Dos jóvenes elaboran los ponchos chibuleos

Los esposos María Quinotoa y Atahualpa Barahona confeccionan las lishtas, fajas. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

Los esposos María Quinotoa y Atahualpa Barahona confeccionan las lishtas, fajas. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

Los esposos María Quinotoa y Atahualpa Barahona confeccionan las lishtas, fajas. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

La casa de los esposos María Quinotoa y Atahualpa Barahona, ubicada en San Francisco del barrio El Calvario en Salcedo (Cotopaxi), se transformó en un taller artesanal.

En este espacio tejen ponchos, chumbis (fajas) y las lishtas o chalinas, principales prendas de vestir de los hombres y mujeres del pueblo Chibuleo, en Tungurahua.

Aunque esta pareja de jóvenes no vive en su comunidad; está empeñada en mantener la tradición familiar de tejedores en los antiguos telares. En ese estrecho lugar, los hilos de colores rojo, verde, blanco, lila y negro abundan.

Al unirse en los telares dan forma a la tela de las prendas de vestir autóctonas, que luego son vendidas en los mercados de Ambato.

También recorren las comunidades de Chibuleo ofertando a los familiares y amigos. Lo novedoso de este emprendimiento es que Barahona construyó con sus propias manos algunos de los instrumentos que utilizan para el tejido.

Deben dedicar entre seis y ocho horas diarias de trabajo para lograr fabricar al mes, 20 ponchos, 50 lishtas y 25 fajas. “Elaborar artesanías es algo que me gusta y voy a mantenerlo; son pocos los talleres que están activos. La mayoría es adulta mayor, nosotros somos los más jóvenes”.

La técnica del tejido la aprendió de su abuelo José Baltazar y de su padre Segundo cuando tenía 5 años. Ellos dibujaban en las fajas figuras que representaban a la naturaleza, la fauna y la flor de la papa que representa a la mujer de Chibuleo.

Las lishtas son elaboradas con hilos de color morado, dorado, amarillo, azul y verde con los que se grafican figuras como las montañas, la naturaleza y la flor de la papa. Antes de casarse con Barahona ayudaba a su madre María Petrona Baltazar en el tejido.

Son al menos 600 hilos que deben cruzar por cada uno de los espacios y que son templados para tejer los ponchos rojos. Barahona asegura que el rojo hace relación con la sangre que se derramó en las derrotas durante la conquista española. También la prenda tiene una franja de tonos azules, blancos, verdes y fucsias, que simbolizan la biodiversidad y el esplendor de la vida.

“En nuestro pueblo estamos trabajando para recuperar la vestimenta. Ahora, vestir el poncho es un requisito para los funcionarios y estudiantes de las instituciones indígenas”, menciona Barahona.

Comenta que este oficio hay que rescatarlo, por eso intenta que los niños aprendan. Inició con sus sobrinos, quienes van al taller para tejer ponchos, fajas, lishtas, rebosos.

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