Las redes de pesca averiadas sirven para tejer hamacas en Jaramijó. Fotos: Katherine Delgado para EL COMERCIO.
En los portales de las viviendas de Jaramijó, las hamacas que cuelgan de las vigas se exhiben como un trofeo al esfuerzo y a las largas horas de labores en el mar.
En este cantón manabita, cuya población se identifica con el grupo étnico de los cholos, la pesca es la principal fuente de trabajo.
Para esas jornadas, los artesanos usan una serie de implementos, como la red de nailon que sirve para cercar a las especies marinas. Bajo el mar nadie tiene la certeza de lo que podrían atrapar. Solo cuando se la retira se sabe que, además de los peces, se mezclan maderos y cortezas sólidas que causan daños en la malla.
En esos casos, el pescador decide repararla y aprovechar las partes averiadas para otros usos, como la elaboración de hamacas. Para completar el tejido utilizan los cabos de los barcos.
En cada casa manabita es común encontrar hamacas de todos los colores y estilos, aunque las que más abundan son las blancas y negras. Para las familias cholas, colgarlas frente a las veredas es una especie de reconocimiento a las labores de pesca que desde hace años las ha caracterizado.
Enrique Castro, quien habitan en el sector San Pablo, en Jaramijó, es experto en la elaboración de estas artesanías. Está vinculado a la pesca desde hace 40 años y sabe que el costo de la red (hasta USD 15 000 la que pesa 2 quintales) no da lugar para pensar en otra actividad. Castro también teje redes, una habilidad que le sirvió para dar forma a las hamacas, como un pasatiempo que hace cuando no está en el mar. De su padre, José Castro, aprendió ambas destrezas.
Castro es menos diestro que sus nueve hijos cuando teje. Pero quiere demostrarles que aún tiene fuerzas para mover lo que él llama la agujeta, que ayuda a configurar esos agujeros con forma triangular que se observan en las hamacas.
José Rosado, otro morador de Jaramijó, también ha aprendido las complejidades para diseñar una hamaca artesanal. El reforzamiento, amarres y las seguridades que necesitan las puntas que van sujetas a las vigas son las partes que requieren más cuidado. Rosado no desconfía de los ganchos para colgar las hamacas, pero sí de la parte medular, que si no quedan bien tejidas podrían no darle la resistencia necesaria.
El historiador Jaime Cedeño dice que los cholos mantienen esta tradición a lo largo de los 350 km de Costa, donde históricamente han resistido al contacto de la conquista de los españoles, como en Puerto Cayo, Jipijapa y Manta.
De ahí nace la relación que se les atribuye de ser ‘gente pura’ y conservadora de sus tradiciones. Según Cedeño, eso se debe a la intervención del cacique y gobernador de los indios del Jipijapa, Manuel Inocencio Parrales y Guale. La historia de este grupo étnico lo señala como el ideólogo de un acuerdo con las autoridades de España, para que no se inmiscuyeran en una zona confinada para los jipijapas, en el sur de Manabí.
El arte de construir las hamacas se aprendió en medio de la dinámica del mar y de la relación que se tiene con la pesca.
Cedeño agrega que esta costumbre es un complemento a la esencia de quienes son apegados a las tradiciones locales y la creencia en los santos. Pero siempre ha estado vinculada a las destrezas del hombre.
La construcción de una hamaca, según los expertos tejedores, puede tardar hasta una semana. Todo depende del tiempo que se le dedique al día.
Eugenio Mero explica que el modelo que tendrá cada ‘cama colgante’ ya viene diseñado desde la misma red que se emplea para pescar. Lo que se hace es remendar las partes descompuestas y sujetar aún más las coyunturas, para que sean seguras.
La hamaca es sinónimo de placer a la hora de tomar una siesta, según los pescadores. La curva que se forma cuando alguien sube a ellas más la brisa marina que se siente en ese cantón portuario ayuda al descanso sin dificultad, como cuenta Castro.
El espacio que necesitan los pescadores no es un problema para colgarlas en cualquier parte. Cuando más se observan cholos manabitas sobre alguna hamaca es después del mediodía. Castro asegura que el sol no les impide tomar la siesta a la intemperie, porque ya es costumbre estar expuestos a las variaciones del clima de esta región y del intenso sol en alta mar.