Juana Guarderas: 'Quito perdió su personalidad y ahora es hostil'

La actriz Juana Guarderas, en su Patio de Comedias, en Quito. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

Con la actriz Juana Guarderas, los diálogos son como una fiesta. Es veloz en el habla, creativa, llena de humor y reflexiva. La parranda de otros tiempos, sobre todo en la emblemática salsoteca quiteña Seseribó, ahora extinta, se toma de lleno la charla porque la ciudad ha cambiado, la edad no es una broma y la pandemia ha sido definitivamente un ‘corta mambos’.
Si en este momento dijeran que ya no hay pandemia, ¿ adónde iría en primer lugar?
Yo creo que lo que extraño mucho sí es la farra y la chacota. Me iría al Seseríbó. Pidiera que abran las puertas y pegarme un buen mambo y una buena sacudida.
¿El extrañar a Quito es porque la ciudad cambió o porque la edad no nos permite gozar el ahora?
Las dos cosas. Nos hemos borrado un poco y Quito ya no es lo que era. Siento que esta ciudad se transformó. Tiene otra personalidad muy distinta a la de antes, cuando sentías que raspabas un poquito y había vínculos, ese tejido de conocerse los unos con los otros, de ser los panas, los primos, los no sé qué, los no sé cuánto.
¿Cómo ha sido el cambio?
Se volvió una ciudad mucho más impersonal y, para mí, perdió mucho carácter porque se convirtió en una ciudad hostil. Quito ya no es la ciudad que te acoge. Siempre me ha gustado viajar, pero lo que más me gustaba era volver. Yo era de esas cursis que, cuando el avión aterrizaba, no aplaudía, pero sí me emocionaba. Consideraba esta ciudad como un espacio superparticular en todo sentido, fascinante. Y eso ya no lo tiene. Quito no tiene ninguna ventaja de una gran ciudad y tiene todas las desventajas de una gran ciudad. Perdió su personalidad, su carisma propio y se volvió muy hostil.
Y eso que Ud. la tratarían con mucho cariño y si hay alguna hostilidad le dirían ‘ay, perdón’...
Sí. Son muy cariñosos conmigo. Nunca dejaré de ser grata con el afecto del público de Quito y del país, que es muy gentil conmigo y es una
fuente emocional muy potente. Pero yo percibo que no somos pacientes con los otros.
¿Por qué cree que se volvió un viejo huraño?
¡Sí, es un viejo huraño! Siento que hay como montones de conflictos no resueltos en el sentido en que la polarización (que ya es un lugar común) efectivamente nos convirtió en enemigos unos de otros. Quito perdió también al convertirse en un eje burocrático tan fuerte, en una gran oficina pública. Y las oficinas públicas no son las más bonitas de una ciudad. Se repletó de tramitología. Ese supuesto centralismo que se quería evitar, en realidad se potenció. Fue perdiéndose esa identidad, que también es una palabra compleja. Desapareció la esencia quiteña y se transformó en esa ciudad impersonal.
Un panorama difícil.
La cultura sí se multiplicó y hubo público para nuestros quehaceres escénicos, pero también llegó a ser una ciudad de desconocidos. Yo dejé de ir al Seseribó porque ya no estaban los ‘ñañones’. Te encontrabas con un montón de otra gente y no es que está mal conocer nueva gente, más bien es chévere. Pero era otro ambiente y transformó.
Pero era interesante que llegaba la nueva generación y a la vez estaban los que hicieron del Seseribó casi su oficina...
¡Los gárgolas del Seseribó! No sé si quiero entrar en este territorio, pero es el tema de la seducción, ahora que hay tanta cuestión del acoso. Había un juego de seducción que era muy fresco en el sentido de que no necesariamente era tomado a mal ni por quien emitía ni quien recibía, sea del género que sea. El juego de la seducción era bastante más libre de prejuicios con los que todo puede convertirse en acoso. Que había acoso, sí había acoso, y que sí había que defenderse si querías. Ahora ya no sé dónde está la línea tan delgada entre lo uno y lo otro. Era un juego fresco en el que, si querías ser parte de él lo eras; si no querías, no lo eras. Estábamos en otro tono en ese sentido. Era otro tiempo. No éramos tan políticamente correctos en relación con la seducción. La seducción era seducción y punto. Yo misma me habré sentido acosada, pero estábamos en mambo y si alguien quería joder, uno se iba al combo de los panas. Había adónde acudir de inmediato. Había un ambiente en el que no estabas solo ni sola.
Estamos a punto de alquilar una banca en la Plaza Grande para recordar los tiempos idos...
(Se ríe) Hagámoslo, encantada, no tengo problemas. ¡Acepto!
Se nota la nostalgia. ¿Es por la pandemia, mirar el futuro con esperanza de volver a lo que se perdió, como la afectividad social?
Sí. Y ya no es una cosa generacional. La pandemia nos puso en el mismo tono a mis hijos, que son menores, a los mayores, a nosotros. Hago unos talleres de narración con adultos mayores y les motivo a despertar los recuerdos. Y esta nostalgia está en ellos, está en mí, en mis hijos.
El peluquero nos habla a través del espejo; las bailarinas, moviendo el cuerpo, las piernas... ¿Los teatreros, cómo hablan?
Con mucha gestualidad. Yo soy bien sobreactuada en la vida cotidiana. Y ahora con esto de la cámara por Zoom te veo, pero también a mí misma y me acomodo mientras hablo. Es esa cosa superextraña de verse uno mucho más. Antes de la pandemia uno lo hacía solo cuando se paraba frente al espejo. Ahora uno se ve siempre.
Y puede ser desagradable, al menos que uno sea un narciso...
Además es raro porque tenemos nuestro propio ‘feed back’.
¿Le cohíbe?
Más que eso, tengo la mala maña de saber trabajar con la cámara. Mejor me queda ese ángulo, por acá no, tengo papada... He trabajado para la televisión como conductora y me ha tocado esta relación con la cámara. Tampoco es una cosa tan jodida, porque soy la que soy. No soy la Pamela Cortés (se ríe), obvio me refiero por lo guapa. Pero es extraño, muy extraño.
TRAYECTORIA
Es una de las actrices más importantes del país. Por su papel en ‘La Marujita se ha muerto con leucemia’ se convirtió en una persona querida. Es la administradora de ‘El patio de comedias’, una de las primeras salas de teatro independiente de Quito.
Esta entrevista se publicó originalmente en la edición impresa de EL COMERCIO, el 22 de abril del 2021.
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