¿Qué exacerba el sectarismo? La lucha por la supremacía del poder, desde adentro o por acción de actores externos.
Uno de los hadices o relatos de la vida, enseñanzas y acciones del Profeta Mahoma, que se transmiten verbalmente por generaciones y componen en su conjunto la llamada Sunnah, dice que sus seguidores se dividirán en 73 sectas y que todas menos una – aquella que auténticamente seguirá sus preceptos- serán arrojadas al infierno.
Pese a la unidad a la que llama el Corán, las divisiones superaron la profecía y en la actualidad existe más de un centenar de sectas, aunque haya quienes consideran que solo hay dos –sunitas y chiitas– y que las demás son escuelas de pensamiento, subgrupos, ramas, o que están fuera del Islam.
¿Es este el primer antecedente de los conflictos al interior del Islam? ¿Está cada secta en conflicto con las demás por ser la auténtica seguidora del Sunnah y la heredera del paraíso?
Al observar la historia, el tema parece ir mucho más allá de las interpretaciones religiosas, de la búsqueda de la salvación, o de que cada secta juzgue como infieles al resto de musulmanes. De hecho, Jan-e-Alam Khaki, especialista pakistaní en historia y cultura del Islam, evidencia el sentir de una gran mayoría musulmana, al decir que debe mirarse a la diversidad en el Islam con respeto, humildad, responsabilidad y celebración. No bajo el prisma del sectarismo.
Es necesario reconocer que desde un inicio -desde la primera o principal gran división del Islam en sunitas y chiitas– lo que estuvo de por medio fueron las relaciones de poder. En el año 632 de nuestra era muere el Profeta Mahoma y dos grupos entran en conflicto alrededor de quién debía ser su legítimo sucesor. La mayoría (actuales sunitas) consideraba que la sucesión debía darse por consenso de las élites, quienes nombrarían al ‘Califa’, mientras una minoría (actuales chiitas) defendía una sucesión hereditaria a través de Alí, primo y yerno de Mahoma, casado con su hija Fátima. Los sunitas se impusieron y nombraron como primer Califa al suegro de Mahoma. Alí, sin embargo, fue elegido años después como cuarto Califa, luego de que los dos anteriores fueran asesinados, en medio de una creciente violencia que terminó también con la vida de Alí en el año 661 y posteriormente con la de sus hijos y sucesores Hasan y Hussein.
Para los chiitas, Alí, Hasan y Hussein son honrados como el primer, segundo y tercer imanes, título equivalente al de Califa para los sunitas, pero con un mayor valor espiritual, que es criticado por la comunidad suní, por considerar que se otorgan atributos divinos a seres humanos. A estos tres líderes chiitas sucedieron nueve imanes más. En total 12. El último, al-Mahdi (el oculto), desapareció físicamente y los chiitas esperan que, al igual que el mesías de los judíos o cristianos, se haga presente al final de los tiempos.
Quienes siguen este credo forman la secta de los Doce Imanes, el grupo más amplio dentro de los chiitas, presente en Irán, Iraq, Bahréin, Afganistán, Pakistán y Siria. Otras dos, que mantienen diferencias doctrinarias, son los Zaidíes en el sur de la Península Arábiga y Yemen, y los Ismaelitas, en India, África Oriental y también en Irán y Siria. Cada una de estas se ha dividido a su vez en numerosas sectas, generalmente por procesos históricos relacionados con dinámicas de poder y en menor grado por diferencias dogmáticas.
En el caso de los sunitas, encontramos muchas más divisiones que van desde los Hanafíes en Turquía y Asia Central, hasta los Hanbalíes en Arabia Saudita y Catar, de donde surgirían los Salafistas Wahabi, cuyas versiones más extremas han optado por la Yihad y conforman grupos como Al-Qaeda o el autodenominado Estado Islámico (EIIL). Un porcentaje importante de sunitas constituyen también los Shafíes, que habitan desde Jordania y Palestina hasta África Oriental y el Sudeste Asiático, así como los Malikíes en Kuwait, África del Norte y Occidental. En Pakistán e India se encuentran sectas conservadoras Barelvi o Deobandi, esta última se encuentra también en Bangladesh y Afganistán, en donde surgió el Talibán.
La lista es interminable. Cabe señalar, sin embargo, que fuera de las divisiones de las dos grandes sectas sunita y chiita, hay un sinnúmero de otras denominaciones como los místicos Sufi, con múltiples subdivisiones, o los Kharijites, también conocidos como Jariyitas en español, que existieron inclusive con anterioridad a la separación suni-chiita.
Si bien la gran división inicial fue violenta, sunitas y chiitas han podido vivir en paz por largos períodos y en diversas regiones. Un dato interesante: según Yitzhak Nakash, escritor y especialista en el Medio Oriente, los chiitas son una minoría (20% o menos), pero constituyen el 80% de la población nativa de las regiones más ricas en petróleo de Irán, Iraq e incluso Arabia Saudita.
¿Qué exacerba entonces en determinados momentos el sectarismo en lugares como Iraq tras la invasión del año 2003 liderada por los Estados Unidos, o actualmente en Siria? La respuesta, al igual que en un inicio, es la lucha por la supremacía en las relaciones de poder, especialmente viable en momentos de crisis. Luchas encendidas desde dentro o por acciones de actores externos. En ocasiones son el resultado de la combinación de agendas de gobiernos títeres, con las de sus patrocinadores externos de turno, que terminan forzando confrontaciones y discriminación.
A través del tiempo el Islam ha sido utilizado como un instrumento político. La revolución radical chiita en Irán, que desde 1979 creó una poderosa teocracia, generó una reacción política internacional de enormes magnitudes, particularmente en Arabia Saudita -otra teocracia conservadora pero de tipo sunita salafista- que la considera una amenaza para la supremacía del poder árabe sunita en la región. No nos olvidemos de que la familia real saudí obtiene y consolida su poder gracias al wahabismo salafista, para quienes las minorías chiitas en ese país o en su vecino Yemen son vistas como amenazas, al punto de estar liderando actualmente una ilegal intervención militar en Yemen, ante la mirada, e incluso el apoyo, de occidente.
En Siria, tropas iraníes, Hezbollah y otras milicias chiitas luchan contra la oposición sunita al gobierno central, incluido el Estado Islámico, mientras este último y otros grupos extremistas atacan al gobierno, a posiciones chiitas dentro y fuera de Siria, así como a la mayoría sunita que los rechaza. Potencias regionales y externas apoyan a su vez a la oposición o al gobierno, generando un caos en el que los temas religiosos o étnicos se confunden y terminan siendo irrelevantes, pero no así los intereses de agendas internas y externas, tanto geopolíticas como económicas.
En Irak, una alianza sunita y chiita lucha también en estos momentos por recuperar la ciudad de Faluya, el mayor baluarte de las conquistas del Estado Islámico en ese país. La lucha, por lo tanto, no es religiosa. La religión ha sido y es simplemente un arma de manipulación y manejo de poder.
*Investigador PhDc de la Universidad de Leiden, MPA de la Universidad de Harvard, especialista en seguridad e inteligencia.