Del Carchi al Macará se le conoce como ‘Juancho’ y es que ha recorrido a caballo dos veces el Ecuador y ha hecho la ruta de Quito-Guayaquil.
La primera travesía fue de sur a norte en 1999 y en julio de este año hizo el recorrido de norte a sur. Desde 1991 ha recorrido la ruta Riobamba – Quito, Sangolquí – Riobamba e Ibarra. 27 años cabalgando por muchos sitios del país. En estos viajes va como acompañante de grupos de aficionados a las cabalgatas.
Su tarea es preparar a los equinos, alimentarlos, mantener sus herrajes en buena condición y practicar los primeros auxilios a los animales en caso de problemas de salud. “Ser el primero que se levanta y el último que se acuesta es mi obligación”.
Su incursión con caballos comenzó a los 15 años “por afición y por necesidad”, como reconoce, “y gracias al doctor Fabián Corral que me ayudó a ser lo que ahora soy”.
Este sangolquileño tiene su casa en el barrio San Nicolás. A poca distancia, están los potreros donde pastan los caballos que recibe por encargo para la tarea de amansarlos. No se considera un chagra, porque en el medio se refiere solamente al hombre que trabaja enlazando ganado, “si se cambiara el concepto por el de un hombre que ante todo respeta al caballo, se tendría una imagen diferente de su labor y de las personas que trabajan con él”.
Tampoco se considera un chalán porque en su medio significa “el que cuida los caballos”.
Su trabajo cotidiano es de amansador, que consiste en ‘hacer un caballo’, es decir, recibirlo, domarlo y entregarlo manso. Considera que es la base para cualquier raza. Hace cuentas y recuerda: “son más de 400 potros amansados”.
Pero los recorridos largos son los que más le entusiasman. “Lo bonito es que en cada pueblo se conoce gente y se conserva la amistad”. Compartir largos recorridos con otros jinetes requiere una buena convivencia, siente que allí no hay diferencias sociales ni económicas, ya que si se quiere tener éxito nadie puede ser más que otro. “Todos para uno y uno para todos”, recuerda.
El primer viaje de Loja a Tufiño fue iniciativa de Fabián Corral. Un recorrido de 1 100 km en 26 días con etapas cortas de siete a ocho horas. Fueron 42 kilómetros diarios recorridos por caminos rurales y páramo en un 95%. Cinco jinetes con tres caballos cada uno. “Hubo animales que hicieron el viaje completo. En los páramos es una ventaja montar caballos criollos, buenos por su resistencia y por su alzada, que no pasan de 1,48 cm”.
18 años después de esa primera travesía, la sorpresa fue no encontrar los caminos de herradura, el Camino del Inca, ahora casi todo es carrozable o asfaltado. “No hay cuidado en conservar nada, hay un gran deterioro, no hay caminos de segundo orden, poco a poco nos han mandado a cabalgar a los páramos. El tramo de Culebrillas es el último vestigio, mientras que el Camino del Inca solo se conserva en Guaranda en un corto tramo”.
Este segundo viaje fue de Carchi a Macará, con 11 jinetes y 18 caballos criollos, algunos cruzados con la raza del criollo argentino. El viaje fue iniciativa de Jaime Chávez del Club Quito Ecuestre. Solo cuatro jinetes finalizaron los 1 350 kilómetros en 30 días. “Se hizo hasta 75 kilómetros diarios, aunque creo que lo recomendable son 40 diarios, para que los caballos tengan buena recuperación”.
Fueron cuatro etapas cambiando de caballos cada 250 kilómetros. Los caballos más jóvenes se usaron en las partes planas y los experimentados en altura. En estas largas cabalgatas “los caballos reciben mucha preparación 6 meses antes, especialmente en lo que concierne a sus hábitos alimenticios”, no puede pastar durante el día, como es su naturaleza.
Debe aguantar fríos extremos y altas temperaturas. También los equipos son importantes: “la montura ideal es el chilile; que con alfombra, alforja, poncho y pellón no debe pesar más de 25 libras.
Hay trayectos muy difíciles como los páramos de Saraguro. Lo más alto en Tres Cruces, en el nudo del Azuay, donde se cabalgó a más de 4 300 metros de altura. “Nada se compara a los vientos de Saraguro, que son ‘tumbacaballos’. Si el caballo no está contra el viento puede levantarlo, por poco salgo volando”, recuerda.
Se orienta por el sol, pero a veces en los páramos nos desviamos de la ruta “una hora extraviado son 10 kilómetros perdidos. En esta última travesía usamos GPS”. El próximo viaje está en su mente, será de este a oeste: “salir de la Amazonía y llegar a la Costa. Si hay la oportunidad, sin pensar lo haré”.