Los participantes lucen máscaras y participan en un desfile por el centro del Sígsig, Azuay. Foto: Lineida Castillo / EL COMERCIO
Los habitantes del cantón azuayo de Sígsig disfrutaron el pasado fin de semana de danzas, escaramuzas y un festival folclórico en honor a su patrono San Sebastián. Pero el evento más importante fue Los Jampos, que se cumplió la noche del sábado (20 de enero del 2018).
Es una singular y colorida comparsa de enmascarados en la que participan cientos de hombres y mujeres, de cualquier edad. Ellos cubren sus rostros con máscaras terroríficas o cómicas y salen a las calles céntricas de Sígsig para bailar y bromear con los espectadores.
Esta celebración se cumple cada 20 de enero, el día central de veneración a San Sebastián. Desde las 19:00, los denominados jampos se concentraron en la cancha deportiva del barrio Rosas.
Llegaron de los barrios y comunidades aledañas como Cayancay, Dacte, Cutchil, Pueblo Viejo, entre otras.
Todos bailaron en ruedos al son de una banda de pueblo. Usaron atuendos improvisados. La mayoría de mujeres lució la tradicional pollera y blusa de la chola, pero vieja o remendada. Los hombres, en cambio, pantalones, camisetas y sacos o ponchos viejos.
Sus cabezas estaban cubiertas con pelucas y máscaras de duendes, momias, gorilas, diablos, osos… Simularon ser curanderos, líderes indígenas o trabajadores del campo. La careta que llevó Manuel Llivipuma tenía una barba blanca.
Los accesorios también son variados. Algunos –como el grupo de José Peralta- tenían en sus manos correas, bastones o animales disecados como raposas o cráneos de becerros.
Su intención es divertir a la gente. Ellos acercan estos elementos a la boca de algún espectador distraído para que le bese y generan carcajadas.
Otros como María Guamán cargaban hierbas para simular la cura del espanto.
De esta forma demuestran la fe y devoción que tienen por el patrono San Sebastián. Otros azuayos participaron para agradecer por las bendiciones recibidas o por promesas realizadas al santo.
Los sigseños llevan más de 40 años con esta tradición cultural-religiosa que nació en las familias indígenas y campesinas.
De acuerdo con la tradición, antiguamente en las procesiones de Finados y veneración a San Sebastián había especie de guiadores.
Ellos se encargaban de despejar el camino por donde pasaba la procesión con la imagen de San Sebastián y la escaramuza. Para no ser identificados se cubrían el rostro con máscaras elaboradas con alambres, cabuya o caucho. Mientras avanzaban repetían la palabra “abran campo, campo, campo…”.
Pero la máscara les impedía pronunciarlas correctamente y se les escuchaba “abran jampo, jampo, jampo”.
Con el paso del tiempo, la labor del jampo llegó a las fiestas. Dejó de ser guardián para convertirse en un personaje que divierte a los espectadores. Esta celebración se convirtió en un colorido desfile, con baile, gritos singulares, bromas y actuaciones improvisadas, señaló el sigseño Rigoberto Castro. También hay juegos pirotécnicos y artistas.
La noche del sábado, al terminar la eucaristía de las 20:00, los jampos concentrados en la cancha de Las Rosas recorrieron seis cuadras de la calle García Moreno hasta la plaza central.
Estuvieron acompañados de una banda de pueblo y de los priostes.
Una cuadra antes de la plaza, en una estampida, los jampos hicieron su entrada triunfal y se apropiaron de la calle de acceso a la iglesia matriz donde estaba el escenario. La multitud los aplaudió.
En esa cuadra no quedó espacio para más disfrazados, quienes al ritmo de música nacional y popular bailaron por más de dos horas consecutivas. Se entonaron canciones como ‘Allá viene la vaca loca’, ‘Curiquingue’…
Todo fue alegría entre conocidos y desconocidos, porque en ese momento no se sabe quién es quién. Esta expresión cultural es parte del patrimonio inmaterial de Sígsig.
La noche de jampos es una manifestación popular–cultural que refleja la unidad del pueblo el arte, cultura y creatividad.
Alrededor de esta comparsa hay prácticas sociales, trabajo en minga y técnicas artesanales porque muchos se reúnen una semana antes, para preparar los trajes, máscaras, pelucas y otros accesorios que llevan. Eso hizo la estudiante Marlene Loja, con sus cuatro compañeros.
No hay prohibición para que cualquier persona participe. “Es una expresión de identidad del folclor”, dijo Loja.