penetró en lo más profundo del pensamiento de Laura. “Su partida fue algo determinante para entender que en la vida uno debe vivir el minuto, el segundo, el instante, el día porque no sabemos cuándo vamos a estar y cuándo no”. Es por eso que ella afirma que sí se puede optar por ser feliz, que es posible hallar la luz en medio de la penumbra. Ha logrado hacerlo en su trabajo, pero mucho más con su esposo y sus hijos, Cindy y Tony.
Al verla en estos días, los últimos que camina por la redacción que la acogió en estos años, es imposible no fijarse en esa cálida sonrisa que se dibuja en unos labios siempre bien pintados (y de un tono rojizo). Amena como nunca, no es extraño verla dejando alguna recomendación a sus allegados, producto de la sabiduría que el tiempo le ha otorgado. Es común encontrarla bromeando con los periodistas, diseñadores, fotógrafos y otros, con un humor cuya finura se delineó tras intensas horas de lectura (en especial de Oscar Wilde).
En tres días, Revista Familia tendrá a Nancy Verdezoto a su cargo. Ella, al igual que Laurita, quiere mantener la sencillez, la conexión con sus lectores, el espíritu del cotorreo.